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martes, 4 de junio de 2013

El viejo




Un café: en la mesa más lejana,
un viejo que medita por la noche,
su cabeza apoyada en la ventana,
bebe una ginebra sin derroche.
Cuando alguno se aproxima, hospitalario,
el  viejo se presenta distraído,
extiende su mano: “soy el diablo,
por todos ferozmente aborrecido”.
Y cuenta una historia estrafalaria,
se presenta como ángel despedido,
expulsado en forma temeraria,
por envidia a su belleza,  revulsivo.
“No hay lugar para vos en este cielo,
me dijo el Supremo imperativo,
rajá de acá, sos un flagelo,
gritó un ángel agresivo,
y el final fue final definitivo.
El Padre Celestial, un camorrero,
chivaba por mi porte deportivo.
Empecé a deambular, cual cartonero,
sin lugar en el mundo, compungido.
Fui amigo de Adán, el primer hombre,
de su hijo Caín, el maldecido,
Seguí dando vueltas, sin renombre,
Cuando irrumpió el Hijo tan querido.
El padre lo mandó, sin pesadumbre,
para que muera torturado y ofendido,
desangrado en la cruz, con mansedumbre.
Era buenazo el hombre, algo perdido.
Ayunó largamente en el desierto,
lo tenté cuando estaba adormecido:
“Rey de los moishes,  si eso es cierto,
convertí  piedras en pan, bien recocido”.
“No solo de pan vive el hombre, te lo advierto,
sino de la palabra de Dios, como un silbido”.
“Estás desnudo,” afirmé como un experto.
“Con la tristeza del mundo voy vestido.”
Una tarde los romanos, con acierto,
lo colgaron de una cruz, al gran ungido,
y tres días después, de entre los muertos,
resucitó Jesús, el escupido.
Me retiré a la sombras, boquiabierto,
y estuve mucho tiempo enmudecido.
Desperté del letargo en un huerto,
del Edén, lujurioso y maldecido.
Un ángel celestial vino con cuentos:
“Nació en Toulouse el humano más fornido,
hermoso como actor bien parecido.
Será adorado como un dios el francesito,
como Adonis de metales esculpido,
con más pinta que vos, turro maldito,”
me gritó el ángel travestido.
Mi espíritu cayó como aerolito,
y lloré sin parar, más que abatido.
Gardel estaba vivo, un señorito,
y yo era un diablo aborrecido.
Matarlo me propuse, al exquisito,
destruir ese rostro agradecido.
Por eso lo quemé, como a Giordano,
y dejé su cuerpo renegrido.
Pero el Mudo se vengó, como baqueano,
regresó como mito desmedido,
y fue el más grande americano,
su rostro en todos lados exhibido.
Pero pronto se irá en un hidroplano,
borraré su memoria, es pan comido.
Y si alguien pregunta muy galano,
si era lindo el diablo y su tropel,
respondan como perro de hortelano:

¡el diablo era más lindo que Gardel!