Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.

Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.

Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.

Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.

Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.

En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.

Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.

viernes, 14 de enero de 2011

Stefan Zweig, Freud y Gardel

-El que es muy amigo de Gardel es Stefan Zweig, dijo de manera inesperada el Sr.Musante, el tanguero que volvió de la muerte.
-Se ven tres veces por semana en el café “El Pensamiento”, ubicado en el “Paraíso”. Yo estaba siempre cuando iba Stefan porque es un hombre muy agradable, y el Mudo lo trata con gran deferencia.
Stefan le presentó a Sigmund Freud que también concurre, pero de manera más espaciada.
¿-Freud también es amigo de Gardel? Preguntó Julio Paredes, el poeta del barrio y uno de los hombres sabios de la Cátedra.
-Por supuesto, contestó el Sr. Musante, el tanguero resucitado.
Agregó:-El Morocho hizo terapia con Freud por consejo de Stefan Zweig.
¿-Gardel hizo terapia? Preguntó Laferlitta, el tordo inconsolable.
-Así es, afirmó el Sr. Musante. –Freud lo veía todas las tardes en el café. Gardel hablaba y Freud lo escuchaba con atención.
¿-Usted los vio? Preguntó Paredes.
-No, cuando empecé a frecuentar el café Gardel había recibido el alta.
Zweig fue el gestor de aliviar el alma atormentada de Carlitos a través de la sabiduría del brujo de Viena. Contó que conocía a Sigmund desde chico porque vivían en el mismo barrio. Cuando Freud pudo salir de Alemania y fue  a Londres, donde murió el 23 de septiembre de 1939, Stefan fue el último amigo en visitarlo. Llevó con él a Salvador Dalí que realizó su famoso dibujo,  Freud de perfil.
Todo esto Stefan lo cuenta en su libro “El mundo de ayer”, publicado en 1944, dos años después de su muerte. Lo que no publicó Stefan, es que Sigmund, en esa última conversación y con Salvador Dalí como testigo, confesó que el tango había sido su gran ayuda en el tratamiento de la histeria femenina. Estamos hablando de la llamada guardia vieja. Freud hacía acostar en el diván  a las pacientes, y mientras  se despachaban con sus conflictos hogareños él escuchaba con atención. En una victrola acústica, después que la mujer terminaba con su discurso, ponía tangos de Arolas, Greco, y Mendizábal. Con música de fondo el brujo comenzaba a interpretar. Esa rara combinación de tango argentino y palabras en un alemán con acento vienés, causaban alivio a las frustradas amas de casa. Estas, al salir del consultorio y con su mejor sonrisa, volvían a su hogar a lavar los platos.
Me contó Stefan que Freud cerró el último encuentro diciendo: “muero sin conocer la Reina del Plata, y me han dicho que el tango está en su máximo esplendor.”
Continuó Musante:-Zweig le transmitió algunas nociones de psicoanálisis a  Gardel y el morocho, una tarde que Sigmund estaba en el café “El Pensamiento”, se acercó a su mesa y le dijo que quería conversar con él.
-Diga lo que quiera, asocie libremente, dicen que dicen que contestó Sigmund.
Y esa tarde comenzó la terapia. No fue muy larga porque Carlitos tenía claro cuales eran sus conflictos: la ausencia del padre y una madre, la señora Berta, que dejaba mucho que desear.
-No conocí a mi padre, me crió mi madre a la buena de Dios, comenzó Don Carlos. –Tuvimos que irnos de Francia por el escándalo social que representaba ser madre soltera en el siglo XIX. Fuimos a parar al barrio del Abasto donde mi vieja me dio a una familia Franchini; ella hizo su vida.
Las pocas veces que dormí en casa de mamá tuve que ver cada cosa, dijo un cabizbajo Don Carlos.
¿-Usted es religioso? Preguntó Sigmund.
-No, contestó el Morocho.-Mi religión es el tango.
-Está todo muy claro, dijo Sigmund. -En usted la religión es añoranza del padre. El tango es nostalgia de una madre ausente.
-Qué consejo me da, preguntó Don Carlos.
-Entender. Usted que es un hombre más que sensible debe saber que solo una madre nos perdona en esta vida, es la única verdad, es mentira lo demás.
¿-Ella debe perdonarme? De qué, de qué,  respondió el Zorzal.
-Acá se interpreta por la contraria. Aunque su madre haya sido de lo peor usted debe acercarse. Piense, Don Carlos, en el tango de mi amigo Lucio Demare: “Pensá un poco en tu viejita y en su dolor.”
-Si usted lo dice Don Sigmund, contestó el Morocho.
-Una paradoja, en el año 1930 yo recibí el Premio Goethe, dijo Freud.
Días antes mi madre, Amalia Nathanson, murió. No pudo ver mi consagración. Usted está a tiempo de intentar que su sufrida viejita sepa que no le guarda rencor. Lo vio triunfador en vida, y debe verlo con grandeza de santo en el cielo.
-Segis, preguntó el Morocho: ¿-Usted la ve a Doña Amalia acá?
-Por supuesto, contestó Sigmund. -Pero no es lo mismo porque yo quise a mi madre, y la suya no lo quiso a usted. Pero como el amor y la muerte son inmortales, busque a su madre y mírela a los ojos. ¿Cómo se llama?
-Berta.
-Dígale: Berta, acá estoy, soy Carlitos; después cante “Madre hay una sola”.
Al escuchar su gola inmarcesible, que es la voz de Dios, ella lo querrá para siempre.
Continuó Musante:-Y así fue. Carlitos y Doña Berta se reconciliaron, y el tercer domingo de octubre se festeja el día de la madre en el Paraíso.
Hay un gran almuerzo y en algunos estuve. Cuando todos los concurrentes están sentados esperando, hace su entrada triunfal Carlos Gardel del brazo de Berta. Sigmund Freud se constituye acompañado de Amelia Nathanson.
José Betinotti canta “Pobre mi madre querida” y después lastramos como leones.
Siguió el Sr. Musante:-A los festejos del día de la madre los Zweig no van.
Le pregunté a Stefan por qué no concurrían y contestó:-Todavía estamos rumiando, con Lothe, mi mujer, el error de habernos establecido en Río de Janeiro y no en Buenos Aires. La situación mundial, ante lo que creíamos el avance arrollador del fascismo, nos condujo a consumar un pacto suicida. Pienso que en Buenos Aires no nos hubiésemos matado al estar rodeados de paisanos. Pero además del fascismo nos destruyó el tropicalismo.
El excesivo color local, el calor,  los cariocas, y esa vegetación de pesadilla contribuyeron a nuestro fin. Yo estuve en el entierro de Sigmund, y cuando depositamos sus restos en el cementerio de Londres sabíamos que abandonábamos en tierra inglesa lo mejor de nuestra querida Austria.
Freud era una cultura, nuestra cultura; su originalidad yo la comparo con Shakespeare.
Lo mismo sintieron los porteños la calurosa tarde de febrero que retornó Carlos Gardel para su eterno descanso en mi Buenos Aires querido.
La voz de Dios retornaba a casa.
Stefan vio la emoción en mi rostro y concluyó:-Musante, Brasil no es un país que se pueda tomar en serio.
¿-Por qué? Pregunté.
-Un lugar lleno de palmeras y plantas carnívoras que se alimentan con moscas y tábanos.
Cosas tan desagradables no se ven ni en Viena ni en Buenos Aires.