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sábado, 20 de marzo de 2010

La amistad entre Carlos Gardel y Juan D'Arienzo

Juan D'Arienzo.

Tarde de noviembre de 1930.
Juan D’Arienzo, con los embrocantes seguía la primera carrera en el Hipódromo de Palermo.
Un amigo masculló en su oído: -En el salón comedor está lastrando Carlos Gardel.
-Presentamelo, contestó Juan.
Gardel lo hizo sentar a su lado porque le cayó bien el desparpajo del joven y locuaz violinista.
Cuando el sol se ponía sobre las numerosas botellas de tinto en la terraza del circo palermitano, D’Arienzo le dijo: -Usted anda mucho en avión y eso es peligroso.
-No tengo miedo a volar, contestó el Morocho.
-Va a perder la salud adentro de un avión, fue la respuesta de Juan.
-No te hagas problema pibe, hago esta última gira y después me quedo para siempre en mi humilde casa de la calle Jean Jaurés.
No fue así. Sabemos ahora que Gardel estaba condenado a muerte por la Inquisición y su destino era la hoguera.
Lo que cabe preguntarse es si Juan D’Arienzo era agente de la Iglesia, vidente, o precavido.
Juan era simplemente un hombre con los pies sobre la tierra que desconfiaba de la seguridad de los aviones que volaban en esos años.
Contra el destino nadie la talla. En 1935 Gardel murió asado y Juan D’Arienzo dio comienzo, al frente de su orquesta, de un éxito sin precedentes en la historia del tango.
Fue el iniciador de la extraordinaria década del cuarenta, que no duró diez años sino veinte. Se extendió desde 1935, con la irrupción de Juan, hasta 1955, año en que el tango se derrumbó por sus propios medios.
-Los tangueros son injustos con D’Arienzo, dijo en el café Julio Paredes, el poeta del barrio.
Ninguno reconoce su importancia en la historia del tango. Era una orquesta para bailar, dicen, como si eso le restara mérito.
“El Príncipe Cubano” le puso el apodo de “El rey del compás”, cuando lo presentaba en la boite “Chantecler”. Eso era D’Arienzo, puro compás.
Dijo un rengo: -Gardel no lo quería.
Se inició una discusión entre los catedráticos que finalizó cuando hizo su entrada el Sr. Musante, el tanguero que volvió de la muerte.
Don Julio Paredes preguntó: -Sr.Musante, estamos en un intríngulis que solo usted puede resolver.
-Primer quiero contarles que estoy reponiéndome de la muerte, tarea harto difícil, contestó el Sr.Musante.
El Doctor Santo Laferlita, conocido en el feca como el tordo inconsolable del verbo gardeliano, e integrante de la secta esotérica “Testigos de Gardel”, dijo, dirigiéndose al Sr. Musante: ¿-Sabe a cuántos nos hubiese gustado estar en su lugar?
¿-Usted cree que es grato estar fallecido? Contestó irritado el Sr. Musante.
-No se queje, que esa muerte pasajera le hizo posible conocer a Gardel.
Continuó Paredes: -Hemos tenido un cambio de palabras con respecto a la relación entre Carlos Gardel y Juan D’Arienzo. El rengo dice que Gardel no simpatiza con D’Arienzo.
Sr.Musante, en este momento apelamos a sus conocimientos sobre el otro mundo. Don Carlos Gardel lo honró con su amistad en el Hades. ¿Le comentó algo sobre D’Arienzo?
-El Rey del Compás es un personaje muy ponderado en el más allá, contestó el Sr. Musante.
Juan D’Arienzo hizo su aparición en Enero de 1976, y en el preciso momento de su llegada un ángel le comunicó que su orquesta era la preferida de Dios.
Desde ese día en toda celebración está el “Rey del Compás” dirigiendo una agrupación de 700 profesores. Bandoneones hay más de 100. ¿Se imaginan como suena esa orquesta celestial?
-Como los dioses, acotó Paredes.
-Además Juan forma parte de la mesa de Gardel en el café “El Pensamiento”. También concurre Don Julio de Caro y su finísima esposa. De Caro contó que dado el éxito de Juan, él y todas las orquestas de la época se tuvieron que adarienzar. Cora, su mujer, comentó que todos los músicos que iban a su versallesco piso de la Avenida Callao 1702, hablaban con bronca de D’Arienzo porque habían tenido que cambiar el ritmo de sus orquestas.
Una noche comenté con Gardel lo que sabía Cora de historia del tango.
El Morocho contestó: -Es de cuna. Cora es hija del sabio Ambrosetti.
El que se prendía en “EL Pensamiento” para hablar de música era un personaje muy querido por Gardel. Lo curioso es que no venía del tango sino del folclore. Un criollo llamado Jaime Dávalos. Él hacía las glosas y el Zorzal cantaba cosas para su madre.
Una noche arrancó Dávalos:
Tierra de conquistadores
Siempre fuiste tierra de guachos.
Esos gauchos vivarachos
Pendencieros y cantores
Que curtidos en rigores
Y sin perro que les ladre
Sin Dios, sin ley y sin padre
Nunca pudieron creer
En otro amor de mujer
Que no fuera el de su madre.”


Y Gardel cantó “Madre hay una sola”.
En ese momento el Dr. Laferlita rugió y gritando lo encaró a Musante: ¿-Y usted se queja después de haber escuchado cantar a Carlos Gardel? Musante, usted no se merece la muerte que tuvo.
Cuando se iban a las manos, cortante Don Julio Paredes preguntó:-Dígame Musante, usted contó que Juan D’arienzo dirige la orquesta celestial, y Ángel Vargas es el cantor.
-Son los preferidos de Dios, pero el hijo y su gloriosa madre, la Virgen María, tienen corazón gardeliano.
Continuó el Sr. Musante:-El Espíritu Santo, que arrastra cierta fama de esquenún, prefiere a Alberto Margal, el cantor de las madres y de las novias.
-Margal, un cantor sabiamente olvidado, acotó Paredes.
-Conté mucho por hoy, y se ha puesto en duda mi buen nombre y honor, así que me retiro personalmente, susurró el Sr. Musante.
Cuando el tanguero que volvió de la muerte dejó el café, solo se escuchaba el llanto conmovedor del Dr. Laferlita, el tordo inconsolable.