Raúl González Tuñón
Una tarde cualquiera, Severino Musante, el tanguero que volvió de la muerte escupió de improviso:-El primer día de muerto, triste y vencido, caminé al azar por el Cielo. En un momento me senté en un banco de plaza. El que estaba a mi lado, mientras le daba maíz a las palomas, dijo:”Severino, soy un ángel y tengo un mensaje para usted. A escasas cuadras de acá, en el café “El Pensamiento”, puede encontrar a Carlos Gardel.”
Ubiqué el feca, y me senté mirando la puerta.
En una mesa junto a la ventana una mujer bebía despacio una taza de té.
Era joven, y su palidez brillaba con el último sol del Paraíso.
Se abrió la puerta y entró “El Zorzal” acompañado por Raúl González Tuñon; se acercaron a la dama solitaria para sentarse junto a su mesa.
Carlitos me preguntó: ¿-Sos finado reciente?
-Hoy a la mañana llegué al Paraíso.
-Sentate con nosotros y pedí un whisky. Los primeros días en este lugar sagrado son fulería, pero después te acostumbrás.
Me senté con ellos y la niña habló: “Pueden ustedes llamarme Isolina”.
Luego dirigiéndose a Raúl dijo:-Soy la señorita muerta de su poema.
¿-Usted? Contestó, emocionado, el poeta.
-Mi padre era vecino suyo en la calle Saavedra, en el barrio de Once.
-Recuerdo muy bien el caso, contestó González Tuñón, y agregó: -Era médico, no recuerdo el apellido.
-Dejemos a mi padre donde está.
¿-Anda por acá? Preguntó “El Zorzal”.
-Eligió infierno, contestó Isolina.
Siguió el poeta:-Cerca de Plaza Once y en un antiguo caserón vivía un médico. Viudo desde hacía años toda su pasión estaba volcada en su hija adolescente. Ésta se casó con un joven también médico, su ayudante.
La joven, acá presente, contrajo una leucemia que en poco tiempo la llevó con su madre.
El padre, desesperado, convenció a su yerno que debían embalsamar a la niña, que ahora sabemos se llama Isolina.
Bueno, la embalsamaron y la sentaron en el sofá de la sala como si estuviese viva.
La indiscreción hizo que el caso se descubriese.
-Los cité porque quería conocerlos. Usted Raúl me inmortalizó en su poema.
Les cuento que soy la nieta del italiano que un tiro se pegó en el almacén. Se llamaba Domenico y era mi abuelo. Mi padre está buscando la cabeza frappé de su padre. Supone que mi abuelo, después de volarse los sesos, eligió infierno.
¿-Dónde quedaba el almacén? Preguntó Gardel.
-En Pompeya. La dirección exacta la tiene Homero Manzi. En “El último organito” Homero dice:
“Con pasos apagados, elegirá la esquina,
Donde se mezclan luces de luna y almacén”.
Dirigiéndose a Gardel, Raúl preguntó: ¿-Cómo andas con Manzi?
-Ahora bien, contestó Gardel.-En un momento nos distanciamos por cuestiones políticas. Homero escribió varios artículos descalificando a Alfredito Lepera.
Ya está todo aclarado, concluyó Don Carlos.
¿-Y ustedes donde se conocieron? Preguntó Isolina.
-En un barco. El Conte Rosso. Fue en 1929. Yo iba a París y en Montevideo subió Carlitos.
-Que noches de garufa nos pasamos, sonrió Gardel
-Y pensar que todo concluyó. A vos te prendieron fuego, y yo terminé mis días como un oscuro redactor de policiales.
Tu vida de cantor concluyó en la hoguera, lo mismo que mi sueño revolucionario.
¡-Isa! Sollozó el Morocho.
-Isolina, preguntó Raúl. –Cuente su vida.
-El insano amor de mi padre hizo que saliéramos en Crítica. Yo estaba sentada en la sala de casa, embalsamada; papá me ordenaba y me vestía para que reciba las visitas.
¿-Se acuerda cuando estaba en su casa? Preguntó Gardel.
-Claro que me acuerdo. Yo también tenía un sueño. Sentada con el mejor vestido, con la mirada helada, soñaba cuando estaba viva.
Cuando usted publicó su poema nos compararon con “La caída de la casa Usher”, de Poe.
-Ese fue mi hermano Enrique.
Continuó Isolina:-En el cuento de Poe está esbozado el incesto. En nuestro caso también el incesto está latente; la conducta desviada de mi padre así lo sugiere.
¿-Y su esposo? Preguntó Carlitos.
-Era ayudante de papá en el consultorio. Dominado por él, estuvo de acuerdo en mi disección, y posterior montaje de mi cuerpo enfermo.
Me buscó por acá pero le dije que no quería verlo más. Está con mi padre en el infierno tratando de embalsamar al señor de las moscas, Belcebú. Cuando me contó esto no lo quise ver más.
Habló El Morocho:-Isolina, tu familia busca en el infierno la cabeza frappé del italiano, y al demonio. El negro Celedonio decía:”golpea que te van a abrir”. No se si me explico.
Ellos jugaron con tu descanso eterno. No tenías tumba ni estómago.
¡Que tema más ingrato!
Te cuento que yo también jugaba con la vida, y ella al fin me traicionó.
Remató Raúl:-García Lorca me dijo en Madrid que los argentinos le dábamos miedo porque cuando blasfemábamos tuteábamos a Dios. “No se tutea a la muerte”, decía Federico.
Cuando murió mi hermano Enrique escribí: “fue la muerte el último asombro”.
Me equivoqué. El último asombro es la vida después de la muerte; este cielo inesperado.
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