Terminado el reportaje a Kafka, el vidente Locuco dijo:
-Mejor sería quedarse unos días acá, en el Paraíso, sin volver a Munro,
para no desgastar mis poderes.
Hay una réplica del Hotel “Las Delicias”, que existía en Adrogué; podemos alojarnos ahí.
Recuerden que mañana a la mañana tenemos cita con Leopoldo Lugones.
Paredes, Malena y el profesor Locuco hicieron noche en el otro mundo.
Al día siguiente, cuando entraron al café "El Pensamiento", Lugones ocupaba una mesa que daba a la ventana.
Se puso de pié y saludó a Malena, la que esconde una esperanza humilde, con un beso en la mano. Ubicados frente a la mesa Paredes, el poeta del barrio rompió el fuego:-Lugones, me llamo Julio Paredes, soy poeta y periodista, la señora es Malena Verdadera, y el señor es el famoso vidente Locuco.
No sé si recordará la revista "El alma que canta".
-Por supuesto que la recuerdo.
-Dejó de salir hace años, pero ahora, con el nuevo auge del tango, haremos un relanzamiento de la misma. Si bien conocemos su opinión sobre el tema, querríamos hacerle algunas preguntas.
-Con respecto a nuestra música de Buenos Aires quiero aclararles que mi punto de vista ha variado de manera radical, se despachó Don Leopoldo.
-Ya no es más un "reptil de lupanar", como pensaba de joven sino que es la más maravillosa música que ha dado una ciudad en el mundo.
Sepan que junto a mi compañera de baile, mi querida Emilia Cadelago, ganamos el último campeonato interplanetario en el rubro "Tango Malevo".
Curiosa, Malena, preguntó: ¿-Quienes fueron los otros ganadores?
Respondió Lugones:-De los conocidos por ustedes Franz Kafka y Carmencita Calderón ganaron en el rubro "Tango Fantasía".
Al rusito no hay con que darle, concluyó Leopoldo.
¿-Le gusta la literatura de Kafka? Preguntó Paredes.
-Uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, y además un gran tanguero.
Una tarde Franz me dijo: todos los días necesitaba escribir una línea en mi contra. Eso se terminó cuando descubrí la voz del Zorzal. Gardel me cambió la vida.
Lo mío es similar a lo que le pasó a Kafka. Cuando apareció Emilia en el Palacio Pizzurno, descubrí al mismo tiempo la pasión y la gola del Morocho.
Yo era un hombre frustrado, con un gran resentimiento por todo lo que viniera de afuera. Recuerdo una tarde de primavera que salí a caminar por la calle Florida y la encontré llena de gringos. Entré en el Jockey Club y lo primero que dije cuando me encontré con un amigo fue: los salvajes italianos están de fiesta.
Y ese odio contra lo peninsular me llevó a detestar al tango porque sus compositores tenían apellido italiano.
1913 fue el año del tango en Europa, cosa que me produjo gran indignación.
Entonces brindé una serie de conferencias en el teatro “Odeón” donde exalté la figura del gaucho como paradigma de la nacionalidad, y que ese paradigma estaba en el “Martín Fierro”.
Lo que no dije es que lo que más me gustaba del libro de Hernández en esa época, era la burla hacia lo “Papolitanos”, y que en una estrofa de gran belleza formal, los pampas ahogan en un charco a un gringuito cautivo.
Pero a partir de mi romance con Emilia cambié de manera total. Con ella nos encontrábamos en el mueble, y después del amor cantábamos tangos de Gardel. Todo lo arruinó mi hijo, el torturador, que encontró las cartas de amor y amenazó a los padres de Emilia con el escándalo y a mí con asesinarme.
Eso precipitó mi muerte, producida por una generosa dosis de cianuro, que bebí en el recreo “El Tropezón”, en el Delta.
Pero acá me reencontré con mi gran amor.
También le pedí disculpas a Gardel que ahora me honra con su amistad.
-Lugones, le quiero hacer una pregunta que usted puede no contestar porque es de carácter íntimo.
-Pregunte nomás.
¿-Existe el sexo después de la muerte?
-Por supuesto que si, exclamó exaltado Don Leopoldo. -Y es mucho más placentero que en la vida. Acá, como dice Swedenborg, todo es más intenso.
Hay un médico francés, Jacques Lacan, que además de ser traductor de Agustín Magaldi al francés, escribió un ensayo notable titulado “El sexo después de la muerte y la función del orgasmo en un finado reciente”.
Está buscando editorial.
-Para terminar Lugones, la revista va a salir con un CD. Querríamos que usted recite un poema para incluirlo en el primer número.
-El poema que más me gusta, de los tantos que escribí es “Salmo Pluvial”.
¿Puede ir?
-Por supuesto, contesto Paredes y sacando un pequeño grabador del bolsillo lo puso frente a Lugones.-Cuando quiera, Leopoldo, dijo Paredes.
Habló Lugones:
-Salmo pluvial
Tormenta
Erase una caverna de agua sombría el cielo;
el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
y una remota brisa de conturbado vuelo,
se acidulaba en tenue frescura de limón.
Lluvia
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,
descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,
transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Calma
Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.
Plenitud
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
-Muchas gracias, Lugones, dijo Paredes.
Malena extendió su mano que besó Leopoldo con gran elegancia.
Interrumpió la magia la voz aguardentosa de Locuco:-Algo me dice que hay
que rajar. Rápido, la consigna.
Paredes, Malena, y el vidente cerraron los ojos y soñaron con la pinta de Carlos Gardel. Cuando los abrieron estaban en la calle Sargento Baigorria, frente a la Estación “Munro”.