Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.
Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.
Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.
Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.
En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.
Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.
martes, 9 de noviembre de 2010
El "Mono" Villegas habla de Carlos Gardel
A la semana siguiente en que Georgie y padre estuvieron en el café, irrumpió en el mismo una especie de primate que encarando a Julio Paredes, el poeta del barrio, espetó:-Me llamo Enrique Villegas, y aunque usted no lo crea soy un ser humano. En vida me decían el “Mono”. Ahora comparto la mesa de Carlos Gardel en el Paraíso.
Macedonio Fernández me contó que Borges y su padre anduvieron por acá. Volví a este mundo por unas horas para conocerlos. Borges padre quedó gratamente impresionado por ustedes.
Después voy a ir a la esquina de Charcas y Bulnes donde transcurrió toda mi vida. Regreso en el tren de medianoche que sale desde Carapachay.
-Siéntese, dijo Paredes.
Cuando el “Mono” se ubicó Paredes les presentó a los integrantes de la Cátedra del Café.
Continuó Villegas:-Lo mío es el piano y el jazz. Yo quedé huérfano a los seis años y me criaron unas tías. Estudié piano porque había uno en casa de ellas. Me fue bien con el nopia y logré algún éxito a pesar de mi cara.
-Eso no es culpa suya, acotó Paredes.
-Yo hice el secundario en el Nacional Buenos Aires y tenía de profesor de música a Don Athos Palma. El primer trimestre me puso un dos. Lo encaré en un recreo, y le conté que era medalla de oro del Conservatorio Alberto Williams. Me llevó al salón de actos donde había un piano y me pidió que tocase. Un minuto después se disculpó.
-Le cambio la nota, dijo y agregó:-Con toda sinceridad por la cara hubiese jurado que usted era un bruto.
-Yo lo fui a escuchar muchas veces, dijo Paredes.
-Yo también, agregó Malena, la que esconde una esperanza humilde.
Contestó Villegas:-En el cielo me hice tanguero. Ni bien llegué busqué a Macedonio Fernández y él me llevó al café “El Pensamiento” donde conocí a Carlos Gardel. Cuando entramos al feca, el Morocho se puso de pie para saludar a Macedonio. Éste le dijo:-Te quiero presentar a un amigo de Buenos Aires que frecuentaba mi casa de la calle Las Heras. Es un notable pianista.
¡Qué vergüenza me dio! Yo con esta cara al lado de la pinta de Carlos Gardel.
El Zorzal preguntó: ¿-Qué música tocas?
-Schumann y Brahms. También me gusta el jazz.
¿-Y algún tanguango sabes? Preguntó Carlitos.
-Algunos, respondí con timidez.
-No te hagas problema, dijo el Mudo.-Schumann viene de vez en cuando porque descubrió el tango y la milonga. Toca el piano y yo canto. Su preferido es “A luz del candil”.
-El “Mono” venia a casa, tocaba el piano y después conversábamos hasta la madrugada, dijo Macedonio.
Siguió el “Mono”:-Él me enseñó a hablar solo y a tener diálogos imaginarios. Macedonio tenía conversaciones con la Eterna porque él no creía ni en el tiempo, ni en el espacio, ni en la muerte.
-Ahora estoy en la eternidad, contestó Macedonio. -Sin tiempo y sin espacio. Fresquito y feliz.
¿-Se aburren con lo que cuento? Preguntó el Mono.
¡-No! Contestaron a coro los integrantes de la Cátedra del Café.
Paredes agregó:-Continúe con sus relatos del cielo.
-Macedonio me enseñó que el humor es la única salida del artista ante el horror de la realidad, y de las maestras normales del Gran Buenos Aires.
¿-Está seguro de lo que dice? Preguntó Malena, la que esconde una esperanza humilde.-Porque yo soy maestra normal.
-Usted debe ser la excepción que confirma la regla.
-Gracias, contestó Malena. Cuéntenos de Gardel.
-Macedonio se hizo gran amigo de “La Voz”, lo que le costó la amistad de Borges. Le pregunté al viejo metafísico si eso lo preocupaba y dijo: Georgie volverá con el sombrero en la mano.
Lo que impresionó a Macedonio del Morocho fue su gola extraordinaria, su pinta sin igual, y la condena que sufrió por parte de la Iglesia Católica.
Lo prendieron fuego esos guanacos del Vaticano. ¿Saben por qué?
A cada hombre le es dado sobresalir en algo, únicamente los dioses pueden sobresalir en todo. Y el Zorzal sobresale en todo. Entonces lo quemaron vivo.
Para cambiar de tema y salir de algo tan ingrato, Julio Paredes
preguntó: ¿-Hay pianistas de tango que usted admire?
-Varios: el negro Joaquín Mora, Cobián, Lucio Demare. Pero apareció por acá, no hace mucho, Ariel Ramírez.
Por suerte se olvidó de la “Misa Criolla”, pero para desgracia de todos le da por el tango. Con el tamaño de sus manos no puede tocar el piano. Además creo que no le enseñaron a tocarlo.
Paredes dijo:-Cuente algo más sobre Gardel.
-Macedonio, en su casa de la Avenida Las Heras enseñaba: hay tres clases de aplausos. Uno para llamar al mozo, otro para matar polillas y el tercero, que debe ser el verdadero aplauso, ese nadie lo conoce.
Acá conocí al causante del aplauso verdadero. Es el que provoca Carlos Gardel cuando termina de cantar.
Los integrantes de la Cátedra escuchaban emocionados.
El Mono continuó:-Se está haciendo de noche, tengo que ir a la esquina de Bulnes y Charcas y después tomar el tren al Paraíso.
-Yo lo llevo, dijo Paredes. Al centro y después a la estación Carapachay.
Dijo el “Mono”:-Quiero agregar dos cosas. En el Paraíso conocí a William Shakespeare. Me contó que “Ricardo III” en su versión original no dice “Mi reino por un caballo”. Dice: “Mi reino por una esquina”. La del rioba.
Lo otro que quiero decir es que me voy muy contento con el trato que me han dado. Puedo seguir hablando horas y pierdo el tren al Paraíso.
Lo único infinito es la conversación.