Al bajar del tren me encaró un alucinado:-¿Sos de la secta Testigos de Gardel?
-Socio fundador, respondí.
Luego de mirar para atrás, nervioso, susurró-Me llamo Jacobo Fijman y quiero hablarte.
Nos metimos en un café.
¿Estás seguro de tu identidad? Pregunté.
Mientras se acomodaba en la silla, contestó-A seguro se lo llevaron preso.
Arrancó: -Estuve 28 años internado en el Hospital Neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda y el diagnóstico fue psicosis distímica. Soy un loco, que te quede claro.
Y el hecho que desató mi locura fue la carrera triunfal de Carlos Gardel.
El Morocho me hizo un gran daño, porque dada mi precaria circunstancia emocional, no soportaba que lo presentaran como la voz de Dios.
Yo a Gardel lo conocía porque éramos vecinos en el infame barrio del Abasto.
Nos saludábamos, y en una ocasión, cuando yo era periodista de Crítica, me pidió que le publique algo, cosa que hice. Eso fue en 1918.
Es la época en que empecé a sentirme mal. Me seguían por la calle; ahora también me sigue.
¿-Quien?
-El olor bizarro del diablo.
Continuó:-Le conté a Oliverio Girondo que dijo:-La única forma de escaparse de perseguidores y fantasmas es viajar a París.
–No tengo un peso, contesté.
-Te invito.
Y nos fuimos a Francia. Conocí a Gide y a Paúl Claudel que eran idénticos. Claudel se confesaba. Conocí a Le Corbusier, Bretón, Eluard y Artaud. Eran ángeles de la rebelión. Eligieron su condenación. Un atardecer, en Notre Dame vi a Cristo. No lo podía creer. Vi y olí su esencia.
¿-Y cómo era Jesús? Preguntó uno.
-He visto y oído tales cosas de las que no me es dado hablar en lengua humana. Era toda la dicha.
Cuando regresé me dediqué a la escolástica, pero un día me quemaron los libros al grito de ¡Gardel o muerte! ¡Viva Carlos Gardel!
Gardel era un hereje. Entonces busqué la música no herética. Wagner quería ser Satanás. La única música no herética era el Kyrie del Canto Gregoriano y “La Locura” de Corelli.
¿-Y el tango?
-Yo pensaba que el tango era una de las formas del fuego, música de lupanar. ¿Sabes una cosa? El diablo se entretiene en los quilombos. Es muy putero.
En el principio era la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y Dios era la Palabra. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Bueno, acá aparece de nuevo Gardel. Era el Verbo Divino, la Palabra de Dios, pero todavía era para mí un hereje. Es la época que se despierta El Otro.
¿-Quién es el otro? Pregunté.
-El Otro se llamaba Apolonio y era entrerriano. Escribí: “Bien dormía mi ser como los niños y encendieron sus velas los absurdos. Ahora el Otro está despierto”. Apolonio se metía dentro de mí y me insultaba, me decía: “sos un judío de mierda”. Usaba incordios que me angustiaban hasta la locura. A veces podía escupirlo; expulsarlo de mi interior.
Hasta Plutón, rey de los muertos, tuvo miedo cuando le hablé de Apolonio.
Cuando era niño, en Rusia, me siguió un perro blanco.
Yo lo miré a los ojos y le dije: quieres mi alma. Ese día desapareció el perro. Cincuenta años después lo vi en la calle Florida. Echaba espuma por la boca y todos huían de su lado. Cuando me acerqué me lamió las manos. Era un perro blanco con cola negra. Dicen que los perros viven cien años.
El que vivía conmigo era Apolonio; entonces me encerraron. Eso fue en 1942. Antes, en 1935, yo había festejado la muerte de Gardel.
¿-Es cierto que la Iglesia Católica tuve que ver?
-Si, y murió en la hoguera como los herejes. Me lo dijo el Doctor Ramón Melgar que siempre me protegió en el Hospicio. El diagnóstico, ya lo dije, era Psicosis Distímica, el tordo repetía que si yo reconocía la figura del Otro, de Apolonio el entrerriano, eso me aliviaría mucho, y podría dormir después de años de insomnio.
La cara de Apolonio la había visto pero no lo conocía. No lo asociaba con nadie. Una noche soñé despierto con la partera que me trajo al mundo; ella me confesó que yo nací hablando. ¿Y saben lo que decía? ¡Yo soy el Mesías!, y además lo decía en hebreo. La partera susurró, antes de irse con la primera luz del día:” La identidad de Apolonio el entrerriano te la comunicará San Juan de la Cruz”.
-Pasaron muchos años y habían comenzado en el Borda funciones de cine a las que yo no concurría.
Una noche me visitó San Juan de la Cruz , que ha sido siempre mi amigo, y me dijo: “El lunes tenes que ir al cine del loquero.”
-Cuando empezó la película tuve un súbito acceso de locura. Grité y grité. ¡Apolonio el entrerriano haciéndose el chistoso! Cuando pasó la crisis el Dr. Melgar me dijo que el cruel Apolonio, que me perseguía desde la infancia, era el actor Luis Sandrini.
-Es famoso, me escupió Melgar.-Raro que no lo hayas visto antes.
Me contó el tordo: “Sandrini es un caso extraño porque resolvió su grave locura a través de la sobreactuación de su enfermedad.
Padece una Psicosis Erotómana, o síndrome de De Clérambault.
La patología consiste en la convicción de ser amado por una persona de condición social superior. Sandrini padecía un delirio erotómano-paranoico que de alguna manera resolvió. Porque el psicótico erotómano no sale de su fantasía. La princesa o el aristócrata solo están presentes es su locura, y esta presencia al final se frustra. La relación nunca se concreta por oscuras razones, o por un complot mundial que imagina el paranoico.
Sandrini, al volcar su psicosis en el cine, logró una compensación simbólica que lo ayudó a convivir con su patología. En sus películas él es siempre un pobre infeliz. Una mujer rica y aristocrática se enamora, al final se casan.
La compensación está en que las historias de Sandrini cierran con el casorio.
Pero es cine, pura fantasía”.
Jacobo, bajando la voz, dijo:
-Ahora yo te voy a pasar un dato: la madre de Sandrini no es real.
Decía llamarse María Esther Buschiazzo y era ciega. Él le devuelve la vista. Recuerden el famoso: “La vieja ve”, “La vieja ve”.
En un reportaje publicado en la revista “Sintonía”, en 1940, Sandrini declaró: “María Esther no existe. La inventé yo y forma parte del imaginario colectivo. Es de cartón. Fíjate que siempre fue una vieja, aún de joven”.
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-Apolonio estaba dentro de mí, pero logré expulsarlo.
¿-De qué manera?
-Con una terapia implementada por el Doctor Melgar. La original es de un psiquiatra inglés. Se llama “Terapia de aversión”.
Melgar la dio vuelta e inventó la “Terapia casi simpática”.
Me ataron a una silla y durante el tratamiento tuve que ver todas las películas de Apolonio el entrerriano. Al principio no paraba de gritar cuando aparecía haciéndose el gracioso. Mis alaridos se escuchaban desde la calle del Hospicio. Pero poco a poco le fui tomando simpatía, y al final terminé queriéndolo. Apolonio te hace reír y te hace llorar.
Después me sometí a otra terapia desarrollada también por el sabio Melgar.
Es el famoso “Gardelazo.” El paciente es atado a una silla y debe escuchar a Carlos Gardel durante cuatro horas. Te dejan descansar otras cuatro y te vuelven a atar. Después de un mes de terapia dejas la psicosis para siempre.
Yo me sometí voluntariamente y escuché al Morocho durante años.
Pero la reconciliación final con el Zorzal vino cuando lo conocí.
¿-Dónde lo conoció?
-En el café “El Pensamiento”, ubicado en el Paraíso. Yo inicié el Gran Viaje en 1970 y me presenté en el Paraíso con lo puesto. San Pedro me abrió el portón; en el café conocí a Gardel que me distingue especialmente.
Luis Sandrini frecuenta la misma gente y también soy amigo de él.
¿-Escribís en el cielo?
-Estoy escribiendo historias breves muy ponderadas por “El Mudo” y sus amigos.
Quiero que Gardel les ponga música.
¿-Tenes alguna?
-Si, es breve.
Fijman sacó de entre sus ropas un grasoso papel de estrasa.
-Dice así:
¿Sabe por qué la Reina Cristina, Regente de España, no lo quería más a Alfonso XIII, su marido? Ella tampoco lo sabía, quiso conocer las causas y descubrió: Primero: Alfonso XIIl era amable y cariñoso y ahora se mostraba grosero y tosco. Segundo: antes era elegante y majestuoso, ahora se lo veía maltratado, mal vestido y sin morfar, y no se cambiaba nunca de ropa. Tercero: porque Alfonso XIII no le había dicho que se había muerto.
Debo tomar el tren al Paraíso. ¿Queda lejos la estación Carapachay?
-Tenes que tomar el Belgrano Norte.
-Gracias, contestó Fijman.
Caminamos hasta el andén y al despedirse murmuró:
-Y hagamos fuego, y silencio, y sonido,
y ardamos, y callemos, y campanas.