Un día en el colegio
Rezaremos por el alma de un hombre que en la mañana de hoy tuvo la enorme fortuna de ser señalado por el dedo de Dios para caer muerto en la calle. Dios nuestro Señor lo conocía perfectamente, como conoce a todos los habitantes de la tierra.
Vuestro compañero Ponzinibio, viniendo para el colegio fue testigo silencioso del acontecimiento. Vio que alguien que caminaba unos pasos por delante, de improviso, lanzando un grito, se desplomó muerto en la vereda.
Y ahora bien, ¿estaba preparado para la muerte? No, seguramente no lo estaba. Porque nadie lo está si no ha recibido antes la comunión, que es el cuerpo sacramentado de Señor Jesús.
Y me pregunto: ¿cómo sería la persona que cayó fulminada en plena calle por mandato Divino? Porque no hay duda posible, y ninguno de ustedes se permita pensar un solo instante que el Señor no lo venía siguiendo y, por misterio celestial que nosotros simples mortales no podemos entender, decidió eliminarlo de improviso.
Y me pregunto nuevamente como sería el elegido. Pensemos en su hogar. Un hombre grande, mayor, seguramente con familia. Quizá gozaba de singular aprecio en nuestra ciudad. O tal vez no.
Y me pregunto también por qué nuestro Señor lo mató en la calle y no en la cama. ¿Tendrá alguien que lo llore? Sería un temeroso de Dios o un impío? ¿Por qué, después de bregar con ahínco, inesperadamente el Señor lo arrancó para siempre del amor o el afecto de lo suyos? O no hacía nada, o lo que es peor, ofendía a diario a Dios con sus blasfemias. O acaso era un vicioso sodomita, costumbre que repugna a nuestro Señor y desata su ira divina. ¿Producirá intenso dolor en su familia, si la tiene, su desaparición repentina, o un gran alivio porque el muerto era cuñado de Satanás?
Solo el Señor lo sabe y sabe también, en su infinita sabiduría, por qué eligió a ese pobre desgraciado. Matar de madrugada a un hombre mayor, que caminaba hacia vaya uno a saber donde. ¡Que va!
Y ustedes deben aprender que así como nuestro amadísimo Señor se deshizo esta mañana de ese infeliz, nos puede causar la muerte a cualquiera de nosotros en cualquier momento. Si no lo ha hecho ya. ¿Porque saben acaso ustedes si están vivos?
Quizá se están muriendo en este instante o ya están muertos y no se han dado cuenta todavía. O tal vez, están entrando ahora, en este preciso instante, en el mundo de los muertos.
Pero me temo que todos ustedes están vivos. Se nota en sus ojos el brillo concupiscente de los pecadores de la carne. Ustedes están presos del demonio de la lujuria como puede haberlo estado el señor que murió por la mañana.
Recemos, pecadores, por su alma, por el alma de ustedes, por la mía también, y que sea lo que Dios quiera porque, si el que murió en la calle era un hereje, ni Santa María Goretti lo salva.
Y ahora, desalmados, quiero hacerles una advertencia. Esta época en que vivimos ha llegado a tal tibieza en la fe, a tal insensibilidad en la comunión con Dios, que nos hemos alejado totalmente de la verdadera vida cristiana. Bajo el engañoso pretexto de la instrucción y de la ciencia, el demonio nos ha sumergido en la oscuridad y en la ignorancia de la razón. Ustedes deben pensar muy seriamente que si pecan sin arrepentirse, y no son castigados, sepan esto y que les quede claro, el día del juicio final el Señor no tendrá compasión.
Y para terminar quiero citar a uno de los Doctores de la Iglesia, el más sabio entre ellos, que de San Buenaventura se trata. Él, en su opúsculo mas estudiado por los teólogos nos dice que el que quiere liberarse del sufrimiento de las penas, debe esperar la llegada de otras penas aún peores, y solo así se tranquilizará.
A continuación el cura, dirigiéndose al primer alumno parado a su izquierda, ordenaba:
-A ver tú, inútil, de pie y arranca ya-, dando comienzo al rezo del rosario. El chico señalado decía la primera parte de la oración, y todos repetíamos a coro la segunda.
Nos dormíamos poco a poco, a medida que el rosario avanzaba. Cuando estábamos por perder la conciencia, el rezo llegaba a su fin.
El cura continuaba: “Hoy es San Ezequiel, profeta del antiguo testamento a quien San Jerónimo, en sus cumplidas profecías llamo Océano de Dios de los misterios del cielo. Y corresponde que leamos hoy el Evangelio de San Juan. ¿Pero saben que quiere decir Evangelio? Pero que van a saber si a ustedes lo único que les interesa es el culto de Onán.
Evangelio quiere decir traer buenas noticias, y en el cuarto evangelio Juan nos cuenta con detalle preciso la buena noticia de la vida de Señor Jesús. ¿Y que nos cuenta Juan? Nos cuenta en detalle la vida de Señor Jesús, el hijo de Dios. Y Juan es el primero que nos habla de un personaje que humilló a Señor Jesús en su calvario. Señor Jesús se arrastraba con su corona de espinas y la cruz a cuestas, cuando cayó de rodillas, extenuado y abrasado por la sed. Entonces dirigió su mirada hacia un fariseo que tenía a su lado, y suplicó por agua. Ese judío, que podría haber alcanzado la gloria eterna por calmarle la sed a nuestro redentor, golpeó con su mano el hombro de Señor Jesús, y le dijo: ¡-ala, arriba y anda deprisa-! Fijando su mirada celestial en el desalmado que le había negado agua, Señor Jesús contestó: -y tú, judío, andarás por el mundo hasta que yo vuelva.
Y ese tenebroso personaje, que le negó agua a Señor Jesús, camina desde ese día sin rumbo fijo por el planeta, descalzo, sin bolsa, pero todos ignoramos de dónde vienen las grandes sumas de dinero que maneja.
Y les quiero señalar una vez más que en pecado mortal están condenados a errar por toda la eternidad en los infiernos, donde irán a parar ustedes sin ninguna duda.
Y ahora, antes de confesarse para recibir la sagrada comunión, para terminar por hoy, recordemos que Señor Jesús nos mostró la senda que debemos seguir cuando dijo:-yo soy el camino. Amén”.
La confesión era seguida por la misa, después empezaban las materias escolares.
A las doce almorzábamos agradeciendo con oraciones el magro alimento. Un recreo y seguíamos con las clases ordinarias.
El día transcurría como si fuese un sueño en el cual flotábamos sin poder despertar.
Al atardecer podíamos irnos, la alegría era general, y al salir a la calle nos alejábamos deprisa. De vuelta a casa, sumergido en el ruido atronador que producía el amasijo de fierro viejo del tranvía, una sensación de alivio me embargaba.
A partir de ese momento y hasta la mañana siguiente la muerte era cosa del pasado.
Vuestro compañero Ponzinibio, viniendo para el colegio fue testigo silencioso del acontecimiento. Vio que alguien que caminaba unos pasos por delante, de improviso, lanzando un grito, se desplomó muerto en la vereda.
Y ahora bien, ¿estaba preparado para la muerte? No, seguramente no lo estaba. Porque nadie lo está si no ha recibido antes la comunión, que es el cuerpo sacramentado de Señor Jesús.
Y me pregunto: ¿cómo sería la persona que cayó fulminada en plena calle por mandato Divino? Porque no hay duda posible, y ninguno de ustedes se permita pensar un solo instante que el Señor no lo venía siguiendo y, por misterio celestial que nosotros simples mortales no podemos entender, decidió eliminarlo de improviso.
Y me pregunto nuevamente como sería el elegido. Pensemos en su hogar. Un hombre grande, mayor, seguramente con familia. Quizá gozaba de singular aprecio en nuestra ciudad. O tal vez no.
Y me pregunto también por qué nuestro Señor lo mató en la calle y no en la cama. ¿Tendrá alguien que lo llore? Sería un temeroso de Dios o un impío? ¿Por qué, después de bregar con ahínco, inesperadamente el Señor lo arrancó para siempre del amor o el afecto de lo suyos? O no hacía nada, o lo que es peor, ofendía a diario a Dios con sus blasfemias. O acaso era un vicioso sodomita, costumbre que repugna a nuestro Señor y desata su ira divina. ¿Producirá intenso dolor en su familia, si la tiene, su desaparición repentina, o un gran alivio porque el muerto era cuñado de Satanás?
Solo el Señor lo sabe y sabe también, en su infinita sabiduría, por qué eligió a ese pobre desgraciado. Matar de madrugada a un hombre mayor, que caminaba hacia vaya uno a saber donde. ¡Que va!
Y ustedes deben aprender que así como nuestro amadísimo Señor se deshizo esta mañana de ese infeliz, nos puede causar la muerte a cualquiera de nosotros en cualquier momento. Si no lo ha hecho ya. ¿Porque saben acaso ustedes si están vivos?
Quizá se están muriendo en este instante o ya están muertos y no se han dado cuenta todavía. O tal vez, están entrando ahora, en este preciso instante, en el mundo de los muertos.
Pero me temo que todos ustedes están vivos. Se nota en sus ojos el brillo concupiscente de los pecadores de la carne. Ustedes están presos del demonio de la lujuria como puede haberlo estado el señor que murió por la mañana.
Recemos, pecadores, por su alma, por el alma de ustedes, por la mía también, y que sea lo que Dios quiera porque, si el que murió en la calle era un hereje, ni Santa María Goretti lo salva.
Y ahora, desalmados, quiero hacerles una advertencia. Esta época en que vivimos ha llegado a tal tibieza en la fe, a tal insensibilidad en la comunión con Dios, que nos hemos alejado totalmente de la verdadera vida cristiana. Bajo el engañoso pretexto de la instrucción y de la ciencia, el demonio nos ha sumergido en la oscuridad y en la ignorancia de la razón. Ustedes deben pensar muy seriamente que si pecan sin arrepentirse, y no son castigados, sepan esto y que les quede claro, el día del juicio final el Señor no tendrá compasión.
Y para terminar quiero citar a uno de los Doctores de la Iglesia, el más sabio entre ellos, que de San Buenaventura se trata. Él, en su opúsculo mas estudiado por los teólogos nos dice que el que quiere liberarse del sufrimiento de las penas, debe esperar la llegada de otras penas aún peores, y solo así se tranquilizará.
A continuación el cura, dirigiéndose al primer alumno parado a su izquierda, ordenaba:
-A ver tú, inútil, de pie y arranca ya-, dando comienzo al rezo del rosario. El chico señalado decía la primera parte de la oración, y todos repetíamos a coro la segunda.
Nos dormíamos poco a poco, a medida que el rosario avanzaba. Cuando estábamos por perder la conciencia, el rezo llegaba a su fin.
El cura continuaba: “Hoy es San Ezequiel, profeta del antiguo testamento a quien San Jerónimo, en sus cumplidas profecías llamo Océano de Dios de los misterios del cielo. Y corresponde que leamos hoy el Evangelio de San Juan. ¿Pero saben que quiere decir Evangelio? Pero que van a saber si a ustedes lo único que les interesa es el culto de Onán.
Evangelio quiere decir traer buenas noticias, y en el cuarto evangelio Juan nos cuenta con detalle preciso la buena noticia de la vida de Señor Jesús. ¿Y que nos cuenta Juan? Nos cuenta en detalle la vida de Señor Jesús, el hijo de Dios. Y Juan es el primero que nos habla de un personaje que humilló a Señor Jesús en su calvario. Señor Jesús se arrastraba con su corona de espinas y la cruz a cuestas, cuando cayó de rodillas, extenuado y abrasado por la sed. Entonces dirigió su mirada hacia un fariseo que tenía a su lado, y suplicó por agua. Ese judío, que podría haber alcanzado la gloria eterna por calmarle la sed a nuestro redentor, golpeó con su mano el hombro de Señor Jesús, y le dijo: ¡-ala, arriba y anda deprisa-! Fijando su mirada celestial en el desalmado que le había negado agua, Señor Jesús contestó: -y tú, judío, andarás por el mundo hasta que yo vuelva.
Y ese tenebroso personaje, que le negó agua a Señor Jesús, camina desde ese día sin rumbo fijo por el planeta, descalzo, sin bolsa, pero todos ignoramos de dónde vienen las grandes sumas de dinero que maneja.
Y les quiero señalar una vez más que en pecado mortal están condenados a errar por toda la eternidad en los infiernos, donde irán a parar ustedes sin ninguna duda.
Y ahora, antes de confesarse para recibir la sagrada comunión, para terminar por hoy, recordemos que Señor Jesús nos mostró la senda que debemos seguir cuando dijo:-yo soy el camino. Amén”.
La confesión era seguida por la misa, después empezaban las materias escolares.
A las doce almorzábamos agradeciendo con oraciones el magro alimento. Un recreo y seguíamos con las clases ordinarias.
El día transcurría como si fuese un sueño en el cual flotábamos sin poder despertar.
Al atardecer podíamos irnos, la alegría era general, y al salir a la calle nos alejábamos deprisa. De vuelta a casa, sumergido en el ruido atronador que producía el amasijo de fierro viejo del tranvía, una sensación de alivio me embargaba.
A partir de ese momento y hasta la mañana siguiente la muerte era cosa del pasado.