Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.
Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.
Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.
Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.
Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.
En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.
Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.
Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.
Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.
Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.
Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.
En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.
Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.
domingo, 29 de mayo de 2011
La Violeta
Nicolás Olivari
Ayer se constituyó en mi domicilio el poeta Nicolás Olivari, fallecido en septiembre de 1966.
Dijo:-Quiero hacerte una aclaración. Publicaste que la señorita muerta, que originó el poema de Raúl González Tuñón, es la nieta del italiano que inspiró el tango de Francisco Bastardi.
-El tango se titula “La cabeza del italiano”, contesté.
-Habla de la cabeza frappé del italiano que un tiro se pegó en el almacén.
El itálico suicida no es otro que Domingo Polenta, que menciono en mi poema “La violeta”, que se convirtió en éxito, con la música de mi gran amigo Cátulo Castillo. Lo grabó Carlos Gardel. A propósito, con el Morocho me encuentro a diario en el café “El Pensamiento”, situado en el Paraíso.
Digo en “La violeta”:
Con el codo en la mesa mugrienta,
y la vista clavada en el suelo,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.
Domingo Polenta no pudo soportar la nostalgia de Isola Capo Rizzuto, en la Calabria, y se voló los sesos.
Es todo lo que te quería decir, susurró Olivari.
Cuando cerraba la puerta de casa Nicolás ladró:¡-Momento! Que puedo tomar para la estación Carapachay.
-El mítico 130, contesté.
-Buenas noches, concluyó.
-Buenas noches nos de Dios.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Último sol
Raúl González Tuñón
Una tarde cualquiera, Severino Musante, el tanguero que volvió de la muerte escupió de improviso:-El primer día de muerto, triste y vencido, caminé al azar por el Cielo. En un momento me senté en un banco de plaza. El que estaba a mi lado, mientras le daba maíz a las palomas, dijo:”Severino, soy un ángel y tengo un mensaje para usted. A escasas cuadras de acá, en el café “El Pensamiento”, puede encontrar a Carlos Gardel.”
Ubiqué el feca, y me senté mirando la puerta.
En una mesa junto a la ventana una mujer bebía despacio una taza de té.
Era joven, y su palidez brillaba con el último sol del Paraíso.
Se abrió la puerta y entró “El Zorzal” acompañado por Raúl González Tuñon; se acercaron a la dama solitaria para sentarse junto a su mesa.
Carlitos me preguntó: ¿-Sos finado reciente?
-Hoy a la mañana llegué al Paraíso.
-Sentate con nosotros y pedí un whisky. Los primeros días en este lugar sagrado son fulería, pero después te acostumbrás.
Me senté con ellos y la niña habló: “Pueden ustedes llamarme Isolina”.
Luego dirigiéndose a Raúl dijo:-Soy la señorita muerta de su poema.
¿-Usted? Contestó, emocionado, el poeta.
-Mi padre era vecino suyo en la calle Saavedra, en el barrio de Once.
-Recuerdo muy bien el caso, contestó González Tuñón, y agregó: -Era médico, no recuerdo el apellido.
-Dejemos a mi padre donde está.
¿-Anda por acá? Preguntó “El Zorzal”.
-Eligió infierno, contestó Isolina.
Siguió el poeta:-Cerca de Plaza Once y en un antiguo caserón vivía un médico. Viudo desde hacía años toda su pasión estaba volcada en su hija adolescente. Ésta se casó con un joven también médico, su ayudante.
La joven, acá presente, contrajo una leucemia que en poco tiempo la llevó con su madre.
El padre, desesperado, convenció a su yerno que debían embalsamar a la niña, que ahora sabemos se llama Isolina.
Bueno, la embalsamaron y la sentaron en el sofá de la sala como si estuviese viva.
La indiscreción hizo que el caso se descubriese.
-Los cité porque quería conocerlos. Usted Raúl me inmortalizó en su poema.
Les cuento que soy la nieta del italiano que un tiro se pegó en el almacén. Se llamaba Domenico y era mi abuelo. Mi padre está buscando la cabeza frappé de su padre. Supone que mi abuelo, después de volarse los sesos, eligió infierno.
¿-Dónde quedaba el almacén? Preguntó Gardel.
-En Pompeya. La dirección exacta la tiene Homero Manzi. En “El último organito” Homero dice:
“Con pasos apagados, elegirá la esquina,
Donde se mezclan luces de luna y almacén”.
Dirigiéndose a Gardel, Raúl preguntó: ¿-Cómo andas con Manzi?
-Ahora bien, contestó Gardel.-En un momento nos distanciamos por cuestiones políticas. Homero escribió varios artículos descalificando a Alfredito Lepera.
Ya está todo aclarado, concluyó Don Carlos.
¿-Y ustedes donde se conocieron? Preguntó Isolina.
-En un barco. El Conte Rosso. Fue en 1929. Yo iba a París y en Montevideo subió Carlitos.
-Que noches de garufa nos pasamos, sonrió Gardel
-Y pensar que todo concluyó. A vos te prendieron fuego, y yo terminé mis días como un oscuro redactor de policiales.
Tu vida de cantor concluyó en la hoguera, lo mismo que mi sueño revolucionario.
¡-Isa! Sollozó el Morocho.
-Isolina, preguntó Raúl. –Cuente su vida.
-El insano amor de mi padre hizo que saliéramos en Crítica. Yo estaba sentada en la sala de casa, embalsamada; papá me ordenaba y me vestía para que reciba las visitas.
¿-Se acuerda cuando estaba en su casa? Preguntó Gardel.
-Claro que me acuerdo. Yo también tenía un sueño. Sentada con el mejor vestido, con la mirada helada, soñaba cuando estaba viva.
Cuando usted publicó su poema nos compararon con “La caída de la casa Usher”, de Poe.
-Ese fue mi hermano Enrique.
Continuó Isolina:-En el cuento de Poe está esbozado el incesto. En nuestro caso también el incesto está latente; la conducta desviada de mi padre así lo sugiere.
¿-Y su esposo? Preguntó Carlitos.
-Era ayudante de papá en el consultorio. Dominado por él, estuvo de acuerdo en mi disección, y posterior montaje de mi cuerpo enfermo.
Me buscó por acá pero le dije que no quería verlo más. Está con mi padre en el infierno tratando de embalsamar al señor de las moscas, Belcebú. Cuando me contó esto no lo quise ver más.
Habló El Morocho:-Isolina, tu familia busca en el infierno la cabeza frappé del italiano, y al demonio. El negro Celedonio decía:”golpea que te van a abrir”. No se si me explico.
Ellos jugaron con tu descanso eterno. No tenías tumba ni estómago.
¡Que tema más ingrato!
Te cuento que yo también jugaba con la vida, y ella al fin me traicionó.
Remató Raúl:-García Lorca me dijo en Madrid que los argentinos le dábamos miedo porque cuando blasfemábamos tuteábamos a Dios. “No se tutea a la muerte”, decía Federico.
Cuando murió mi hermano Enrique escribí: “fue la muerte el último asombro”.
Me equivoqué. El último asombro es la vida después de la muerte; este cielo inesperado.
sábado, 7 de mayo de 2011
viernes, 6 de mayo de 2011
Cátulo cuenta su historia
Nació en Boedo como Ovidio Catulo González Castillo, el 6 de agosto de 1906.
Su padre, el dramaturgo José González Castillo lo quiso llamar Descanso Dominical, inspirado en la ley de descanso obligatorio, sancionada por iniciativa de Alfredo Palacios.
En el Registro Civil lo hicieron desistir del nombre. Entonces eligió Ovidio y Catulo, considerados los mejores escritores de poesía lírica.
Pero el burócrata de los nombres señaló que debía acentuar el nombre Catulo.
-Pongamos un acento en la a porque a su hijo en el colegio lo volverán loco.
Cuando José González volvió a su casa rumiando el acento se desató una lluvia torrencial. Tomo al niño en sus manos, lo llevó al patio y exponiéndolo al aguacero, gritó: - ¡Cátulo, que los dioses libertarios te hagan un buen anarco! Pocas horas después el pobre volaba de fiebre y contrajo una pulmonía doble. Salvó su vida de milagro, ayudado por los dioses de su padre, y por los otros también, porqué negarlo.
Sus comienzos fueron como compositor musical. No escribía letras porque para eso estaba su progenitor, autor de tangos notables como “Griseta”, “Silbando”, y “Organito de la tarde”.
La actividad política familiar los lleva al exilio en Santiago de Chile. Cuando regresan, Cátulo tiene ocho años, estudia violín pero al poco tiempo cambia por el piano. A los quince años comienza con las prácticas de boxeo donde se destaca como un gran caminador del ring, con sorpresivos y fulminantes golpes de know-out. Tras 78 combates y siendo Campeón Argentino de peso pluma es preseleccionado para competir en las Olimpíadas de París en 1924. Al quedar al margen del equipo abandona la práctica activa.
En esa época gana un premio por el tango “Organito de la tarde”, como autor de la música. La letra es de José González. Con el dinero emprenden juntos un viaje a Europa. Cuando regresa forma su primera orquesta con Miguel Caló y el cantor Alberto Maida.
Pero la magia de Cátulo se muestra a partir de 1937 cuando muere su padre y él se suelta como letrista.
En 1941 compone "Tinta Roja”, con música de Sebastián Piana. “El tango debe ser nostálgico, debe mostrar con melancolía las cosas del pasado. En Tinta Roja busqué el paraíso perdido de la infancia. La belleza del tango consiste en disfrutar la tristeza”, decía Cátulo en un reportaje publicado en la revista Radiolandia.
En 1945 conoce al Coronel Perón y a su compañera Eva Duarte, con los que trabará una gran amistad. Sobre todo con Evita a la que dedica, cuando muere en 1952, el poema "Serenata a la muerte de Eva".
“No se olviden que duerme,
se han callado los astros,
la vida se detiene”.
Con respecto al General, Cátulo reconocía que había aplicado las ideas socialistas que predicaba su padre. Redistribución de la renta, aguinaldo y vacaciones pagas, pero muchas cosas no le gustaban.
Cuenta el poeta Héctor Blanco que una noche Cátulo comentó:- lo que me espanta de Juan Perón es su agnosticismo moral.
Desde adolescente le habían atraído las ciencias ocultas. Es en una reunión de esotéricos que uno de ellos le dice que morirá un 19 de Octubre. Para agregar después:-si venís mañana te digo el año. No regresa nunca más a la casa de los brujos, pero se hace acuñar una medalla de oro cuyo único texto reza: “19 de octubre”.
Producido el golpe del 55 Cátulo es despedido de SADAIC y de la Comisión Nacional de Cultura. Se recluye en una vieja quinta de Ezeiza donde, además de rodearse de casi 70 perros, compone una obra maestra: “La última curda”. Sus versos son una metáfora de la noche aciaga que cubre a nuestro país donde la tortura es cotidiana, y se fusila en míseros basurales.
Los amigos lo visitan, sobre todo Aníbal Troilo y un personaje singular, hoy olvidado, que abrumado por la muerte de su hija camina entre los perros y llorando les cuenta que la niña se suicidó por su culpa. Se trata de un calabrés errante llamado Vincenzo Scaramuzza, que además es un notable maestro de piano.
En 1967 Cátulo escribe, para el libro “Prostibulario”, un capítulo llamado “Prostíbulos y prostitutas”. Le envía un ejemplar a Perón que le contesta:
-Siempre dije que el hombre, además de calle debe tener quilombo.
En 1970 publica “Amalio Reyes, un hombre”, llevada al cine e interpretada por Hugo del Carril.
En esos años la violencia se hace cada vez más intensa, Cátulo, abrumado, vive recluido con sus perros.
Cuando el justicialismo retoma el poder Cátulo, en un reportaje da una respuesta que lo pinta de cuerpo entero. Ante la pregunta del periodista sobre a que sector del peronismo pertenece, entre los infinitos grupos que votaron al gobierno popular, responde: -Al de peronista bueno.
En 1975 comienza la carnicería. En la reina del plata se mata por la calle, y como si fuera una señal de lo porvenir el 18 de Mayo muere Aníbal Troilo, su amigo más querido.
Cátulo no puede más, sabe que su fin está próximo y espera resignado el mes de Octubre. El 19 amanece radiante. Al levantarse sale de la casa y camina entre los perros buscando alguna señal. Se despide acariciándolos.
A media tarde el silencio es abrumador. Entonces se prepara. Cuando oscurece comienzan los ladridos. Los perros aúllan como nunca, y hay un momento en que todo Ezeiza es un grito desgarrado.
Cátulo espera sentado en la galería hasta que su corazón estalla.
Cuentan los amigos que al otro día, caminando al lado de la caja que llevaba los restos del poeta, los sepultureros se referían a la noche anterior diciendo que nunca habían escuchado con tal intensidad los alaridos de los muertos.
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