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sábado, 27 de marzo de 2010

Julio Jorge Nelson, el señor de los tristes.

Julio Jorge Nelson



Si bien no forma parte de la Cátedra del café debido a su bajo perfil, el Profesor Locuco es un personaje tenido en cuenta por sus conocimientos sobre los orígenes del tango. Una tarde, conversando con el poeta Julio Paredes y el Dr. Laferlita, el tordo inconsolable, comentó:-Soy espiritista. Puedo invocar a quien se me antoja, desde Noé, el del Arca, a Don Hipólito Yrigoyen, con todo respeto.
-El tema nos interesa, dijo el poeta. ¿-Dónde ejerce su noble causa?
-En mi casa. Si quieren esta noche pueden venir y llamamos a Floreal Ruiz
para que nos deleite con su voz de ensueño.
-Ahí estaremos, dijo Don Julio,
A las 10 de la noche estaban sentados ante una mesa ovalada, Paredes, el Dr. Laferlita y el vidente Locuco.
¿-Con quién quieren hablar? Preguntó el brujo.
-Con Gardel, contestó Paredes, repuesta que desató el llanto del tordo inconsolable.
-Si viene Gardel el tordo se nos muere acá, acotó Locuco con sabiduría.
-Me voy a comunicar con el café “El Pensamiento” y pregunto quien está, dijo y entró en trance.
Unos minutos después espetó:-En el café hay poca gente. Hay milonga en el paraíso porque es carnaval. Se fueron todos al baile celestial.
Solo está Gardel conversando con Julio Jorge Nelson.
-A Gardel no quiero verlo porque muero de un infarto, dijo el tordo inconsolable.
-Entonces traelo a Nelson, susurró Paredes.
Locuco volvió al trance y unos minutos después abriendo los ojos expresó:-En seguida viene.
En una silla vacía algo empezó a tomar forma y segundos después se materializó el propio Julio Jorge Nelson que arranco diciendo:-A través del tiempo y la distancia perdura su nombre como el más auténtico símbolo de nuestro arte menor. Carlos Gardel, el bronce que sonríe.
Continuó:-Con esas palabras yo comenzaba mi programa radial dedicado a Carlos Gardel.
-Lo escuchaba, agregó Paredes. También usted hacía “El éxito de cada orquesta”.
-Yo fui uno de los grandes de la radio, quizás el más grande, dicho esto con toda modestia. Y ahora, después de la muerte he sido recompensado con lo más sublime que podría haberme pasado, y eso es que Don Carlos Gardel me honre con su amistad.
-Lo mismo dice un tal Musante que vemos siempre en el café, dijo Paredes.
-Lo conozco, dijo Julio Jorge, Gardel lo estimaba, pero un buen día Musante resucitó, ¿-Como está? Porque los que vuelven a la vida andan boleando cachirlas.
-Reponiéndose de su estadía en el Hades.
-Eso lleva mucho tiempo, y una vez que te repusiste te morís de nuevo. Es un tema muy ingrato.
-Nelson cuéntenos algo sobre Gardel.
-La conversación diaria con el Morocho versa sobre su asesinato. A él lo mató la Iglesia Católica por considerarlo el Anti-Cristo.
Yo pensé siempre, porque lo del crimen los tangueros lo sabíamos, que lo habían amasijado por judío.
¿-Gardel era judío, preguntó Locuco?
-No, pero yo si, y estaba convencido de que el Zorzal era un rusito como yo.
Nací Isaac Rosofky, soy miembro del pueblo elegido y me crié en Villa Crespo, el barrio elegido. Nelson es el artístico.
Dijo Paredes:-Sabe Julio que estudiosos de la literatura lo consideran hombre de letras. El poeta platense Héctor Ciocchini dice en su libro “El sendero y sus días”: “El recuerdo que evoca el dolor y la dicha parece unir tres tipos de experiencia poética como las de Dante, Leopardi y Julio Jorge Nelson.”
Y pone como ejemplo los versos de “Margarita Gauthier”
Nelson expresó:-Esa letra la escribí en 1943 y tuve la suerte de que el negro Joaquín Mora compusiera la música. Se convirtió en un clásico del tango:
“Hoy te evoco emocionado mi divina Margarita,
Hoy te añoro en mis recuerdos, oh mi dulce inspiración.”


No me extraña que algunos me consideren hombre de letras.
Pero volvamos al Morocho. Ese fatídico 24 de junio de 1935 yo estaba tomando un café en “Los 36 Billares”, cuando entró Francisco Canaro llorando y me dijo:-Se mató Carlos Gardel.
En ese trágico instante cambió mi vida para siempre. Me di cuenta que debía dejar todo, hasta mi familia, para mantener vivo el recuerdo de Don Carlos.
Comencé a difundir a Gardel por radio en la audición “El bronce que sonríe” y fui el que impuso el “cada día canta mejor”. En 1949 creamos con Alfredo Curcu la audición “Una voz en el camino”, el primer programa nocturno de la radiofonía argentina, solamente para hablar de Gardel toda la noche. Recibí el reconocimiento popular y las cargadas de mis detractores. Estos me pusieron el sobrenombre de “La viuda”. Y Leopoldo Marechal me pintó como un tanguero demoníaco en su novela “Megafón o la guerra”.
Lo que no sabe el gran público es que siempre estuve rodeado de poetas.
Mi gran amigo Paco Urondo me llamaba “el señor de los tristes.”
Dejé mi vida para inmortalizar al Morocho. Lo único que me produce desazón es haber perdido el amor de mi hijo. Pero el culto a Carlos Gardel era más importante. Partí a los 62 años, en Marzo de 1976.
Al llegar al Paraíso pregunté: ¿-Donde para Gardel? -En el café “El Pensamiento”, contestó San Pedro. Cuando abrí la puerta del feca y vi a Don Carlos Gardel tomándose un whisky pensé que moría de nuevo.
Cuando me vio se puso de pie y abrió los brazos. Yo camine los pocos metros que nos separaban y nos unimos en un abrazo interminable.
Después, mirándome a los ojos me dijo:-Julio Jorge, te estaba esperando. Sentate que los primeros días de un finado son más que fuleros. ¿Qué tomás?

Tango Margarita Gauthier, de Mora y Nelson

sábado, 20 de marzo de 2010

La amistad entre Carlos Gardel y Juan D'Arienzo

Juan D'Arienzo.

Tarde de noviembre de 1930.
Juan D’Arienzo, con los embrocantes seguía la primera carrera en el Hipódromo de Palermo.
Un amigo masculló en su oído: -En el salón comedor está lastrando Carlos Gardel.
-Presentamelo, contestó Juan.
Gardel lo hizo sentar a su lado porque le cayó bien el desparpajo del joven y locuaz violinista.
Cuando el sol se ponía sobre las numerosas botellas de tinto en la terraza del circo palermitano, D’Arienzo le dijo: -Usted anda mucho en avión y eso es peligroso.
-No tengo miedo a volar, contestó el Morocho.
-Va a perder la salud adentro de un avión, fue la respuesta de Juan.
-No te hagas problema pibe, hago esta última gira y después me quedo para siempre en mi humilde casa de la calle Jean Jaurés.
No fue así. Sabemos ahora que Gardel estaba condenado a muerte por la Inquisición y su destino era la hoguera.
Lo que cabe preguntarse es si Juan D’Arienzo era agente de la Iglesia, vidente, o precavido.
Juan era simplemente un hombre con los pies sobre la tierra que desconfiaba de la seguridad de los aviones que volaban en esos años.
Contra el destino nadie la talla. En 1935 Gardel murió asado y Juan D’Arienzo dio comienzo, al frente de su orquesta, de un éxito sin precedentes en la historia del tango.
Fue el iniciador de la extraordinaria década del cuarenta, que no duró diez años sino veinte. Se extendió desde 1935, con la irrupción de Juan, hasta 1955, año en que el tango se derrumbó por sus propios medios.
-Los tangueros son injustos con D’Arienzo, dijo en el café Julio Paredes, el poeta del barrio.
Ninguno reconoce su importancia en la historia del tango. Era una orquesta para bailar, dicen, como si eso le restara mérito.
“El Príncipe Cubano” le puso el apodo de “El rey del compás”, cuando lo presentaba en la boite “Chantecler”. Eso era D’Arienzo, puro compás.
Dijo un rengo: -Gardel no lo quería.
Se inició una discusión entre los catedráticos que finalizó cuando hizo su entrada el Sr. Musante, el tanguero que volvió de la muerte.
Don Julio Paredes preguntó: -Sr.Musante, estamos en un intríngulis que solo usted puede resolver.
-Primer quiero contarles que estoy reponiéndome de la muerte, tarea harto difícil, contestó el Sr.Musante.
El Doctor Santo Laferlita, conocido en el feca como el tordo inconsolable del verbo gardeliano, e integrante de la secta esotérica “Testigos de Gardel”, dijo, dirigiéndose al Sr. Musante: ¿-Sabe a cuántos nos hubiese gustado estar en su lugar?
¿-Usted cree que es grato estar fallecido? Contestó irritado el Sr. Musante.
-No se queje, que esa muerte pasajera le hizo posible conocer a Gardel.
Continuó Paredes: -Hemos tenido un cambio de palabras con respecto a la relación entre Carlos Gardel y Juan D’Arienzo. El rengo dice que Gardel no simpatiza con D’Arienzo.
Sr.Musante, en este momento apelamos a sus conocimientos sobre el otro mundo. Don Carlos Gardel lo honró con su amistad en el Hades. ¿Le comentó algo sobre D’Arienzo?
-El Rey del Compás es un personaje muy ponderado en el más allá, contestó el Sr. Musante.
Juan D’Arienzo hizo su aparición en Enero de 1976, y en el preciso momento de su llegada un ángel le comunicó que su orquesta era la preferida de Dios.
Desde ese día en toda celebración está el “Rey del Compás” dirigiendo una agrupación de 700 profesores. Bandoneones hay más de 100. ¿Se imaginan como suena esa orquesta celestial?
-Como los dioses, acotó Paredes.
-Además Juan forma parte de la mesa de Gardel en el café “El Pensamiento”. También concurre Don Julio de Caro y su finísima esposa. De Caro contó que dado el éxito de Juan, él y todas las orquestas de la época se tuvieron que adarienzar. Cora, su mujer, comentó que todos los músicos que iban a su versallesco piso de la Avenida Callao 1702, hablaban con bronca de D’Arienzo porque habían tenido que cambiar el ritmo de sus orquestas.
Una noche comenté con Gardel lo que sabía Cora de historia del tango.
El Morocho contestó: -Es de cuna. Cora es hija del sabio Ambrosetti.
El que se prendía en “EL Pensamiento” para hablar de música era un personaje muy querido por Gardel. Lo curioso es que no venía del tango sino del folclore. Un criollo llamado Jaime Dávalos. Él hacía las glosas y el Zorzal cantaba cosas para su madre.
Una noche arrancó Dávalos:
Tierra de conquistadores
Siempre fuiste tierra de guachos.
Esos gauchos vivarachos
Pendencieros y cantores
Que curtidos en rigores
Y sin perro que les ladre
Sin Dios, sin ley y sin padre
Nunca pudieron creer
En otro amor de mujer
Que no fuera el de su madre.”


Y Gardel cantó “Madre hay una sola”.
En ese momento el Dr. Laferlita rugió y gritando lo encaró a Musante: ¿-Y usted se queja después de haber escuchado cantar a Carlos Gardel? Musante, usted no se merece la muerte que tuvo.
Cuando se iban a las manos, cortante Don Julio Paredes preguntó:-Dígame Musante, usted contó que Juan D’arienzo dirige la orquesta celestial, y Ángel Vargas es el cantor.
-Son los preferidos de Dios, pero el hijo y su gloriosa madre, la Virgen María, tienen corazón gardeliano.
Continuó el Sr. Musante:-El Espíritu Santo, que arrastra cierta fama de esquenún, prefiere a Alberto Margal, el cantor de las madres y de las novias.
-Margal, un cantor sabiamente olvidado, acotó Paredes.
-Conté mucho por hoy, y se ha puesto en duda mi buen nombre y honor, así que me retiro personalmente, susurró el Sr. Musante.
Cuando el tanguero que volvió de la muerte dejó el café, solo se escuchaba el llanto conmovedor del Dr. Laferlita, el tordo inconsolable.




domingo, 7 de marzo de 2010

Don Lisandro, la cuestión social y un tango.




En las vísperas del 70 aniversario del asesinato de Carlos Gardel, la Cátedra del Café realizó una sesión extraordinaria con motivo de fecha tan infausta.
El plenario se llevó a cabo en junio de 2005 en el salón de actos de la "Sociedad Científica Argentina", que fue desbordada por completo por admiradores del Morocho.
En primer término se dirigió al distinguido público el miembro de número de la agrupación “Testigos de Gardel”, Dr. Santo Laferlitta.
Dijo: “Se me conoce en el barrio como el tordo inconsolable del verbo gardeliano. Y me cabe el apodo. No tengo consuelo desde que murió Gardel. Ahora, con las recientes investigaciones del poeta Julio Paredes, la tristeza se transformó en una rabia sorda y vengativa, desde que se hizo público de que el glorioso Zorzal fue arteramente asesinado.
La Iglesia Católica tiene las manos manchadas de sangre. Hablo de venganza porque creo que no cabe otra cosa ante el incendio que produjo el tristemente célebre Vaticano en el cuerpo sagrado de Carlitos. Recuerdo ahora una frase escuchada de chico, cuando el finado mi viejo me llevaba a las reuniones de los anarquistas de la F.O.R.A.: con las tripas del último milico colgaremos al último de los curas.
Me imagino a Carlos Gardel ardiendo y mi corazón clama por venganza,” dijo el galeno finalizando su brillante alocución en estado de llanto.
Una ovación acompañó el cierre de la exposición del tordo inconsolable del verbo gardeliano.
A continuación hizo uso de la palabra el Sr. Musante, el tanguero resucitado.
-Sigo reponiéndome de mi muerte, tarea harto difícil, pero Carlos Gardel bien vale el esfuerzo. Todos saben que en el más allá el Morocho me honró con su amistad. Nos reuníamos en el café “El Pensamiento”, ubicado muy cerca de la entrada del Paraíso.
-¿Quiénes son los amigos de Gardel?, preguntó uno.
-Los pipiolos son los grandes amigos del Morocho, contestó el Sr. Musante.
-Nombre alguno, insistieron.
-Lisandro de la Torre es amigo de Gardel y he compartido la mesa con él.
¿-Y como está Don Lisandro?
-Fallecido, contestó Musante. -Es un hombre de una gran melancolía.
Lo conocí una noche que tomábamos una copa con Carlitos.
La impresión que brinda De la Torre es la de alguien triste, amargado y sin garufa. Le pregunté porque se había suicidado. Contestó:-Estaba viejo y enfermo. Tenía hipotecas que no podía levantar. Habían asesinado a mi gran amigo Enzo Bordabehere. Además yo veía arrollador el avance del fascismo. Si agregamos a eso la presencia de ese compadrito eclesiástico llamado Gustavo Franceschi no tuve más remedio que pegarme un tiro en el corazón.
-Usted tuvo una polémica con él, afirmó el Sr. Musante.
-Publiqué un libro llamado “La cuestión social y un cura”, pero qué polémica podes tener con un caballo, confirmó Don Lisandro.
En ese momento Gardel sacó de un bolsillo un ejemplar de la revista “Criterio”.
-Esto escribió el mentado monseñor el día que llegaron mis restos a Buenos Aires y se me hizo el velorio en el “Luna Park”. Leyó el Morocho: -Gandules de pañuelito al cuello, dirigiendo piropos apestosos a las mujeres; féminas que se habían embardunado la cara con harina y los labios con almagre; compadres de cintura quebrada y sonrisa cachadora. Buenas madres, persuadidas de la grandeza del héroe, que llevaban -pude comprobarlo por fotografías- a sus hijos a besar el ataúd…y según se me afirmó…diversas individuas llenas de compunción, pretendían ocupar lugares especiales porque fueron amigas, compañeras de Gardel, a quien convierten de este modo en Tenorio de conventillo o pachá de arrabal.
-Féminas, individuas. Además de ser un canalla escribía con los pies, concluyó Don Carlos.
-Y pensar que ese lamentable personaje, una tarde que San Pedro abrió el portón, rondaba “El Pensamiento” buscando el perdón de Carlitos, dijo el Sr. Musante. Y agregó:-Por hoy no diré nada más.
Un calido aplauso puso fin a las emotivas palabras del Catedrático resucitado.
Fue entonces que habló un grande del café, Don Julio Paredes, el poeta del barrio.
-Conociendo lo que había escrito Franceschi hace 70 años traje un ejemplar de la misma revista que él dirigía. Este es el último número de la revista “Criterio”.
“Respetuoso disenso con Monseñor Franceschi”, es el título del artículo y en un momento el cronista escribe: “Desde nuestra perspectiva lo escrito por Monseñor Franceschi sobre Gardel no parece sostenerse con argumentos de real valía, salvo que la intención de Franceschi haya estado dirigida a condenar la viveza criolla que tanta fama lamentable nos proporciona a los argentinos en el extranjero.”
Continuó Paredes:-Que linda forma de falsear la verdad la de estos hijos de puta.
Aunque es tradición vaticana la mentira artera, lo que escribe esa revista 70 años después del asesinato del Morocho, que ellos perpetraron, es una muestra más de hipocresía de la Iglesia tan temida.
Que digan ahora que Franceschi no se alegró con la muerte de Gardel, sino que quiso aclarar acerca de la viveza criolla, es la prueba cabal de lo que ya he dicho muchas veces: los curas te prenden fuego y pasados muchos años te piden disculpas.
Con un alarido Don Julio concluyó:-¡Después se la agarran con el macho porque quemó las Iglesias!
Dicen los hombres sabios del café que en la "Sociedad Científica Argentina", nunca se escucho una ovación igual.