Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.

Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.

Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.

Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.

Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.

En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.

Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.

domingo, 19 de julio de 2009

Lastra

Lastra

“El negro Lastra desayunaba en el despacho de bebidas de un almacén roñoso que estaba frente a la Estación.
El dueño, un gallego, lo esperaba temprano con un vaso de ginebra que el negro tomaba rápido para pedir otro de inmediato. Después, anestesiado, chupaba tranquilo hasta mediodía.
Una mañana, cuando entró, supo que algo desgraciado iba a suceder. Ante una mesa estaba sentado Nicolosi, acompañado por un amigo y dos mujeres. Lo habían visto y ya no podía retroceder. Resignado, se acodó en el mostrador y pidió lo de siempre.
La cachada empezó de inmediato. Nicolosi, dirigiéndose a la runfla carcelaria que lo acompañaba, dijo en voz alta: -Lastra está siempre con Fontana y todos sabemos que son amigos. Hubo risas. Comenzaban a humillarlo y él no estaba para eso. Pensó indignado -me va a cargar un italiano, cosa que le resultaba intolerable. Lo irritaba también el clima de euforia que flotaba alrededor de la mesa compartida por Nicolosi, su amigo y las mujeres, arrastradas desde un tugurio del barrio de los Stud donde habían pasado la noche.
Nicolosi volvió a abrir la boca: -yo creo que Lastra y Fontana son más que amigos. Las risas del entorno esta vez sonaron sin ningún respeto. El negro, cabizbajo, tomó el teléfono del mostrador, pidió a la operadora con su casa y cuando su mujer atendió el llamado, dijo:-envolveme el revólver en un diario y venite rápido a lo de Moura. -Compra algo y deja el paquete lo mas cerca mío posible.
Rápidamente la mujer cumplió con lo ordenado. Ahora el envoltorio estaba a su lado y tenía que abrirlo con recato.
Nicolosi volvió a hablar envalentonado por el silencio de su ofendido.
-Seguro que llamaste a Fontana para invitarlo a salir. Las risas se habían transformado en carcajadas, pero a esta altura Lastra no escuchaba porque toda su atención estaba centrada en abrir el paquete, que tapaba con su cuerpo.
Con las uñas rompió el papel y tuvo, por fin, el arma en su mano derecha. Colocó la máquina dentro del saco arqueándose levemente, como si le doliese el estómago.
Finalmente estaba tranquilo. Pidió otra copa y tomó despacio.
La mesa de Nicolosi era una fiesta. Sus integrantes, agrandados ante la pasividad de Lastra, se movían como San Vito. Las mujeres lloraban de risa, y sus lágrimas se abrían paso lentamente en la gruesa costra de pintura que ostentaban.
El negro decidió irse. Cuando enfiló para la calle, Nicolosi insistió:
¿- hablaste con Fontanita? Lastra respondió: -Sí, hablé, le dije que estabas con unos amigos, no sabes que contento se puso. Te manda esto, y sacando su mano del interior del saco descargó el revólver ante la sorpresa del gringo. Después se fue a su casa.
Pregunté: ¿-Tiró a pegar?
-¿Si tiró a pegar? Se los pegó en la cabeza” .
Años después saliendo del Hipódromo me crucé con Lastra. Saludó cortés. Llevaba un sobretodo negro sobre los hombros”.

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