Rodolfo Rossi y Hortensio Ernesto Pellizzari. Año 1974
Lo conocimos en nuestro primer trabajo, promediando los años 60, y quedamos asombrados por su sabiduría acerca del Buenos Aires antiguo, el tango y el infaltable prostíbulo.
Hortensio Ernesto, hijo de un sastre triestino, había nacido en General Guido, Provincia de Buenos Aires, en los comienzos del Siglo XX.
Cuando cursaba el colegio primario su familia se instaló en el barrio de Caballito.
Rápidamente, Hortensio se destacó como futbolista en los inmensos baldíos del bajo Flores.
Se hizo jugador de fútbol profesional, e integró la zaga famosa de Ferrocarril Oeste de 1931: Santoro, Badino y Pellizzari.
Ese año concretó un gol notable a River, en el estadio de Alvear y Tagle, que quedó en la historia del fútbol.
Jugó también en Vélez y terminó su carrera deportiva en América de Río de Janeiro.
Contaba que llegó a Río en barco una tarde de Carnaval de 1938.
En el puerto no había nadie. Tampoco estaban los dirigentes que lo habían contratado, y debían estar esperándolo.
-¿Qué hiciste?, le preguntamos.
-Alquilé un disfraz de Pierrot y empecé a correr minas por la calle.
Cuando se retiró del fútbol se empleó en el “Instituto del Café”.
-Estuve un par de años pero extrañaba.
-A tu familia, dijo uno.
-No, al Tarila y a Benito Bianquet, el Cachafaz.
En Río no había tango y mi hermano y yo bailábamos muy bien.
Me volví, ubiqué a Bianquet y la primera noche en Buenos Aires bailamos hasta el otro día.
Cultor del verso alejandrino hablaba como un personaje de un Mester de Juglaría criollo, con domicilio en la calle Cachimayo.
Era cobrador de la radio donde trabajábamos, y a la tarde anotaba en un cuaderno, con una letra diminuta, las cobranzas que debía realizar al otro día.
De improviso se escuchaba su voz:- Apurate Pellizzari que te va a agarrar la noche, y salía despedido hacia la calle antes de que saliese la primera estrella.
Un erudito en tango y prostíbulos.
Contaba que los sábados a la medianoche, desde Primera Junta salía un tranvía sin número que llevaba hombres solos.
El recorrido terminaba en los prostíbulos de Mataderos.
Reflexionaba Hortensio:-El quilombo era un lugar donde uno se divertía sanamente.
Gran bailarín de tango, sabía, además, de orquestaciones y cantores a través de los años.
Al vernos siempre con libros una vez preguntó: -Ustedes que leen tanto, seguramente conocen la historia de Iacopo Rusticucci. Le dijimos que no. ¿-Quién era? preguntamos.
-Un personaje de la Divina Comedia, contestó.
¿-Leíste La Comedia? pregunté sorprendido.
-En italiano, como corresponde, repondió.
Y contó la vida de Rusticucci.
-Era un gran bacán de Florencia pero la mujer lo fajaba y el pobre terminó en el Infierno de los sodomitas, como se dice ahora.
La vida de Iacopo Rusticucci nos deja una enseñanza, el hombre debe ser hombre aunque la mujer le pegue, concluyó.
Pensamos que nos estaba cargando y fuimos al libro.
En el CantoXVI del Infierno, versos 43 al 45, Iacopo dice:
Lo conocimos en nuestro primer trabajo, promediando los años 60, y quedamos asombrados por su sabiduría acerca del Buenos Aires antiguo, el tango y el infaltable prostíbulo.
Hortensio Ernesto, hijo de un sastre triestino, había nacido en General Guido, Provincia de Buenos Aires, en los comienzos del Siglo XX.
Cuando cursaba el colegio primario su familia se instaló en el barrio de Caballito.
Rápidamente, Hortensio se destacó como futbolista en los inmensos baldíos del bajo Flores.
Se hizo jugador de fútbol profesional, e integró la zaga famosa de Ferrocarril Oeste de 1931: Santoro, Badino y Pellizzari.
Ese año concretó un gol notable a River, en el estadio de Alvear y Tagle, que quedó en la historia del fútbol.
Jugó también en Vélez y terminó su carrera deportiva en América de Río de Janeiro.
Contaba que llegó a Río en barco una tarde de Carnaval de 1938.
En el puerto no había nadie. Tampoco estaban los dirigentes que lo habían contratado, y debían estar esperándolo.
-¿Qué hiciste?, le preguntamos.
-Alquilé un disfraz de Pierrot y empecé a correr minas por la calle.
Cuando se retiró del fútbol se empleó en el “Instituto del Café”.
-Estuve un par de años pero extrañaba.
-A tu familia, dijo uno.
-No, al Tarila y a Benito Bianquet, el Cachafaz.
En Río no había tango y mi hermano y yo bailábamos muy bien.
Me volví, ubiqué a Bianquet y la primera noche en Buenos Aires bailamos hasta el otro día.
Cultor del verso alejandrino hablaba como un personaje de un Mester de Juglaría criollo, con domicilio en la calle Cachimayo.
Era cobrador de la radio donde trabajábamos, y a la tarde anotaba en un cuaderno, con una letra diminuta, las cobranzas que debía realizar al otro día.
De improviso se escuchaba su voz:- Apurate Pellizzari que te va a agarrar la noche, y salía despedido hacia la calle antes de que saliese la primera estrella.
Un erudito en tango y prostíbulos.
Contaba que los sábados a la medianoche, desde Primera Junta salía un tranvía sin número que llevaba hombres solos.
El recorrido terminaba en los prostíbulos de Mataderos.
Reflexionaba Hortensio:-El quilombo era un lugar donde uno se divertía sanamente.
Gran bailarín de tango, sabía, además, de orquestaciones y cantores a través de los años.
Al vernos siempre con libros una vez preguntó: -Ustedes que leen tanto, seguramente conocen la historia de Iacopo Rusticucci. Le dijimos que no. ¿-Quién era? preguntamos.
-Un personaje de la Divina Comedia, contestó.
¿-Leíste La Comedia? pregunté sorprendido.
-En italiano, como corresponde, repondió.
Y contó la vida de Rusticucci.
-Era un gran bacán de Florencia pero la mujer lo fajaba y el pobre terminó en el Infierno de los sodomitas, como se dice ahora.
La vida de Iacopo Rusticucci nos deja una enseñanza, el hombre debe ser hombre aunque la mujer le pegue, concluyó.
Pensamos que nos estaba cargando y fuimos al libro.
En el CantoXVI del Infierno, versos 43 al 45, Iacopo dice:
E io, cue posto son con loro incroce,
Iacopo Rusticucci fui; e certo
La fiera moglie piú ch’altro mi nuoce.
Iacopo Rusticucci fui; e certo
La fiera moglie piú ch’altro mi nuoce.
También leía, de manera crítica, el Antiguo Testamento.
Comentó: -Jehová era un Dios malo por que de chico le pegaban con un palo. Después se encargó de matar a su propio hijo que murió en la cruz. Al final Jesús, que tenía cara de gil de lechería, resultó un rusito piola.
Se quedó con todo, ahora todos le rezan a él y del padre nadie se acuerda. Toma mate, remató.
Una tarde Hortensio se jubiló y dejamos de verlo por años.
Supimos que estaba enfermo y lo visitamos en su casa centenaria.
Se alegró cuando llegamos. Un rato después me tomó de la mano y dijo:
-Pasa el tiempo inexorable y envejece la materia.
Después la noche lo alcanzó.
Comentó: -Jehová era un Dios malo por que de chico le pegaban con un palo. Después se encargó de matar a su propio hijo que murió en la cruz. Al final Jesús, que tenía cara de gil de lechería, resultó un rusito piola.
Se quedó con todo, ahora todos le rezan a él y del padre nadie se acuerda. Toma mate, remató.
Una tarde Hortensio se jubiló y dejamos de verlo por años.
Supimos que estaba enfermo y lo visitamos en su casa centenaria.
Se alegró cuando llegamos. Un rato después me tomó de la mano y dijo:
-Pasa el tiempo inexorable y envejece la materia.
Después la noche lo alcanzó.