El Sr. Musante, distinguido integrante de la Cátedra del Café, sobresale sobre los otros, por ser el único tanguero que volvió de la muerte.
¿-Cómo anda Musante? preguntamos cuando llega al café.
-Reponiéndome de mi fallecimiento, es la respuesta del ex-finado.
-Tema difícil, acotamos.
-Estar muerto no es grato, pero conocí tanta gente en el más allá que cuando vuelva amigos no me van a faltar, tranquiliza el Sr. Musante.
-Y de todos los que conocí en el mundo de los muertos se destaca Carlos Gardel. Además a través del morocho compartí la mesa con personajes que ni soñaba encontrame alguna vez, como los tenores Caruso y Mario del Mónaco.
-¿Son amigos de Gardel? preguntamos.
-Tienen devoción por Carlitos, contesta Musante. -Pero amigos somos pocos. El negro Celedonio Flores es como su hermano. Otros que Gardel honra con su amistad son el torero Rafael Gómez Ortega, conocido como “Gallito”, y el poeta uruguayo Isidoro Ducasse, Conde de Lautremont.
El señor conde insiste para que Carlitos haga una aparición nocturna sobre el cerro de Montevideo y diga que es uruguayo. Gardel contesta que sería faltar a la verdad.
-Sobre la muerte de Gardel se chamuyan fulerías. Se dice que Carlitos fue la última víctima de la Inquisición, comentamos.
-Eso es cierto, contestó Musante. A Gardel lo asesinó la Iglesia Católica.
Eso me lo contó Carlitos y fui testigo en el café “El Pensamiento”, del día en que Monseñor Gustavo Franceschi le vino a pedir disculpas. El cura se sentó a la mesa y habló.
Carlos Gardel lo escuchó en silencio y cuando el fraile, con el sombrero en la mano, esperaba la respuesta del morocho, ésta llego calma y firme.
¿-Aceptó las disculpas?
-No. Primero Carlitos le recordó que cuando el accidente en Medellín, la revista Criterio celebró su muerte en una editorial firmada por el monseñor.
-Fue una orden que recibí del Vaticano, acotó Franceschi.
-Y usted me prendió fuego porque se lo ordenaron, contestó el Zorzal.
-Si, a la Iglesia Católica nunca le gustó el tango y usted estaba considerado el demonio. Por eso el 27 de junio de 1935 escribí la editorial de la que ahora me arrepiento.
-Monseñor, usted dijo que en mi velatorio había “féminas que se habían embardunado la cara con harina y los labios con almagre”. Que había “Gandules de pañuelito al cuello dirigiendo piropos apestosos a las mujeres”.
-Eso dije, contestó el cura con la mirada baja.
-Además de escribir muy mal usted me hizo matar.
-Así es, pero ahora estoy arrepentido.
-Y por qué se arrepiente.
-Cuando llegué a este lugar me di cuenta que Swedemborg tenía razón. Dios no condena a nadie y cada uno elije, después de muerto, si quiere infierno o paraíso.
Y si el Señor deja que el libre albedrío continúe en este lugar sagrado, no tenemos derecho en la tierra a juzgar conductas e incendiar demonios como usted, con todo respeto, susurró Franceschi.
-¿Quién le dio la orden de matarme? preguntó el Morocho.
-Monseñor Pacelli cuando estuvo en Buenos Aires. Poco tiempo después lo premiaron convirtiéndolo en el Papa Pío XII.
-Hablando de Pío XII, que destino eligió. Por estos lados no ha sido visto, preguntó Don Carlos.
-Eligió el infierno porque dice que en el cielo el lugar común es el tango.
Ángel Vargas es el preferido de Dios, y a usted, Gardel, lo apañan la Virgen María y su hijo, que interpreta “Soy una fiera” de manera notable.
Para Pío XII esto es insoportable. Vive en las tinieblas rumiando su bronca con el tango.
Después de un largo silencio se oyó la voz de Franceschi:
-¿Me perdona Don Carlos?
-Sos un gil, respondió Carlitos. -Yo no condeno a nadie, ni siquiera a vos que me asesinaste de la manera más espantosa. Pero, que querés Franceschi, tu presencia me revienta. Si venís por el café sentate en un lugar donde yo no te vea.
-El Monseñor se levanto de la silla y masculló, al borde del llanto, un “gracias Don Carlos”.
-Después, arreglándose el moño Gardel se dirigió a nosotros y dijo:
-Triste destino el de la curas. Hoy te prenden fuego y 400 años después piden disculpas.
Carlos Gardel canta:"Soy una fiera"