Santiago Cogorno,
Su pintura, las mujeres y el tango.
Santiago Cogorno, uno de los pintores más destacados de su generación,
nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1915, para ser precisos en la esquina de Santa Fe y Laprida.
Cuando tenía 10 años sus padres se radicaron en Rapallo, Italia, donde comenzó sus estudios artísticos con el profesor Atilio Bernasconi. Cogorno se había criado en Buenos Aires durante el auge del tango canción, iniciado en 1917 con “Mi noche triste”, cantada por Carlos Gardel. Contaba que cuando llega con sus padres a Italia en 1925, se encontró con un tango distinto, llamado tango liscio (tango liso), una rara versión peninsular de nuestra música ciudadana. Se escuchaban, según testimonio del pintor, versiones instrumentales. Cuando había letra esta era generalmente satírica y anticlerical. Cogorno recordaba la siguiente:
Ballava Davide davanti all`arca,
ballava Salome con San Giovanni,
e balla di San Pietro anche la barca:
tutto balla da mille e mille anni,
che di danze la Chiesa mai fu parca,
Anzi…tra frodi, malefici e inganni,
Fece sempre ballar l’Umanitá,
per saziare la sua voracitá.
(Bailaba David ante El Arca, bailaba Salomé con San Juan, y baila de San Pedro también la barca, todo baila desde hace mil años, que de danzas la Iglesia jamás fue parca, por el contrario…entre fraudes, maleficios y engaños, hizo siempre bailar la Humanidad, para saciar su voracidad.)
Su pintura, las mujeres y el tango.
Santiago Cogorno, uno de los pintores más destacados de su generación,
nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1915, para ser precisos en la esquina de Santa Fe y Laprida.
Cuando tenía 10 años sus padres se radicaron en Rapallo, Italia, donde comenzó sus estudios artísticos con el profesor Atilio Bernasconi. Cogorno se había criado en Buenos Aires durante el auge del tango canción, iniciado en 1917 con “Mi noche triste”, cantada por Carlos Gardel. Contaba que cuando llega con sus padres a Italia en 1925, se encontró con un tango distinto, llamado tango liscio (tango liso), una rara versión peninsular de nuestra música ciudadana. Se escuchaban, según testimonio del pintor, versiones instrumentales. Cuando había letra esta era generalmente satírica y anticlerical. Cogorno recordaba la siguiente:
Ballava Davide davanti all`arca,
ballava Salome con San Giovanni,
e balla di San Pietro anche la barca:
tutto balla da mille e mille anni,
che di danze la Chiesa mai fu parca,
Anzi…tra frodi, malefici e inganni,
Fece sempre ballar l’Umanitá,
per saziare la sua voracitá.
(Bailaba David ante El Arca, bailaba Salomé con San Juan, y baila de San Pedro también la barca, todo baila desde hace mil años, que de danzas la Iglesia jamás fue parca, por el contrario…entre fraudes, maleficios y engaños, hizo siempre bailar la Humanidad, para saciar su voracidad.)
De regreso a la Argentina siguió con sus clases de pintura en la escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, para luego retornar a Italia donde acudió durante 4 años a los cursos superiores en la Real Academia de Brera de Milán, bajo la dirección del maestro Aldo Carpi. Retornó a la Argentina en 1938 cuando era inminente el estallido de la Segunda Guerra.
El año de su regreso Cogorno encuentra en Buenos Aires el tango en su máximo esplendor, en pleno auge de la gloriosa década del cuarenta.
Con su amigo, el pintor y escultor Lucio Fontana, con quien compartía el taller situado en la calle Charcas entre Rodríguez Peña y Callao, siguen con devoción a la orquesta de Miguel Caló, conocida como la “Orquesta de las Estrellas”. Tocaban en ella Maderna, Francini, y Pontier, entre otros. El cantor era Alberto Podestá. “Tango es conjugación de esencias populares”, escribió Cogorno en la carátula de “14 para el tango”, y él era un hijo del pueblo. Su padre era almacenero, y su hermano Bartolo manejaba un camión.
Pero, además de la música, a Cogorno le interesaba la mujer en el tango. Era pintor de una sensualidad desatada que concurría a los grandes bailes de la época para ver y sentir el cuerpo de una mujer entre sus brazos.
Contaba que había heredado de su madre un pedazo de tul de color negro.
Ese trozo de género, que lo acompañó de por vida, él lo colocaba sobre la modelo desnuda, y de alguna manera, recreaba en el taller, decía, la
experiencia sin igual de la milonga.
Expuso sucesivamente en Buenos Aires, Milán, Roma, Génova y Basilea.
Participó en las Bienales de San Pablo en 1956 y Venecia en 1957.
En 1957 gana el Premio Augusto Palanza, siendo en ese momento el pintor más joven que lo recibió.
En el año 1958 regresa a Italia donde expone junto a los grandes artistas de ese país, entre ellos Bruno Cassinari y Mario Sironi, momento que ingresan sus obras en importantes colecciones particulares.
Luego de seis años en Europa regresa a la Argentina donde obtiene en 1966 el Premio de la Crítica de Arte.
Estamos acá en la época de mayor creatividad, momento que se prolonga por muchos años no solo en pintura sino que abordó también el grabado y la escultura. Sus mujeres, talladas en madera y de grandes dimensiones, son una prueba de su enorme talento. Los que frecuentamos su taller ubicado en la calle Cabello recordamos cuando al final de una jornada de
duro trabajo nos hacía tocar los volúmenes de las enormes mujeres que
tallaba y decía, con su particular modo de hablar:- ma tocá girumín, pasá las manos por sus pechos, de noche se enviven (sic), y bailamos un tango. -Toca, no tengas miedo, decía mientras lentamente apagaba las luces del enorme taller.
La vida de Santiago Cogorno se puede comparar con la estructura musical de los primeros tangos criollos. Estos contaban con tres partes bien diferenciadas, pero que de alguna manera se unían entre si.
La primera parte de este tango-vida podemos conjeturar que dura hasta su regreso de Europa en 1938.
La segunda parte sería la de su consagración nacional, con el Premio Palanza, y sus años de esplendor y grandeza.
La tercera comienza con su declinación, y el comienzo de serios problemas familiares que lo aquejaron durante los últimos diez años de su vida, hasta su solitaria muerte en Italia en 2001.
Esta última etapa, que cierra su vida con un triste final, nos dice, como en el tango, que la fama es puro cuento. Nadie se acercaba al otrora frecuentado taller, y al requerido Santiago de otros momentos ni siquiera le devolvían las llamadas telefónicas.
Los que fuimos fieles a su amistad hasta el día en que emprendió el viaje nos queda el testimonio de su pasión por la pintura, escultura, las mujeres, y el tango.
En ese orden.
El año de su regreso Cogorno encuentra en Buenos Aires el tango en su máximo esplendor, en pleno auge de la gloriosa década del cuarenta.
Con su amigo, el pintor y escultor Lucio Fontana, con quien compartía el taller situado en la calle Charcas entre Rodríguez Peña y Callao, siguen con devoción a la orquesta de Miguel Caló, conocida como la “Orquesta de las Estrellas”. Tocaban en ella Maderna, Francini, y Pontier, entre otros. El cantor era Alberto Podestá. “Tango es conjugación de esencias populares”, escribió Cogorno en la carátula de “14 para el tango”, y él era un hijo del pueblo. Su padre era almacenero, y su hermano Bartolo manejaba un camión.
Pero, además de la música, a Cogorno le interesaba la mujer en el tango. Era pintor de una sensualidad desatada que concurría a los grandes bailes de la época para ver y sentir el cuerpo de una mujer entre sus brazos.
Contaba que había heredado de su madre un pedazo de tul de color negro.
Ese trozo de género, que lo acompañó de por vida, él lo colocaba sobre la modelo desnuda, y de alguna manera, recreaba en el taller, decía, la
experiencia sin igual de la milonga.
Expuso sucesivamente en Buenos Aires, Milán, Roma, Génova y Basilea.
Participó en las Bienales de San Pablo en 1956 y Venecia en 1957.
En 1957 gana el Premio Augusto Palanza, siendo en ese momento el pintor más joven que lo recibió.
En el año 1958 regresa a Italia donde expone junto a los grandes artistas de ese país, entre ellos Bruno Cassinari y Mario Sironi, momento que ingresan sus obras en importantes colecciones particulares.
Luego de seis años en Europa regresa a la Argentina donde obtiene en 1966 el Premio de la Crítica de Arte.
Estamos acá en la época de mayor creatividad, momento que se prolonga por muchos años no solo en pintura sino que abordó también el grabado y la escultura. Sus mujeres, talladas en madera y de grandes dimensiones, son una prueba de su enorme talento. Los que frecuentamos su taller ubicado en la calle Cabello recordamos cuando al final de una jornada de
duro trabajo nos hacía tocar los volúmenes de las enormes mujeres que
tallaba y decía, con su particular modo de hablar:- ma tocá girumín, pasá las manos por sus pechos, de noche se enviven (sic), y bailamos un tango. -Toca, no tengas miedo, decía mientras lentamente apagaba las luces del enorme taller.
La vida de Santiago Cogorno se puede comparar con la estructura musical de los primeros tangos criollos. Estos contaban con tres partes bien diferenciadas, pero que de alguna manera se unían entre si.
La primera parte de este tango-vida podemos conjeturar que dura hasta su regreso de Europa en 1938.
La segunda parte sería la de su consagración nacional, con el Premio Palanza, y sus años de esplendor y grandeza.
La tercera comienza con su declinación, y el comienzo de serios problemas familiares que lo aquejaron durante los últimos diez años de su vida, hasta su solitaria muerte en Italia en 2001.
Esta última etapa, que cierra su vida con un triste final, nos dice, como en el tango, que la fama es puro cuento. Nadie se acercaba al otrora frecuentado taller, y al requerido Santiago de otros momentos ni siquiera le devolvían las llamadas telefónicas.
Los que fuimos fieles a su amistad hasta el día en que emprendió el viaje nos queda el testimonio de su pasión por la pintura, escultura, las mujeres, y el tango.
En ese orden.
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