A la luz de nuevas escuelas filosóficas sostenidas por hegelianos de
izquierda, existiría una especie de alma en la historia del fútbol.
Esta se manifiesta de diferentes maneras en las distintas etapas del
desarrollo histórico de nuestro glorioso balompié: como personalidad abstracta,
en el fútbol amateur; como la belleza total, en la zurda del chueco García. Se
destaca también como poesía en la explosiva velocidad de Mario Boyé, y como la
mejor literatura del siglo, en la estética del fútbol total de Don Osvaldo Juan
Zubeldía.
Haciendo un corte en la historia, los seguidores de Hegel señalan los
años correspondientes a la década de sesenta
del siglo pasado, como la transición hacia la modernidad futbolística,
y el comienzo de otra etapa en el desarrollo del Espíritu Absoluto.
Sostienen que el partido que definiría el descenso en el año 1961,
como bisagra entre un fútbol y otro.
El match jugado en cancha de Lanús el 3 de diciembre de 1961, marca un
antes y un después. Es la última manifestación del alma antigua de nuestro
fútbol. Lo que se muestra después es la modernidad.
Ese día Estudiantes de La Plata definía con Lanús el descenso.
Estudiantes tenía un punto más en la
tabla de posiciones, y con un empate se salvaba.
Dos alumnos que cursaban la carrera de filosofía en la Universidad de
La Plata presenciaron ese partido. Partieron de la sede de la calle 54, en uno
de los tantos colectivos gratuitos que el club había puesto a disposición de
los hinchas, para que concurrieran a la cancha de Lanús, y alentaran al pincha.
Al partir, uno de ellos reparó que un retardado, que vendía alfajores en la
cancha, viajaba en el primer asiento, y era uno de los directores de la
hinchada. Cantaba estribillos partidarios, y movía sus brazos sin descanso.
Resumiendo, un imbécil completo. El ómnibus dobló hacia la izquierda, por
caminos laterales, circulando junto a grandes descampados. Se detuvo
bruscamente porque un neumático estaba averiado. Bajó todo el pasaje y alguien
advirtió que había un remate de terrenos. La empresa vendedora repartía
banderines rojos y blancos con la leyenda “Hoy remate Hoy”.
Todos corrieron hacia la carpa donde se desarrollaba el evento,
entraron y arrancaron las banderas de las manos de un público aterrado, y cuando el colectivo
reanudó su marcha hubo un grito único, incluidos los futuros filósofos: ¡Hoy,
hoy, hoy ganamos, hoy!
El tarumba dirigía la runfla de marginales que al llegar a destino, se arrojaron del
ómnibus para conseguir un lugar en el vetusto
estadio de madera del Club Atlético Lanús.
Comenzó el partido y en la primera jugada, José María Silvero, un
correntino algo agresivo, back central de Estudiantes de La Plata, operó sin
anestesia Juan Héctor Guidi, histórico centrojás de Lanús. Lo siguió José
Rafael Albrech, el Príncipe de Hamburgo, que sacó de la cancha de un certero
codazo, al habilidoso Martina.
Los jugadores contrarios
devolvían gentilezas tratando de
asesinar a los de Estudiantes. En definitiva hubo ocho expulsados. El árbitro,
Luis Spinetto, equitativo, echó a cuatro por equipo.
El retarda estaba eufórico porque se acercaba el final, y con el
empate en cero se salvaba Estudiantes. De pronto, luego de una serie de
rebotes, Urbano Reynoso marcó para Lanús. Un silencio de muerte invadió a los
hinchas de Estudiantes, y cuando todo parecía perdido un picapedrero y odontólogo,
de apellido Rulli, empalmó una pelota perdida, empató el partido y Estudiantes
se salvó del descenso.
El estúpido lloraba de alegría y miraba al cielo agradeciendo a Dios y
a todos los santos el milagroso gol sobre la hora.
Cuando se retiraba el público de Estudiantes, y ya en la calle, un grupo
de simpatizantes fue insultado por
barras de Lanús.
El retarda gritó.-Hay que matarlos, y salieron corriendo por ellos.
El ómnibus, con el motor en marcha, esperó el regreso de los héroes, y
el primero en retornar vencedor fue el estúpido, que subió enarbolando una
bandera color sangre; la bandera de Lanús.
Volvieron a La Plata eufóricos, gritando el “¡hoy, hoy, hoy ganamos,
hoy!”
En el mes de abril del año siguiente, cuando se reinició el
campeonato, en la primera fecha, estaban los filósofos en la cancha de
Estudiantes, en la tribuna llamada “la culta”, que da espaldas al bosque.
De pronto se escuchó la voz del retarda gritando por sus alfajores.
Uno de los filósofos, intrigado, se acercó al héroe, y preguntó por la
bandera robada a los hinchas del granate.
Rotundo, y con una frase que marcaría el tiempo eje del fútbol mundial,
respondió:
-Mi vieja me hizo una cubija.