-Anoche, por vías paranormales, se comunicó conmigo el finado Cátulo Castillo, dijo en el café el vidente Locuco.
Mirando a Malena, la que esconde una esperanza humilde, el mago comentó:-Me contó que el tema de Perón y su madre está encaminado.
El viernes a la noche se dará cita en mi domicilio para hablar con usted.
El día indicado, a medianoche, se constituyeron los integrantes de la cátedra en la casa del oscuro de Munro.
Estaban presentes Malena, Paredes, el tordo Laferlita, y el tanguero que volvió de la muerte, Sr. Musante.
Al rengo lo dejaron en el auto:-Gorrén, cuidame el coche que este barrio es fulería, dijo Julio Paredes, el poeta.
Sentados frente a la mesa ovalada el vidente masculló la palabras indicadas y de inmediato se materializó Cátulo Castillo.
-Quería hablar con ustedes que son gente del tango, y especialmente con mi querida Malena para que sepan algo que nadie conoce en el tan ponderado mundo de los vivos.
Continuó Cátulo:-En septiembre de 1955 me condenaron al olvido. Mi refugio fue la vieja quinta de Ezeiza donde viví en soledad y compuse “La última curda” .Algunos dicen que con esa letra cerré el tango para siempre. Exageran.
Mi propósito fue señalar con metáforas la realidad de esos años tan ingratos en los que se fusilaba en basurales. A los rebeldes rendidos, que habían osado pedir elecciones libres, se les aseguraba la vida para después matarlos por la espalda.
Ese tango no me lo perdonaron nunca y un sector, donde se encontraban los más resentidos y criminales, juró vengarse.
Yo aguanté hasta fines de 1975, me despedí de los amigos más queridos y el 19 de octubre me fui en busca de Aníbal Troilo, que se había retirado meses antes.
Cuando el gordo se rindió, el 18 de mayo, me apuré a terminar un tango-homenaje a Juan Domingo Perón.
El tema originariamente se llamaba “Por ese gran argentino”, pero fue éste, en las largas conversaciones en el café “El pensamiento”, el que me hizo desistir del nombre elegido y cambiarlo.
Quise escribir algo semejante a “Serenata a la muerte de Eva”. Cuando la Señora murió se callaron los astros y la vida se detuvo.
Yo saludé y me fui en el momento justo. Ese año comenzó la caída final.
Tres años después supe que una horda de perros cimarrones, hambrientos y rabiosos, rodearon mi casa de Ezeiza. Buscaban el manuscrito de “Por ese gran argentino”. Giraron aullando a su alrededor y en un momento entraron. Al no encontrar nada se volvieron más rabiosos todavía.
Destruyeron todo a mordiscones y no dejaron piedra sobre piedra. La casa fue saqueada y pocos días después se derrumbó.
Los perros corrieron ladrando alrededor de la destrucción durante horas.
Dieron varias vueltas a la manzana y después huyeron buscando su rumbo definitivo.
La obra que no encontraron yo la tenía conmigo.
La terminé y Aníbal Troilo le puso música.
La grabó, en el Paraíso, Carlos Gardel.
Cátulo introdujo su mano derecha en el bolsillo del saco y extrajo un CD.
-Acá está. Cuando Juan me pidió que no lo nombre no encontré un título adecuado.
El país que yo dejé en 1975 ya no existe, y lo peor es que hemos perdido la esperanza que algún día tuvimos.
Por eso los convoqué, continuó Cátulo.
-Ustedes pueden difundir la grabación como mi último aporte a la cultura nacional.
Habló Malena, la que esconde una esperanza humilde.
-No está todo perdido, hay gente como nosotros que continúa trabajando.
-Malena, interrumpió Cátulo. –Hay que afrontar la verdad por dura que ésta sea. Nos han ganado la guerra. Es así y si negamos la realidad terminaran de destruir lo poco que nos queda.
Me duele mucho decir esto y precisamente a usted a quien quiero como a una hija.
A esta altura de la destrucción total de lo que fue
la gran fiesta nacional solo podemos salvar unas pocas cosas, y estas son de gran valor afectivo.
Una es el tango. Es la esencia nacional y hay que luchar para que no sea olvidado.
Otra cosa que hay que cuidar son los lazos del apego y la amistad.
Le dije Malena que usted es la hija que no tuve.
Para Juan yo soy su hijo en el afecto y ocupo, gracias a él, un lugar muy destacado en el sitio que elegimos para toda la eternidad.
Por carácter transitivo usted, Malena, es nieta de Juan Domingo Perón, y eso no es poca cosa.
Quiero contarle también que la mediación que usted me solicitó entre Juana Sosa y su hijo va por buen camino y creo que llegaremos a un final feliz.
Tras cartón Cátulo se paró, besó la frente de Malena y desapareció.
La magia del momento fue rota por la voz de trueno de Julio Paredes: ¡-No tenés abuelo, Malena!
Mirando a Malena, la que esconde una esperanza humilde, el mago comentó:-Me contó que el tema de Perón y su madre está encaminado.
El viernes a la noche se dará cita en mi domicilio para hablar con usted.
El día indicado, a medianoche, se constituyeron los integrantes de la cátedra en la casa del oscuro de Munro.
Estaban presentes Malena, Paredes, el tordo Laferlita, y el tanguero que volvió de la muerte, Sr. Musante.
Al rengo lo dejaron en el auto:-Gorrén, cuidame el coche que este barrio es fulería, dijo Julio Paredes, el poeta.
Sentados frente a la mesa ovalada el vidente masculló la palabras indicadas y de inmediato se materializó Cátulo Castillo.
-Quería hablar con ustedes que son gente del tango, y especialmente con mi querida Malena para que sepan algo que nadie conoce en el tan ponderado mundo de los vivos.
Continuó Cátulo:-En septiembre de 1955 me condenaron al olvido. Mi refugio fue la vieja quinta de Ezeiza donde viví en soledad y compuse “La última curda” .Algunos dicen que con esa letra cerré el tango para siempre. Exageran.
Mi propósito fue señalar con metáforas la realidad de esos años tan ingratos en los que se fusilaba en basurales. A los rebeldes rendidos, que habían osado pedir elecciones libres, se les aseguraba la vida para después matarlos por la espalda.
Ese tango no me lo perdonaron nunca y un sector, donde se encontraban los más resentidos y criminales, juró vengarse.
Yo aguanté hasta fines de 1975, me despedí de los amigos más queridos y el 19 de octubre me fui en busca de Aníbal Troilo, que se había retirado meses antes.
Cuando el gordo se rindió, el 18 de mayo, me apuré a terminar un tango-homenaje a Juan Domingo Perón.
El tema originariamente se llamaba “Por ese gran argentino”, pero fue éste, en las largas conversaciones en el café “El pensamiento”, el que me hizo desistir del nombre elegido y cambiarlo.
Quise escribir algo semejante a “Serenata a la muerte de Eva”. Cuando la Señora murió se callaron los astros y la vida se detuvo.
Yo saludé y me fui en el momento justo. Ese año comenzó la caída final.
Tres años después supe que una horda de perros cimarrones, hambrientos y rabiosos, rodearon mi casa de Ezeiza. Buscaban el manuscrito de “Por ese gran argentino”. Giraron aullando a su alrededor y en un momento entraron. Al no encontrar nada se volvieron más rabiosos todavía.
Destruyeron todo a mordiscones y no dejaron piedra sobre piedra. La casa fue saqueada y pocos días después se derrumbó.
Los perros corrieron ladrando alrededor de la destrucción durante horas.
Dieron varias vueltas a la manzana y después huyeron buscando su rumbo definitivo.
La obra que no encontraron yo la tenía conmigo.
La terminé y Aníbal Troilo le puso música.
La grabó, en el Paraíso, Carlos Gardel.
Cátulo introdujo su mano derecha en el bolsillo del saco y extrajo un CD.
-Acá está. Cuando Juan me pidió que no lo nombre no encontré un título adecuado.
El país que yo dejé en 1975 ya no existe, y lo peor es que hemos perdido la esperanza que algún día tuvimos.
Por eso los convoqué, continuó Cátulo.
-Ustedes pueden difundir la grabación como mi último aporte a la cultura nacional.
Habló Malena, la que esconde una esperanza humilde.
-No está todo perdido, hay gente como nosotros que continúa trabajando.
-Malena, interrumpió Cátulo. –Hay que afrontar la verdad por dura que ésta sea. Nos han ganado la guerra. Es así y si negamos la realidad terminaran de destruir lo poco que nos queda.
Me duele mucho decir esto y precisamente a usted a quien quiero como a una hija.
A esta altura de la destrucción total de lo que fue
la gran fiesta nacional solo podemos salvar unas pocas cosas, y estas son de gran valor afectivo.
Una es el tango. Es la esencia nacional y hay que luchar para que no sea olvidado.
Otra cosa que hay que cuidar son los lazos del apego y la amistad.
Le dije Malena que usted es la hija que no tuve.
Para Juan yo soy su hijo en el afecto y ocupo, gracias a él, un lugar muy destacado en el sitio que elegimos para toda la eternidad.
Por carácter transitivo usted, Malena, es nieta de Juan Domingo Perón, y eso no es poca cosa.
Quiero contarle también que la mediación que usted me solicitó entre Juana Sosa y su hijo va por buen camino y creo que llegaremos a un final feliz.
Tras cartón Cátulo se paró, besó la frente de Malena y desapareció.
La magia del momento fue rota por la voz de trueno de Julio Paredes: ¡-No tenés abuelo, Malena!