Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.

Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.

Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.

Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.

Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.

En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.

Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.

miércoles, 19 de junio de 2013

Rondine



José Rondinelli, junto a Carlos Gardel y el poeta portugués Fernando Pessoa, son los padrinos celestiales de la melancolía.





Al trompetista rosarino José Rondinelli, en el día en que su querido Ñubel se consagró campeón.
In memorian

El búho de Minerva alzaba el vuelo,
Con la última luz y sin alarde,
En busca de la noche sin recelo,
Rondando sin que nada lo resguarde.

Guiado por la música de un duelo,
Buscaba al final de cada tarde,
Al hombre que asombraba su desvelo,
y el canto de su trompa revelarle.

Su nombre de pájaro corzuelo,
Rondine, golondrina formidable,
Con sonido de Dios en su revuelo,
El cielo se mostraba memorable.

No quedó rastro ni consuelo,
Se fue como los santos, honorable,
Su recuerdo apagose sin deshielo,
Y dejó el gran vacío que aún nos arde.

martes, 11 de junio de 2013

La confesión de Alberto Arenas. (Un tango de Julio Navarrine)





En una comisaría de barrio, un morocho toma vino en silencio.
Se acerca a su escritorio un criollo flaco y achinado.
Tímido pregunta:
-¿Me da su permiso señor Comisario?
-Por supuesto. ¿Te querés sentar?
El criollo, arrimando una silla, dice: -Disculpe si vengo tan mal entrazado; 
es que he venido al Rosario
trayendo  en los tientos mi desgracia.
-Y en que consiste esa desgracia. ¿Puedo saberlo?
¡-Señor Comisario yo soy criminal!
-No jodás. No tenés pinta de asesino, y de eso algo conozco.
Contame que te pasó.
-Encontré a mi mujer encamada con mi amigo más fiel.
-Tan fiel no era, me parece.
-La verdad que no. Me equivoqué con él y con mi china.
-Que se le va a hacer ¿no?
-Con todo respeto, señor Comisario. ¿Se está burlando?
-No. Lo que pasa es que ofendes  mi inteligencia  interrumpiendo cuando 
estoy pensando.
¿-Y en que pensaba?
¡-No es asunto tuyo, gil de mierda!
Además tenes cara de otario. No pareces un asesino. 
Es el psique du rol, como se dice ahora.
-Las pruebas de la infamia las tengo en la maleta.
-Y en que consisten estas pruebas.
-Las trenzas de mi china y el corazón de mi amigo.
¿-Los tenés en la valija?
-Si señor.
-Bien, contame un poco. Como te llamás.
-Alberto Arenas.
-Que más.
-Soy un criollo bueno y  gaucho honrado a carta cabal.
¡- Finíshela!  Háblame de tu mujer.
-Florencia se llamaba.
¿-Y el finado?
-Recaredo.
¿-Que hacía?
-Quién.
-Recaredo; cual era su oficio.
-Cura.
¡¿-Mataste un cura?¡
-Lo encontré en la cama con Florencia. Se me borró todo.
Y él que se decía mi amigo.
-Era más amigo de tu mujer, me parece.
Hablame de Florencia.
-Una santa hasta que apareció Recaredo. Era su confesor,  
y poco a poco la fue alejando de mí.
Estudiaban las cosas de  la religión.
-¿Y que cosas de la religión estudiaban?
-La arquitectura del cielo.
¿-La arquitectura de que?
-Del cielo.
-Nunca había escuchado eso.
-Recaredo contaba de un gringo que hablaba con los ángeles.
¡-Mirá vos!
-Recaredo decía que era un ángel con forma humana.
-Como Rasputín.
-¿Y ese quién es?
-Un rusito que no dejó títere con cabeza.
-Tenía un soplo divino.
¿-Rasputín?
-No, Recaredo.
-Si vos lo decís. Tu esposa entró como por un tubo.
-La verdad que si.
-Lástima que lo achuraste,  hubiese estado bueno hablar con él.
¿-Para que?
-Preguntarle sobre el más allá. ¿A vos te contó algo?
-Decía que el cielo era igual a esto.
¿Igual a esto? ¡Toma mate!
Te pregunto porque yo tengo un intríngulis con el más allá.
Quiero saber si te siguen gustando las hembras después de muerto.
-Decía Recaredo que en más allá hay muchas mujeres,  flores, 
 y  fornicación  infinita.
-Entonces me quedo tranquilo. ¿Y que vas a hacer cuando la vuelvas a 
encontrar a Florencia?
-La voy a perdonar.
-Haces bien. ¿Y el cura?
-Lo vuelvo a matar.
¿-Te parece?
-Los curas son la quinta esencia de la mierda.
-Eso si.
El Comisario, dirigiéndose a la puerta, grita:
¡-Sargento, constitúyase y detenga de inmediato a este individuo!
Cuando es esposado,  Arenas grita:
¡-Si soy un delincuente que me perdone Dios!
¡-Llevatelo de una vez, por favor! Ordena el Comisario.
Después, mientras toma un sorbo de vino, piensa: -El cornudo  dice que 
hay sexo después de muerte.
Dios lo oiga.



martes, 4 de junio de 2013

El viejo




Un café: en la mesa más lejana,
un viejo que medita por la noche,
su cabeza apoyada en la ventana,
bebe una ginebra sin derroche.
Cuando alguno se aproxima, hospitalario,
el  viejo se presenta distraído,
extiende su mano: “soy el diablo,
por todos ferozmente aborrecido”.
Y cuenta una historia estrafalaria,
se presenta como ángel despedido,
expulsado en forma temeraria,
por envidia a su belleza,  revulsivo.
“No hay lugar para vos en este cielo,
me dijo el Supremo imperativo,
rajá de acá, sos un flagelo,
gritó un ángel agresivo,
y el final fue final definitivo.
El Padre Celestial, un camorrero,
chivaba por mi porte deportivo.
Empecé a deambular, cual cartonero,
sin lugar en el mundo, compungido.
Fui amigo de Adán, el primer hombre,
de su hijo Caín, el maldecido,
Seguí dando vueltas, sin renombre,
Cuando irrumpió el Hijo tan querido.
El padre lo mandó, sin pesadumbre,
para que muera torturado y ofendido,
desangrado en la cruz, con mansedumbre.
Era buenazo el hombre, algo perdido.
Ayunó largamente en el desierto,
lo tenté cuando estaba adormecido:
“Rey de los moishes,  si eso es cierto,
convertí  piedras en pan, bien recocido”.
“No solo de pan vive el hombre, te lo advierto,
sino de la palabra de Dios, como un silbido”.
“Estás desnudo,” afirmé como un experto.
“Con la tristeza del mundo voy vestido.”
Una tarde los romanos, con acierto,
lo colgaron de una cruz, al gran ungido,
y tres días después, de entre los muertos,
resucitó Jesús, el escupido.
Me retiré a la sombras, boquiabierto,
y estuve mucho tiempo enmudecido.
Desperté del letargo en un huerto,
del Edén, lujurioso y maldecido.
Un ángel celestial vino con cuentos:
“Nació en Toulouse el humano más fornido,
hermoso como actor bien parecido.
Será adorado como un dios el francesito,
como Adonis de metales esculpido,
con más pinta que vos, turro maldito,”
me gritó el ángel travestido.
Mi espíritu cayó como aerolito,
y lloré sin parar, más que abatido.
Gardel estaba vivo, un señorito,
y yo era un diablo aborrecido.
Matarlo me propuse, al exquisito,
destruir ese rostro agradecido.
Por eso lo quemé, como a Giordano,
y dejé su cuerpo renegrido.
Pero el Mudo se vengó, como baqueano,
regresó como mito desmedido,
y fue el más grande americano,
su rostro en todos lados exhibido.
Pero pronto se irá en un hidroplano,
borraré su memoria, es pan comido.
Y si alguien pregunta muy galano,
si era lindo el diablo y su tropel,
respondan como perro de hortelano:

¡el diablo era más lindo que Gardel!