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martes, 11 de junio de 2013

La confesión de Alberto Arenas. (Un tango de Julio Navarrine)





En una comisaría de barrio, un morocho toma vino en silencio.
Se acerca a su escritorio un criollo flaco y achinado.
Tímido pregunta:
-¿Me da su permiso señor Comisario?
-Por supuesto. ¿Te querés sentar?
El criollo, arrimando una silla, dice: -Disculpe si vengo tan mal entrazado; 
es que he venido al Rosario
trayendo  en los tientos mi desgracia.
-Y en que consiste esa desgracia. ¿Puedo saberlo?
¡-Señor Comisario yo soy criminal!
-No jodás. No tenés pinta de asesino, y de eso algo conozco.
Contame que te pasó.
-Encontré a mi mujer encamada con mi amigo más fiel.
-Tan fiel no era, me parece.
-La verdad que no. Me equivoqué con él y con mi china.
-Que se le va a hacer ¿no?
-Con todo respeto, señor Comisario. ¿Se está burlando?
-No. Lo que pasa es que ofendes  mi inteligencia  interrumpiendo cuando 
estoy pensando.
¿-Y en que pensaba?
¡-No es asunto tuyo, gil de mierda!
Además tenes cara de otario. No pareces un asesino. 
Es el psique du rol, como se dice ahora.
-Las pruebas de la infamia las tengo en la maleta.
-Y en que consisten estas pruebas.
-Las trenzas de mi china y el corazón de mi amigo.
¿-Los tenés en la valija?
-Si señor.
-Bien, contame un poco. Como te llamás.
-Alberto Arenas.
-Que más.
-Soy un criollo bueno y  gaucho honrado a carta cabal.
¡- Finíshela!  Háblame de tu mujer.
-Florencia se llamaba.
¿-Y el finado?
-Recaredo.
¿-Que hacía?
-Quién.
-Recaredo; cual era su oficio.
-Cura.
¡¿-Mataste un cura?¡
-Lo encontré en la cama con Florencia. Se me borró todo.
Y él que se decía mi amigo.
-Era más amigo de tu mujer, me parece.
Hablame de Florencia.
-Una santa hasta que apareció Recaredo. Era su confesor,  
y poco a poco la fue alejando de mí.
Estudiaban las cosas de  la religión.
-¿Y que cosas de la religión estudiaban?
-La arquitectura del cielo.
¿-La arquitectura de que?
-Del cielo.
-Nunca había escuchado eso.
-Recaredo contaba de un gringo que hablaba con los ángeles.
¡-Mirá vos!
-Recaredo decía que era un ángel con forma humana.
-Como Rasputín.
-¿Y ese quién es?
-Un rusito que no dejó títere con cabeza.
-Tenía un soplo divino.
¿-Rasputín?
-No, Recaredo.
-Si vos lo decís. Tu esposa entró como por un tubo.
-La verdad que si.
-Lástima que lo achuraste,  hubiese estado bueno hablar con él.
¿-Para que?
-Preguntarle sobre el más allá. ¿A vos te contó algo?
-Decía que el cielo era igual a esto.
¿Igual a esto? ¡Toma mate!
Te pregunto porque yo tengo un intríngulis con el más allá.
Quiero saber si te siguen gustando las hembras después de muerto.
-Decía Recaredo que en más allá hay muchas mujeres,  flores, 
 y  fornicación  infinita.
-Entonces me quedo tranquilo. ¿Y que vas a hacer cuando la vuelvas a 
encontrar a Florencia?
-La voy a perdonar.
-Haces bien. ¿Y el cura?
-Lo vuelvo a matar.
¿-Te parece?
-Los curas son la quinta esencia de la mierda.
-Eso si.
El Comisario, dirigiéndose a la puerta, grita:
¡-Sargento, constitúyase y detenga de inmediato a este individuo!
Cuando es esposado,  Arenas grita:
¡-Si soy un delincuente que me perdone Dios!
¡-Llevatelo de una vez, por favor! Ordena el Comisario.
Después, mientras toma un sorbo de vino, piensa: -El cornudo  dice que 
hay sexo después de muerte.
Dios lo oiga.



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