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domingo, 19 de junio de 2011

Jacobo Fijman aclara ciertas dudas



Hace una semana se abrió la puerta del café y entró el poeta Jacobo Fijman.
Nuestra sorpresa fue mayúscula ya que Fijman murió en 1970.
Después de sentarse, el finado  preguntó: ¿-Cuál de ustedes es Julio Paredes?
El bacán del barrio respondió:-Soy yo.
Entonces Fijman, dirigiéndose a él contó lo siguiente:
-Estuve 28 años internado en el Hospital Neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda. El diagnóstico fue “Psicosis Delirante”. Loco, que le dicen.
Y el motivo, el que generó y desató mi locura fue Carlos Gardel.
Lo presentaban como la voz de Dios, y eso para mí era insoportable.
Yo a Gardel lo conocía porque éramos vecinos en el barrio de Abasto.
Nos saludábamos, y en una ocasión, cuando yo era periodista de Crítica, me pidió si podía publicar algo sobre él, cosa que hice. Eso fue en 1918.
Fue el año en que empecé a sentirme mal. Me seguían por la calle.
Le conté lo que me pasaba a Oliverio Girondo, que me dijo:-La única forma de escaparse de un perseguidor es viajar a París.
–No tengo un peso, contesté.
-Te invito.
-Nos fuimos en enero de 1920. En París conocí a Gide y a Paúl Claudel. Eran idénticos. La diferencia era que Claudel se confesaba. Conocí a Le Corbusier, Bretón, Eluard y Artaud. Eran ángeles de la rebelión. Eligieron su condenación. Un atardecer, en Notre Dame vi a Cristo. Lo vi y no lo podía creer. Vi y olí su esencia.
¿-Y cómo era Jesús?  Preguntó uno.
-He visto y oído tales cosas de las que no me es dado hablar en lengua humana. Era toda la dicha.
Cuando regresé me dediqué a la escolástica, pero un día me quemaron los libros al grito de ¡Gardel o muerte! ¡Viva Carlos Gardel!
Gardel era un hereje. Entonces busqué la música no herética. Wagner quería ser Satanás. La única música no herética, pensaba en ese momento, era el Kyrie del Canto Gregoriano y “La Locura” de Corelli.
¿-Y el tango?
-Yo pensaba que el tango era una de las formas del fuego, música de prostíbulo. ¿Saben una cosa? El diablo se entretiene en los quilombos. Es muy putero.
En el principio era la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y Dios era la Palabra. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Bueno acá aparece de nuevo Gardel. Era el Verbo Divino, la Palabra de Dios, pero todavía era para mí un hereje. Es la época que se despierta El Otro.
¿-Quién es el otro? Preguntamos.
-El Otro se llamaba Apolonio y era entrerriano. Escribí: “Bien dormía mi ser como los niños y encendieron sus velas los absurdos. Ahora el Otro está despierto”. Apolonio se metía dentro de mí y me insultaba, me decía judío de mierda. Usaba palabras e incordios que me angustiaban hasta la locura. A veces podía escupirlo. Expulsarlo de mi interior.
Hasta Plutón, rey de los muertos, tuvo miedo cuando le hablé de Apolonio el entrerriano.
Cuando era niño, en Rusia, me siguió un perro blanco.
Yo lo miré a los ojos y le dije: quieres mi alma. Ese día desapareció el perro. Cincuenta años después  lo vi en la calle Florida. Echaba espuma por la boca y todos huían de su lado. Cuando me acerqué me lamió las manos. Era un  perro blanco con cola negra. Dicen que los perros viven cien años.
Apolonio ya vivía conmigo; entonces me encerraron. Eso fue en 1942. Antes, en 1935, yo había festejado la muerte de Gardel.
¿-Es cierto que la Iglesia tuve que ver?
-Es cierto. Murió en la hoguera como los herejes. Me lo contó el Doctor Ramón Melgar, que siempre me protegió en el Hospicio. El diagnóstico, ya lo dije, era Psicosis Distímica, el tordo repetía que si yo reconocía la figura del Otro, de Apolonio el entrerriano, eso me aliviaría mucho, y podría dormir después de años de insomnio.
La cara de Apolonio la había visto pero no lo conocía. No lo asociaba con nadie. Una noche soñé despierto con la partera que me trajo al mundo; ella me confesó que yo nací hablando. ¿Y saben lo que decía? ¡Yo soy el Mesías!, y además lo decía en hebreo. La partera susurró antes de irse con la primera luz del día: “La identidad de Apolonio el entrerriano te la comunicará San Juan de la Cruz.”
Pasaron muchos años y habían comenzado en el Borda funciones de cine a las que yo no concurría.
Una noche me visitó San Juan de la Cruz que ha sido siempre mi amigo, y me dijo: “El lunes tenes que ir al cine del loquero.”
Cuando empezó la película tuve un súbito acceso de locura. Grité y grité. ¡Apolonio el entrerriano haciéndose el galan! Cuando pasó la crisis el Dr. Melgar me dijo que el cruel Apolonio, que me perseguía desde la infancia, era el actor Luis Sandrini.
-Es famoso, me escupió Melgar.-Raro que no lo hayas visto antes.
Agregó el tordo: Sandrini es un caso extraño porque resolvió su grave locura a través de la sobreactuación de su enfermedad.
Padecía una Psicosis Erotómana, o síndrome de De Clérambault.
La patología consiste en la convicción de ser amado por una persona de condición social superior. Sandrini manifestaba un delirio erotómano-paranoico que de alguna manera corrigió. Y eso es raro porque el psicótico erotómano no sale de su fantasía. La princesa o el aristócrata solo están presentes en su imaginación, y esta presencia al final se frustra. La relación nunca se concreta por oscuras razones, o por un complot mundial en su contra, como deduce el paranoico.
Sandrini, al volcar su psicosis en el cine, logró una compensación simbólica que lo ayudó a convivir  con su patología. En sus películas él es siempre un pobre infeliz. Una mujer rica y aristocrática se enamora, y al final se casan.
La compensación está en que las historias de Sandrini cierran con el casorio.
Pero es cine, pura fantasía. Además la madre de Sandrini no es real.
Decía llamarse María Esther Buschiazzo y era ciega. Él le devuelve la vista. Recuerden el famoso: “¿Ve los colores vieja?” ¡“La vieja ve!”
En un reportaje publicado en la revista “Sintonía”, en 1940, Sandrini declara: “María Esther no existe. Yo la inventé y ahora forma parte del imaginario colectivo.
Es de cartón. Fíjense que siempre fue vieja, aún siendo niña.
¿-Es cierto que no lo conocía a Sandrini? Pregunto Paredes a Jacobo.
-Apolonio el entrerriano, dirá usted. Estaba dentro de mí, pero logré expulsarlo.
¿-De qué manera?
-Con una terapia implementada por el Doctor Melgar. La original es de un psiquiatra inglés que no recuerdo el apellido. Se llama “Terapia de aversión”. Melgar la dio vuelta e inventó la “Terapia de la simpatía”.
Me ataron a una silla y durante el tratamiento tuve que ver todas las películas de Apolonio el entrerriano. Al principio no paraba de gritar cuando aparecía Apolonio haciéndose el gracioso. Mis alaradidos se escuchaban desde la calle del Hospicio. Pero poco a poco le fui tomando simpatía, y al final terminé queriendo al entrerriano. Es que Apolonio te hace reír y te hace llorar.
Después me sometí a otra terapia desarrollada también por el sabio Melgar.
Era el famoso “Gardelazo.” El paciente era atado a una silla y debía escuchar a Carlos Gardel durante cuatro horas. Te dejaban descansar otras cuatro y  te volvían a atar. Después de un mes de terapia dejabas la psicosis para siempre.
Yo me sometí voluntariamente y escuché al Morocho durante años.
Pero la reconciliación final con “El Zorzal” vino cuando lo conocí.
¿-Dónde lo conoció? Preguntó Paredes.
-En el café “El Pensamiento”, ubicado en el Paraíso.
Saludé y partí en 1970. Me presenté en el Paraíso con lo puesto. San Pedro me abrió el portón, y en el café conocí a Gardel que me distingue de manera especial.
Luis Sandrini frecuenta la misma gente y también soy amigo de él.
En el cielo estoy escribiendo historias breves, muy ponderadas por “El Mudo” y sus amigos.
Quiero que Gardel les ponga música pero me dijo que dan para una balada, que para eso está Piazzolla.
¿-Tiene alguna con usted? Preguntó Paredes.
-Si traje una. Es breve.
Jacobo Fijman sacó de entre sus ropas un grasoso papel de estrasa.
-Dice así:
Apolonio el entrerriano.
¿Saben por qué María Cristina, Regente de Entre Ríos no lo quería más a su marido Apolonio?
Ella tampoco lo sabía, quiso conocer las causas y las descubrió:
1)     Apolonio era amable y cariñoso. Ahora se mostraba grosero y tosco.
2)     Antes era elegante y majestuoso. Ahora se lo veía mal vestido y sin morfar, y no se cambiaba de ropa.
3)     Porque Apolonio no le había dicho que se había muerto.
Los integrantes de la cátedra se quedaron en silencio.
-Debo irme para alcanzar el tren al Paraíso. ¿Queda lejos la estación Carapachay?
-Yo lo alcanzo, dijo Paredes.
-Gracias, contestó Fijman.
Antes de salir agregó:
-Hice conducta de poesía, pagué por todo.

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