El Forense
Cuando jugábamos en el patio de la escuela Santiago nos hablaba de su abuelo.
Obsesivo, contaba a diario la llegada de su familia desde Europa, la lucha establecida al arribar de Polonia y como, en una batalla cotidiana contra el racismo, la tribu de la cual formaba parte había construido una sólida estructura piramidal cuyo vértice, luego de años de trabajo ocupaba Elías, su abuelo, convertido en estrella rutilante de la medicina nacional.
El Dr. Elías Jacobson era una luz intensa sobre la necrosis celular.
En definitiva, el polaco era un entusiasta del cáncer.
El nieto creció bajo su influencia y cuando chicos, mientras nosotros soñábamos con conocer a Mussimessi, el arquero cantor, Santiago solo pensaba en su primera operación.
Fuimos compañeros en el Colegio Nacional. Luego él estudió Medicina, se recibió en tiempo récord. Fascinado por las vísceras se especializó en restos humanos.
Su primer trabajo como forense fue en los tribunales de San Isidro donde comenzó a realizar sus primeras autopsias estelares.
Guiado por su gran fuerza interior se convirtió en poco tiempo en el mejor
especialista del país, un cirujano lleno de habilidad para hurgar en los despojos.
-Un cadáver es un libro abierto-, repetía hasta el hartazgo.
Durante unos años lo perdí de vista; cuando nos reencontramos lo noté muy cambiado, confuso, con zonas oscuras en su conducta.
Desaliñado, lo veía pasar desde la ventana del café rumbo a
su casa, cargando siempre un gastado maletín de cuero marrón, ancho en su base, donde llevaba los restos que retiraba de la morgue para sus estudios.
Cuando me citaba en su domicilio me desagradaba que bajase la escalera secándose con un trapo, diciendo - no te doy la mano porque estaba trabajando en una pericia, y contaba en detalle hechos desagradables sobre el caso que estudiaba.
Tiempo después me enteré que habían robado una cabeza de la morgue en la que era Director. En ese momento tuve la certeza que tenía que ver con el asunto.
Un día, sentados en el café, lo vimos bajar del tren y caminar apurado por la calle paralela a la vía. Nos saludó a través de la ventana, dobló por la diagonal hasta llegar a su casa, ubicada a pocos metros.
Por casualidad me encontré en la calle con Cecilia, su mujer, y tuve la impresión de que quería esquivarme, pero cuando me detuve me saludó y comenzó a hablar sin mirarme. Cuando busqué sus ojos ella los fijó en la vereda. Su conducta no era la habitual, había perdido la simpatía que siempre la destacó y que por cierto le faltaba a Santiago, un ser nocturno.
Comenté el hecho en el café, donde se desató una discusión acerca de la extraña conducta del forense. El rengo Julio terminó el debate con un categórico –Santiago está loco y terminará mal. Pronto su cerebro de cretino reposará para siempre en un frasco con formol.
Pocos días después, en la estación Retiro lo encontré y tomamos juntos el tren. En los 20 minutos del viaje que realizamos parados, me contó ansioso que estaba trabajando en un proyecto que traería cola, y como siempre tuvo un capítulo dedicado a su abuelo. El discurso continuó al descender del tren. Antes de que yo entrase al café dijo: -en definitiva me he pasado la vida buscando a Dios sin encontrarlo, pero en este momento estoy seguro de estar en el camino correcto.
Pedí un cortado pensando en las palabras de Santiago, y qué significaba para él estar en el camino correcto de su búsqueda mística.
A partir de ese día me instalé en el café desde donde podía ver sus movimientos sin despertar sospechas. A diario lo veíamos pasar con su infaltable maletín rumbo a su casa. Antes de entrar miraba hacia atrás como si alguien lo siguiese.
Las piezas humanas seguían desapareciendo de la morgue y a esta altura el rengo Julio acusaba a Santiago sin vueltas.
Una noche, cuando el café cerraba lo vimos salir con el rostro alucinado, llevando el maletín. A paso acelerado cruzó las vías del Mitre y se perdió en la oscuridad de la costa del río.
Julio me dijo: - Seguilo, algo trama ese guanaco, y salí para sumergirme
en las sombras. Traté de darle alcance para ver qué hacía, pero lo perdí de vista.
Al otro día conté que Santiago había desaparecido en la niebla, que lo busqué bordeando el río pero se había esfumado.
La certeza de que algo estaba por suceder había ganado el ánimo de todos y la sensación se hizo realidad una noche de verano.
Cuando ya casi de madrugada, escuchábamos las historias de siempre, vimos con asombro que la casa de Santiago estaba envuelta en llamas.
Corrimos hasta el incendio tratando de hacer algo por los que se encontraban atrapados por el fuego, pero llegaron los bomberos y tuvimos que retirarnos.
Amaneció con nosotros mirando, paralizados, como ardía la casa.
En un momento notamos que sacaban a Cecilia, pero las llamas continuaron y recién a media tarde lograron sofocarlas.
El médico tuvo una muerte heroica purificado por el fuego. Cecilia sobrevivió.
Tiempo después pude hablar con ella. Me contó que Santiago robaba piezas de la morgue para reconstruir a su abuelo. Con suma paciencia lo estaba armando en su laboratorio. Elegía cada órgano preparándolo con mucho cuidado y observando de manera minuciosa su correcto funcionamiento.
Riñones, páncreas, corazón, un hígado en perfecto estado, la rosada masa intestinal, todo lo iba reciclando paso a paso hasta que consiguió la pieza más importante.
Era un cerebro de buen tamaño de procedencia desconocida. Esa noche estaba eufórico, no tomó las precauciones del caso y al tratar de dar vida a su engendro desató la tragedia.
Santiago quería encontrase con su abuelo y continuar la conversación que había terminado para siempre.
Le dije que era la obra de un loco pero Cecilia, sin prestarme atención, agregó:
- Es que en su abuelo escuchaba la voz de Dios.
Conté en el café la conversación con la viuda y durante un largo rato hicimos silencio.
De improviso, el rengo Julio gritó: ¡-Mentira! ¿No les dije que el judío era un otario? Buscar la voz de Dios en su abuelo, que ignorancia absoluta.
Luego, más tranquilo, fijando sus ojos en el pocillo, dijo: - En el tango está nuestro Señor, y el Mesías fue un humilde cantor de Barracas.
Concluyó como el que reza: - En la gola de Ángel Vargas está la voz de Dios.
Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.
Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.
Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.
Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.
Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.
En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.
Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.
Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.
Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.
Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.
Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.
En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.
Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario