-El viernes los espero a las diez de la noche en la pizzería Astral de Munro, dijo el vidente Locuco.
-Nos comemos una fainá y a medianoche viajamos al Paraíso, donde nos espera Eduardo Arolas.
El viernes estaban todos los integrantes de la Cátedra del café en la Astral comiendo una especial de muzzarela.
-No se pasen con el moscato que en el Paraíso hay escabio del bueno, explicó Locuco.
A medianoche estaban preparados para el viaje.
Dijo el vidente: -Cierren los ojos y sueñen con la pinta de Carlos Gardel.
En menos que baila un conde estaban sentados ante una mesa del "El Pensamiento", propiamente en el Paraíso.
Se abrió la puerta y Eduardo Arolas hizo su entrada al café.
Acercando una silla dijo:-Permiso, y se sentó con ellos.
Arrancó:-Me llamo Eduardo Arolas, el tigre del bandoneón.
Vestía traje negro, camisa blanca, un gran moño al tono. Sus manos lucían guantes amarillos, y encima tenía puestos los anillos.
-Usted es el mejor bandoneonista de todos los tiempos, dijo Paredes, el poeta del barrio.
-Junto con Anibal Carmelo Troilo, contestó Arolas.
-Soy un estudioso de su vida, agregó Paredes.-Cuéntela que nos interesa.
-Nací en Barracas en 1892 y mis viejos eran franceses. Me bautizaron Lorenzo, pero cuando tomé la comunión me enteré que el santo de mi nombre era un gil a cuadros.
Cambié por Eduardo. A los 18 años ya era famoso, dijo sin falsa modestia.
-A esa edad compuse "Una noche de garufa", un clásico. Después anduve por Montevideo y cuando volví a Buenos Aires fue el tiempo de "La Cachila".
Eran los años de amistad con Juan Carlos Cobián, el Chopin del tango.
Pero un día todo cambió para mal. Mi hermano Enrique me traicionó y mi vida se vino abajo. Primero fui a Montevideo pero la depresión, como se dice ahora, me alcanzó.
Entonces recalé en París. Tuve éxito enseguida en el famoso "Ermitage".
Estaba lleno de mujeres de la noche y agregué otro rubro a mi actividad.
Me hice cafiolo, un trabajo sano y lucrativo. Laburaban para mí tres mujeres que al fin de la noche me rendían la tarasca que habían recaudado en tan noble actividad.
Pero eso cayó mal en los franceses, que son de lo peor.
Una madrugada me esperaron en las escaleras de Montmartre, por donde yo descendía diariamente hacia mi casa. Surgieron de la oscuridad y empezaron a golpearme. Cuando caí me patearon sin piedad.
Mis últimas palabras fueron: un argentino jamás me pegaría en el suelo.
Finé dos días después en el Hospital "Bichard" de París. Tenía 32 años.
Elegí el cielo para toda la eternidad porque uno acá lo pasa bastante bien.
Y los convoqué a través de mi gran amigo el profesor Locuco, para que estén a mi lado en la inauguración de una calle con mi nombre.
Sucederá dentro de unos minutos y será unas de las principales del Paraíso. Después de tomarse un whisky generoso, dijo:- Podemos ir yendo.
Salieron todos los integrantes de la Catedra junto a Don Eduardo.
Una hora después regresaron. -Whisky para todos y un té con leche fría para la Señora Malena, la que esconde una esperanza humilde, dijo el tigre del bandoneón.
-Es una gran emoción que una calle del Paraíso lleve mi nombre, el de un humilde músico de Barracas.
-Por supuesto que es un gran honor que gracias a su generosidad podamos compartir este momento, contestó Paredes.
Arolas, mirando hacia otra mesa, exclamó:-Canaro, venga que le presento a mis amigos. Don Francisco tuvo un gran gesto para conmigo. En 1954, siendo Presidente de Sadaic, hizo repatriar mis restos que viajaron a la reina del plata en un viejo DC3. A la urna que contenía mis cenizas la acompañó un coro celestial formado por compadritos muertos.
Hace unos años se presentó en el café un escritor de apellido Borges.
Un hombre simpático y bastante leído, al que le gusta el tango de la Guardia Vieja. Se hizo mi amigo, frecuenta además a Vicente Greco, y al Negro Mendizabal. Dice que nosotros representamos el tango que le gusta: alegre y zumbón.
Detesta a Carlos Gardel, y dice que al Zorzal no le gusta el tango.
Cuando coinciden en el café, se ignoran. De todos modos no creo que a Gardel le quite el sueño.
Este señor Borges convocó a un gran músico barroco, que si bien estaba en el cielo no frecuentaba el café. El barroco es un tal Alessandro Scarlatti, y lo que me hizo escuchar no está nada mal.
Aunque el chabón es medio chupa cirios.
Con letra de Borges y música de Scarlatti están componiendo una "Cantata" titulada "Vida pasión y muerte de Don Eduardo Arolas, el tigre del bandoneón".
Comienza con un verso de Borges:
"Gira en el hueco la amarilla rueda,
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda."
El estreno está previsto para el próximo 24 de febrero, día de mi natalicio. La función se llevará a cabo en el anfiteatro celestial con capacidad para cinco millones de almas.
Estarán presente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La Virgen María estará sentada junto a Carlos Gardel, su cantor preferido. Desde ya ustedes son mis invitados de honor.
Cuando los integrantes de la Cátedra del café estaban agradeciendo, la primera luz comenzó a filtrase a través de los alegres ventanales del café "EL Pensamiento".
Dijo Locuco:-Urgente, el raje para el convoy. Ya saben la consigna.
Soñaron todos con la pinta de Carlos Gardel y cuando abrieron los ojos amanecía frente a la Estación Munro.
-Nos comemos una fainá y a medianoche viajamos al Paraíso, donde nos espera Eduardo Arolas.
El viernes estaban todos los integrantes de la Cátedra del café en la Astral comiendo una especial de muzzarela.
-No se pasen con el moscato que en el Paraíso hay escabio del bueno, explicó Locuco.
A medianoche estaban preparados para el viaje.
Dijo el vidente: -Cierren los ojos y sueñen con la pinta de Carlos Gardel.
En menos que baila un conde estaban sentados ante una mesa del "El Pensamiento", propiamente en el Paraíso.
Se abrió la puerta y Eduardo Arolas hizo su entrada al café.
Acercando una silla dijo:-Permiso, y se sentó con ellos.
Arrancó:-Me llamo Eduardo Arolas, el tigre del bandoneón.
Vestía traje negro, camisa blanca, un gran moño al tono. Sus manos lucían guantes amarillos, y encima tenía puestos los anillos.
-Usted es el mejor bandoneonista de todos los tiempos, dijo Paredes, el poeta del barrio.
-Junto con Anibal Carmelo Troilo, contestó Arolas.
-Soy un estudioso de su vida, agregó Paredes.-Cuéntela que nos interesa.
-Nací en Barracas en 1892 y mis viejos eran franceses. Me bautizaron Lorenzo, pero cuando tomé la comunión me enteré que el santo de mi nombre era un gil a cuadros.
Cambié por Eduardo. A los 18 años ya era famoso, dijo sin falsa modestia.
-A esa edad compuse "Una noche de garufa", un clásico. Después anduve por Montevideo y cuando volví a Buenos Aires fue el tiempo de "La Cachila".
Eran los años de amistad con Juan Carlos Cobián, el Chopin del tango.
Pero un día todo cambió para mal. Mi hermano Enrique me traicionó y mi vida se vino abajo. Primero fui a Montevideo pero la depresión, como se dice ahora, me alcanzó.
Entonces recalé en París. Tuve éxito enseguida en el famoso "Ermitage".
Estaba lleno de mujeres de la noche y agregué otro rubro a mi actividad.
Me hice cafiolo, un trabajo sano y lucrativo. Laburaban para mí tres mujeres que al fin de la noche me rendían la tarasca que habían recaudado en tan noble actividad.
Pero eso cayó mal en los franceses, que son de lo peor.
Una madrugada me esperaron en las escaleras de Montmartre, por donde yo descendía diariamente hacia mi casa. Surgieron de la oscuridad y empezaron a golpearme. Cuando caí me patearon sin piedad.
Mis últimas palabras fueron: un argentino jamás me pegaría en el suelo.
Finé dos días después en el Hospital "Bichard" de París. Tenía 32 años.
Elegí el cielo para toda la eternidad porque uno acá lo pasa bastante bien.
Y los convoqué a través de mi gran amigo el profesor Locuco, para que estén a mi lado en la inauguración de una calle con mi nombre.
Sucederá dentro de unos minutos y será unas de las principales del Paraíso. Después de tomarse un whisky generoso, dijo:- Podemos ir yendo.
Salieron todos los integrantes de la Catedra junto a Don Eduardo.
Una hora después regresaron. -Whisky para todos y un té con leche fría para la Señora Malena, la que esconde una esperanza humilde, dijo el tigre del bandoneón.
-Es una gran emoción que una calle del Paraíso lleve mi nombre, el de un humilde músico de Barracas.
-Por supuesto que es un gran honor que gracias a su generosidad podamos compartir este momento, contestó Paredes.
Arolas, mirando hacia otra mesa, exclamó:-Canaro, venga que le presento a mis amigos. Don Francisco tuvo un gran gesto para conmigo. En 1954, siendo Presidente de Sadaic, hizo repatriar mis restos que viajaron a la reina del plata en un viejo DC3. A la urna que contenía mis cenizas la acompañó un coro celestial formado por compadritos muertos.
Hace unos años se presentó en el café un escritor de apellido Borges.
Un hombre simpático y bastante leído, al que le gusta el tango de la Guardia Vieja. Se hizo mi amigo, frecuenta además a Vicente Greco, y al Negro Mendizabal. Dice que nosotros representamos el tango que le gusta: alegre y zumbón.
Detesta a Carlos Gardel, y dice que al Zorzal no le gusta el tango.
Cuando coinciden en el café, se ignoran. De todos modos no creo que a Gardel le quite el sueño.
Este señor Borges convocó a un gran músico barroco, que si bien estaba en el cielo no frecuentaba el café. El barroco es un tal Alessandro Scarlatti, y lo que me hizo escuchar no está nada mal.
Aunque el chabón es medio chupa cirios.
Con letra de Borges y música de Scarlatti están componiendo una "Cantata" titulada "Vida pasión y muerte de Don Eduardo Arolas, el tigre del bandoneón".
Comienza con un verso de Borges:
"Gira en el hueco la amarilla rueda,
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda."
El estreno está previsto para el próximo 24 de febrero, día de mi natalicio. La función se llevará a cabo en el anfiteatro celestial con capacidad para cinco millones de almas.
Estarán presente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La Virgen María estará sentada junto a Carlos Gardel, su cantor preferido. Desde ya ustedes son mis invitados de honor.
Cuando los integrantes de la Cátedra del café estaban agradeciendo, la primera luz comenzó a filtrase a través de los alegres ventanales del café "EL Pensamiento".
Dijo Locuco:-Urgente, el raje para el convoy. Ya saben la consigna.
Soñaron todos con la pinta de Carlos Gardel y cuando abrieron los ojos amanecía frente a la Estación Munro.