Un café: en
la mesa más lejana,
un viejo que
medita por la noche,
su cabeza
apoyada en la ventana,
bebe una
ginebra sin derroche.
Cuando
alguno se aproxima, hospitalario,
el viejo se presenta distraído,
extiende su
mano: “soy el diablo,
por todos
ferozmente aborrecido”.
Y cuenta una
historia estrafalaria,
se presenta
como ángel despedido,
expulsado en
forma temeraria,
por envidia
a su belleza, revulsivo.
“No hay
lugar para vos en este cielo,
me dijo el
Supremo imperativo,
rajá de acá,
sos un flagelo,
gritó un
ángel agresivo,
y el final
fue final definitivo.
El Padre
Celestial, un camorrero,
chivaba por
mi porte deportivo.
Empecé a
deambular, cual cartonero,
sin lugar en
el mundo, compungido.
Fui amigo de
Adán, el primer hombre,
de su hijo
Caín, el maldecido,
Seguí dando vueltas,
sin renombre,
Cuando
irrumpió el Hijo tan querido.
El padre lo
mandó, sin pesadumbre,
para que
muera torturado y ofendido,
desangrado
en la cruz, con mansedumbre.
Era buenazo
el hombre, algo perdido.
Ayunó
largamente en el desierto,
lo tenté
cuando estaba adormecido:
“Rey de los
moishes, si eso es cierto,
convertí piedras en pan, bien recocido”.
“No solo de
pan vive el hombre, te lo advierto,
sino de la
palabra de Dios, como un silbido”.
“Estás desnudo,”
afirmé como un experto.
“Con la
tristeza del mundo voy vestido.”
Una tarde
los romanos, con acierto,
lo colgaron
de una cruz, al gran ungido,
y tres días
después, de entre los muertos,
resucitó
Jesús, el escupido.
Me retiré a
la sombras, boquiabierto,
y estuve
mucho tiempo enmudecido.
Desperté del
letargo en un huerto,
del Edén,
lujurioso y maldecido.
Un ángel
celestial vino con cuentos:
“Nació en
Toulouse el humano más fornido,
hermoso como
actor bien parecido.
Será adorado
como un dios el francesito,
como Adonis
de metales esculpido,
con más
pinta que vos, turro maldito,”
me gritó el
ángel travestido.
Mi espíritu
cayó como aerolito,
y lloré sin
parar, más que abatido.
Gardel
estaba vivo, un señorito,
y yo era un
diablo aborrecido.
Matarlo me
propuse, al exquisito,
destruir ese
rostro agradecido.
Por eso lo
quemé, como a Giordano,
y dejé su
cuerpo renegrido.
Pero el Mudo
se vengó, como baqueano,
regresó como
mito desmedido,
y fue el más
grande americano,
su rostro en
todos lados exhibido.
Pero pronto
se irá en un hidroplano,
borraré su
memoria, es pan comido.
Y si alguien
pregunta muy galano,
si era lindo
el diablo y su tropel,
respondan
como perro de hortelano:
¡el diablo
era más lindo que Gardel!
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