Este es el Blog de Rodolfo Jorge Rossi, nacido en la ciudad de La Plata, Argentina.

Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.

Trabajó en producción de programas radiales con José María Muñoz y Antonio Carrizo.

Ha publicado en el Diario “El Día” de su ciudad natal y en la Revista “Debate”.

Actualmente escribe en “Buenos Aires Tango y lo demás”, que dirigen los poetas Héctor Negro
y Eugenio Mandrini, y en “Tango Reporter” de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU.

En 2007 publicó un libro de relatos “Croquis y siluetas familiares”, Editorial Vinciguerra.

Son padrinos celestiales de este sitio Fernando Pessoa, Carlos Gardel y el trompetista Rondinelli.

lunes, 27 de julio de 2009


Pasión de multitudes

En los comienzos fue el silencio, pero en 1927 el verbo se encarnó en Tito Martínez Delbox, que realizó la primera transmisión radial completa de un partido de fútbol.
Se medían Estudiantil Porteño y Sportivo Barracas.
Esto convierte al legendario Tito en el padre de la criatura.
Lo sigue en la historia Don Alfredo Aróstegui, conocido como “El Relator Olímpico”, porque fue quién contó, a través del éter, las Olimpíadas de Ámsterdam, en 1928.
A Don Alfredo lo sucedió Eduardo “Lalo” Pelliciari, millonario y oriental, que aparece en 1935. Buen narrador de historias, agregaba teatralidad al relato, inventaba grandes jugadas y goles notables, pero cometió un error grave: despreciaba el antes y el después de cada partido. Pelliciari, tomaba el micrófono a las 15,30 de la tarde. Su tarea finalizaba a la 17,15 en punto.
Pero un comentarista de Pelliciari es quien revoluciona el relato y le agrega ficción. Un narrador que demuestra que lo meramente deportivo puede ser parte de una historia literaria con un comienzo, desarrollo y final.
Nos referimos a Fioravanti, nacido Joaquín Carballo Serantes.
Culto, amante del idioma, podríamos compararlo con los aedos, los antiguos payadores griegos, creadores de Ulises y la Odisea.
Fioravanti, miope, relataba un partido que apenas veía, pero inventaba jugadas extraordinarias, chilenas de excepción, y planchazos descalificadores. Todo con un lenguaje de profesor universitario.
Fioravanti demostró que la literatura del fútbol es el relato radiofónico.
Despreciaba el negocio publicitario, y solamente permitía un solo auspiciante en sus transmisiones radiales. Durante años Cigarrillos Caravana, después Bodegas Giol. Fue el creador de las conexiones en las distintas canchas con toda la información deportiva al instante. El famoso: ¡-atento Fioravanti!
Acaparó la audiencia a partir de 1940 y mantuvo al país en vilo durante casi dos décadas.
A fines de los cincuenta, un ignoto relator de Radio Rivadavia comienza a crecer en audiencia, y a partir de la aparición de la radio portátil, en 1960, desplaza a Fioravanti en el gusto popular.
Se trata de José María Muñoz, un técnico aeronáutico que se hace llamar “el relator de América”.
Contaba Fioravanti años después, que el público de la platea que escuchaba su relato con la Spika en la oreja, se daba vuelta asombrado para mirarlo con sorpresa. -¿Qué historia nos está contando, Maestro?
A través de la portátil los oyentes se dan cuenta que el relato de Firovanti no es verosímil, y de manera masiva pasan a ser escuchas de Muñoz.
El maestro Antonio Carrizo ha dicho que Muñoz fue el personaje más importante en la radiofonía argentina, y es posible que esté en lo cierto.
Era un relator extraordinario que no necesita inventar el juego. El partido seguía su relato, cuya narración iba segundos antes de la jugada.
Sabemos que un segundo en el fútbol se asemeja a la eternidad.
Un aedo moderno que relataba un partido que después sucedería.
Creaba frases y muletillas, algunas no exentas de poesía, otras ridículas, que repetía domingo a domingo: “Van corriendo las agujas del reloj”. “Hace las veces de local”. “Luna llena en el estadio”. “El clima une a los pueblos a través de las isotermas”. “Hay arrugue de barrera”. “La patria se hizo a caballo”. “Peón de brega”. O su célebre: “peligro de gol”.
Un creador de sobrenombres a jugadores. Roberto Perfumo era “El Mariscal”. Passarella, “el Gran Capitán”.
Desconcertaba al público con salidas inexplicables. Una tarde, durante un partido Argentina-Italia, dijo refiriéndose a un jugador italiano: -¡Causio es un reaccionario! Para agregar segundos después:-¡Reacciona cuando le sacan tarjeta amarilla!
O el día que el arquero Carlos Biasuto cumplió cuarenta años. Muñoz le dijo que tenía los reflejos de un pibe y parecía de veinte años. El comentarista acotó: -es como Dorian Grey. Corrigió Muñoz:-¡estoy hablando de arqueros argentinos!
Con su enorme audiencia desató el negocio. Hubo que poner un límite a la cantidad de anunciantes, y los mejores locutores comerciales trabajaban con él. Primero Cacho Fontana, después Orlando Ferreyro, al que el país esperaba los domingos para escuchar en su voz el comienzo de la transmisión diciendo: -¡fútbol, pasión de multitudes!
Muñoz era el gestor de las entrevistas con los anunciantes. Comenzaba con su paso como periodista en los Juegos Olímpicos de Helsinski, Finlandia, realizadas en el año 1952. Luego de 40 minutos de monólogo terminaba siempre con una referencia a la actualidad, a algún hecho que inventaba en el momento y que beneficiaba económicamente a la empresa que visitaba. Ante el silencio reverencial ejercido por empresarios de gran nivel que lo miraban como si estuvieran en presencia de Dios padre, al vendedor que lo acompañaba solo le quedaba informar el precio de la participación publicitaria.
Hay un relato en “Crónicas de Bustos Domecq”, del dúo Borges, Bioy Casares, titulado “Esse est percipi”, donde un señor Tulio Savastano tiene como tarea inventar, a través de un relator deportivo de apellido Ferrabás, los resultados del fútbol. Savastano dice: “-el fútbol es un género dramático a cargo de un solo hombre en una cabina”.
Hay muchas semejanzas entre Savastano y el relator de América.
Muñoz, a través de la velocidad y certeza de su garganta, que se adelantaba al juego propiamente dicho, creaba la mágica ilusión de que el partido era de su total invención.
Eso lo llevó a creer que la realidad era obra suya.
Fue esta percepción falsa la que lo perdió, desató su megalomanía, y se creyó llamado a cumplir con un destino mesiánico.
Cuando los integrantes del régimen que asaltó el poder en 1976 lo llamaron a colaborar, no dudó un instante.
El campeonato del mundo juvenil de 1979 es un hecho por todos conocido.
Muñoz inventó un festejo en las calles que no estaba en la cabeza de nadie, y llevó una multitud en caravana a desfilar por la calle Hipólito Irigoyen, donde la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA estaba tomando denuncias sobre desaparecidos.
O informar a través de un clásico de domingo, la caída de las Islas Georgias en manos británicas.
Pero si nos atenemos al relato estricto, no habrá otro igual.
Muñoz tuvo lo que el poeta alemán Reiner María Rilke denominó: “- su propia muerte, la muerte que derive de su vida”.
Desde el sanatorio donde luchaba contra un cáncer terminal, un domingo de Octubre de 1992, dirigió por teléfono la transmisión de su último Boca-River. Terminado el partido entro en coma y murió horas después.
Lo sucedió Víctor Hugo Morales que ya venía tallando fuerte.
Nacido en Uruguay, Morales comenzó a trabajar en la Argentina en 1981.
Hombre sin pelos en la lengua, lo trajo por acá su mala relación con los gobernantes uruguayos, colegas de los argentinos en aquella época, y un deseo de crecer y destacarse no solo en el relato deportivo.
Melómano, culto, podría decirse que es el nuevo Fioravanti.
Antonio Carrizo ha expresado que con Muñoz el partido iba de los ojos directamente a la garganta, mientras que en el uruguayo, antes de ser verbalizado, el relato pasa por el cerebro.
Víctor Hugo superó, por su versatilidad, dos grandes escollos. El primero fue la presencia de Muñoz, que aunque en baja, seguía siendo un rival de peso.
El otro es la televisión actual.
A partir del dominio de la imagen, y de la transmisión en vivo de todos los partidos de primera, locales e internacionales, y de las infinitas copas a disputarse, hay fútbol televisado todos los días. Y hasta el comentarista Marcelo Araujo comenzó a hacer radio en televisión, dándole otra dinámica a la narración del partido televisado.
Todo esto hace que el relato deportivo haya perdido el clima de comunión mágica con los oyentes.
Además la audiencia radiofónica se atomizó. Cada club tiene su relator, y cada hincha sigue a su equipo en una emisora distinta.
Víctor Hugo, capaz de bautizar a Leonardo Astrada como “El Jefe”, de inventar una metáfora a partir de un caño o una rabona, persiste en utilizar un lenguaje culto, al mejor estilo de Fioravanti.
Insiste en la emoción y veracidad del relato radial con la tenacidad del último charrúa.




No hay comentarios.: