Páginas

domingo, 13 de diciembre de 2009

La noche que conocí a Carlos Gardel


Trabajaba como cuidador en el Cementerio de la Chacarita, lo conocíamos como el Negro Caruso, y con alegría contó que todas las noches se encontraba con Carlos Gardel.
Fue a la hora del moscato en el mostrador de la calle Warnes, donde nos juntábamos a diario.
Repetía: -Gardel es mi mejor amigo. De noche se juntan Carlitos, Celedonio Flores y la Madre María, vecinos de bóveda. A veces me quedo a conversar con ellos. Otras los miro desde lejos.
El tema me interesaba. Dije: -Negro quiero acompañarte, porque conocer al Morocho sería tocar el cielo con las manos. ¿Podes llevarme?
-Con un compromiso, contestó. -Yo tengo una cábula para que los muertos aparezcan. No se si yendo acompañado da resultado. Además, si lo ves a Gardel, el moscato lo pagas vos hasta que de las hurras finales, ¿me entendiste?
-Hecho, contesté.
-Mañana venite por acá a eso de las siete y probamos.
Al otro día, a las siete en punto de la tarde llegué a Warnes.
El Negro Caruso le daba parejo al moscato, y por el brillo de sus ojos supuse que desde hacía horas.
-Carlos Gardel nos espera, dijo.-Vamos.
Salimos a la calle y caminamos los pocos metros que nos separaban del cementerio. Entramos y el negro se dirigió hacia una oficina.
Dijo:-esperame que firmo el libro de entrada.
Luego caminamos en dirección a la bóveda.
Unos metros antes de llegar susurró: -quedate acá que tengo que invocarlos, y se metió en un cuartucho para guardar herramientas.
Me quedé mirando como árboles y cruces se fundían en la oscuridad. -Ya hice lo mío, dijo el Negro, veremos si da resultado. Seguime.
Caminamos hasta la vereda de enfrente de la tumba de Gardel.
La estatua del Morocho se recortaba contra el último sol de Chacarita.
Esperamos hasta que llegó la noche.
Le dije al Negro:-¿Y si aparecen como los vamos a ver?
-Los muertos tienen luz propia, contestó.
Me quedé sin aliento cuando vi a una mujer, de pelo blanco, entrada en carnes, vestida a la moda de principios del siglo veinte. –Ahí está, dijo el Negro, es la Madre María Salomé, seguro que esta noche hay reunión.
La señora golpeó las manos frente a la puerta de la casa del Zorzal.
-Carlitos, soy yo, María Salomé, exclamó con acento español.
La puerta se abrió y apareció la figura luminosa de Carlos Gardel.
Pensé:-este guacho tiene más pinta que en el cine.
Dijo Don Carlos: -Te paso una silla. María Salomé acomodó su voluminoso cuerpo en el mimbre.
Luego él salió con dos sillas más que colocó al lado de la señora.
-Es que viene Cele, dijo el morocho.
Doblando la esquina apareció caminando tranquilo un criollo achinado llamado Celedonio Esteban Flores. Después de sentarse, lentamente suspiró: -la eternidad me aburre, pero debo reconocer que tiene grandes ventajas. Una es poder darle al whisky sin medida, estar sobrio y con el hígado cero kilómetro. Fasear toda la noche debajo de un ciprés y tener los pulmones limpios. Minga de tos o algún ahogo a la mañana. Pero la vida es otra cosa. ¿Tenés whisky? preguntó. Gardel entro en su casa y reapareció con una botella y tres vasos.
El Negro Caruso dijo en voz alta, rompiendo el encanto: -Carlos, estoy con un amigo.
-Carusito, exclamó Gardel. Siéntense con nosotros. Nos acercamos y extendí mi mano derecha para estrechar la del Morocho.
-No lo tome como una descortesía de mi parte pero los muertos somos inasibles. Carusito trae de casa dos sillas y vasos, agregó.
Tomamos asiento junto a ellos. Caruso llenó los vasos y me pasó uno.
-Trajiste un amigo, dijo Celedonio. -¿Usted también tiene poderes para convocarnos? preguntó.
-No, contesté. –Quería conocer a Gardel y Caruso me invitó. El que sabe llamarlos es él.
-Alguna gente tiene ese poder, dijo Don Carlos. –Unos pocos.
-Pancho Sierra lo tenía, acotó María Salomé.
-¿Sierra anda por acá? pregunté.
-No, el santuario del Doctor Sierra está en Salto, contestó María Salomé.
-¿Era tordo?
-Pancho Sierra era médico. Yo recibí, humilde, su legado.
-Y usted es española.
-Vasca, para más datos. Vinimos a La Argentina por las guerras Carlistas. Nos afincamos en el Saladillo. Eso fue en 1868. Pasaron muchos años.
Primero me casé con José Antonio Demaría, propietario de estancias. Enviudé muy joven, y a los 28 años reincidí con Aniceto Subiza. Tuve una vida sencilla, de campo, hasta que me enfermé de un tumor en el pecho. Los médicos me desahuciaron. Entonces fui a verlo a Pancho Sierra que me revisó y dijo: “no tendrás más hijos de tu carne, pero tendrás miles de hijos espirituales. En pocos meses Aniceto morirá. No busques más, tu camino está en seguir esta misión”.
Como predijo Sierra al poco tiempo murió Aniceto. Me vine a la capital para cumplir lo ordenado.
Primero atendía en la calle Rioja, pero era tal la cantidad de gente que me visitaba que me mude a Turdera donde había más espacio. Usé mis poderes hasta el día de mi muerte.
-María Salomé corría con ventaja, tenía una asesora de primera que todavía la visita. En cambio con el negro Cele teníamos compromisos distintos, dijo Gardel. -En mi caso al único que escuchaba era a Francisco Maschio, dueño del Stud donde estaban mis pura sangre.
-Mi único compromiso fue con el alcohol, acotó Celedonio.
- María Salomé era visitada por gente muy importante, remató Gardel.
-La Virgen María pasaba todas las mañanas por mi casa a tomar mate. La sigo viendo todas las semanas. Se presenta y conversamos, mate de por medio.
Dirigiéndose a nosotros Gardel contó: -Un día nos presentó a la Virgen. Con Cele no sabíamos donde meternos. Nosotros, dos calaveras, tomando mate con la madre de Dios.
-Menos mal que la parca nos convirtió en esto, porque en vida yo no podría haber disimulado la baranda del faso y alcohol, ni el aspecto miserable que lucía a la mañana después de una noche en el quilombo, acotó Cele con sabiduría.
-Pero salimos airosos del trance con la Virgen, continuó Gardel. -Hasta habló de tango. Al Cele le ponderó “Mano a Mano”. “Ese tango es muy solicitado en el Purgatorio”, comentó. A mi me dijo que en el cielo me escuchaban, y me comparó con un ángel. ¿Te das cuenta, que te escuchen en el cielo y la Virgen Santa te compare con un ángel? Cuando se fue le dimos saludos para su hijo, con todo respeto.
-La Virgen me asesoraba en mis épocas de mayor trabajo, continuó María Salomé. –Ella me daba fuerza para seguir adelante y me indicaba algún diagnóstico difícil. Sin el apoyo de ella yo sola no hubiese podido cumplir con el mandato del Doctor Sierra.
-Del Arroyo Maldonado a matear con la Virgen. Parece una letra de tango, masculló Celedonio.
¿-Es de Villa Crespo? pregunte.
-Nací propiamente donde el barro se subleva, contestó Celedonio.
-Estás plagiando a Cátulo, dijo Gardel.
-Alguna vez tiré guantes con Cátulo. A mi también me gustaba el box. No tenía su calidad, pero pegaba muy bien con la izquierda. Y no necesito plagiar a nadie. Cuando tenía 20 años vos me grabaste “Margot”.
-Veintiún tangos te grabé. Y podrían haber sido más si no fuese que firmaste exclusividad con Rosita Quiroga.
-Rosita, que lindos años fueron aquellos, hasta que apareció la censura en 1943. Me arruinaron la vida. El General Ramírez fue el que empezó. Se decía que la que ordenaba las prohibiciones era la mujer, y si éste no cumplía lo fajaba. Nombraron como censor a Gustavo Martínez Zubiría, un escritor católico con cara de prestamista, que firmaba “Hugo Wast”. Me prohibió “Mano a Mano”, entre otros. En 1949 se termino todo porque intervino Juan Perón y detuvo la persecución tanguera. Pero yo hacía un año que estaba acá.
-No lo conociste al General. Yo estuve una noche con él en Avellaneda. Nos presentó Barceló en un Comité Conservador. Canté varios tangos y en un aparte Perón me pidió que cantara la ranchera “¿Dónde hay un mango?” Le contesté que no podía cantar ahí semejante cosa, que sería faltar a la hospitalidad. Perón, sonriendo, me dijo: -usted, como todo artista es un animal de cautela.
-Perón era devoto mío, cuando llegó a Presidente mandaba un delegado al homenaje que me hacen los fieles el 11 de octubre día de mi cumpleaños, dijo María Salomé.
Pregunté:-¿la historia del anillo es cierta?
-Claro que es cierta, contestó María Salomé. –El anillo lo bendijo la Virgen María y se tornó milagroso. Cuando sentí que Nuestro Señor me llamaba a su lado lo llamé a Carlos. Le dije que la misión que me había tocado cumplir en la tierra llegaba a su fin y le entregué el anillo. Eso fue en 1928.
-Tuve el zarzo unos años, curé a mucha gente, hice el bien y me consagré como artista internacional a través de la Paramount. En esos años conocí en Nueva York a un chico con grandes posibilidades en la música. Alguien del nivel de Bartok y Stravinsky. Le di un papel de canillita en “El día que me quieras” y le regalé el anillo. Lo invité a la gira por Colombia donde se produjo el accidente de avión que me trajo para acá. Los padres no lo dejaron viajar conmigo porque era muy peligroso. Si hubiese venido con el anillo nos salvábamos todos.
Dije:- está hablando de Piazzolla.
-Por supuesto, con su talento y el anillo Astor se consagró mundialmente y cerró el tango para siempre.
-No entiendo eso de cerrar el tango, comenté.
-Astor fue tan grande que el tango se termino con él. Lo mismo pasó con la Ópera cuando murió Puccini. Nombrame un compositor de Ópera después de Puccini. Y nombrame un músico de tango después de Piazzolla. No hay ninguno. Con Astor se terminó la música de tango, aunque el tango le quedaba chico.
Durante unos segundos Gardel se quedó en silencio. Luego dijo:-ahora vendrá otra cosa.
-Yo pensé que el anillo se lo habías dado a Mona Maris, dijo María Salomé.
-A Mona le di mi corazón, contestó Gardel.
-Se vino loca la urugayita Isabel cuando supo lo de la Maris, acotó Celedonio.
-Dejame con Isabelita, si por ella me tuve que ir del país. Cuando empezó el romance Isabel tenía 14 años. Eso lo aprovecharon sus hermanos, me extorsionaron diciendo que iban a denunciarme por estupro, un 120 del Código Penal. Me fui a Nueva York. Al final compré su silencio con una casa en Montevideo.
Jocoso dijo Celedonio: -Te volteaste menores y mayores, saliste años con Mona Maris, la mujer más linda del mundo, y por acá dicen que dicen que sos un pulastro.
-Moderen el lenguaje que están en presencia de una señora, dijo María Salomé.
-Lo que pasa es que en nuestra época no se ventilaba la vida privada. ¿Y vos Cele, al bulín de la calle Ayacucho cuantas mujeres llevaste? y nunca abriste la boca. Teníamos códigos.
-Como sería de respetuoso Carlitos que se negó a grabarme “Corrientes y Esmeralda”, por eso de “en tu esquina rea, cualquier cacatúa, sueña con la pinta de Carlos Gardel”.
-No podía cantar un tango que hablase de mí.
-¿Qué pasó con la dueña de los cigarrillos Craven?, pregunté.
¿-La gorda Sally? Cosas de muchacho. En París me vino a ver al camarín y se presentó como la Baronesa Sally de Wakefield. La señora tenía toda la tarasca. Me regaló un Buick color negro y tuve que aprender a manejar. Con los amigos le pusimos Madame Chesterfield.
-Carlitos la llevaba al Cabaret “El Garrón”, en París, y la gorda se ponía con la cuenta. A veces levantó mesas donde lastrábamos quince puntos. Tenía mucha mosca. Cuando llegaba Carlitos con la naifa nos decía:
-muchachos, con ustedes el bagallo, y todos le besábamos la mano.
-Cele pará que me hace mal. Yo era joven y medio tarambana. Todo eso se terminó cuando apareció Mona en mi vida. Había tenido una infancia parecida a la mía, teníamos en común la soledad. Tuve la suerte de hacer con ella “Cuesta Abajo”, en 1934. Poco tiempo después ocurrió el accidente de Medellín y dejé de verla. Ahora nos hemos reencontrado.
-¿Ella anda por acá? Pregunté.
-No. Pero los muertos podemos trasladarnos sin problema, y reiniciamos lo que quedó trunco.
-Le voy a preguntar algo íntimo Don Carlos, y no quiero que lo tome a mal, dije. –Gente que está en su condición, ¿puede tener relaciones carnales?
-No lo tomo a mal pero lo único que te puedo decir es que los códigos que tuve en vida los sigo teniendo ahora.
Para cambiar de tema le pregunté donde nació.
-En Toulouse, Francia.
-Ahora dicen que es uruguayo.
-Para fomentar el turismo. Un bolazo de los orientales para que visiten la patria de Gardel. Yo nací en Francia como Charles Romuald Gardes, el 11 de Diciembre de 1890. Cuando tenía dos años, mi vieja, que era madre soltera, vino a la Argentina. Fuimos a vivir al Abasto, mi barrio. Tengo parientes Gardes en Pehuajó que pueden dar fe de lo que digo. A los uruguayos les pasa con la Argentina lo mismo que a nosotros con Europa. ¿Don Carlos, sabe quien era su padre? pregunté.
-Un señor de apellido Lasserre, al que no conocí. En un grupo de estudio formado por psicoanalistas, uno de ellos llegó a la conclusión de que yo pronuncio las erres en lugar de la letra n para mentar a Lasserre, mi padre.
Mi vida terminó el 24 de junio de 1935. Desde febrero de 1936 esta es mi casa. Mi muerte conmovió a mucha gente, y fue impresionante la llegada de mis restos a Buenos Aires. Azucena Maizani dijo por radio: “Vos que eras tan gaucho Gardel, ¿porque te subiste al avión?”
-La Ñata creyó que podías venir a caballo, dijo Cele.
-Un señor Sanguinetti escribió un tango que dice: “Me hubiese gustado verte, Carlitos Gardel añoso, con el cabello canoso, pero tenerte, tenerte”. Estoy muy agradecido al autor, pero la palmé en el momento justo. ¿Me imaginan con el pelo blanco, en televisión, visitando a Colomba en la “Feria de la Alegría”?
-Ni mamado, acotó respetuoso Celedonio.
-Pero quería contarte algo más con respecto a Piazzolla. Los 24 de junio se reunían multitudes para homenajearme, y con la excusa del cigarrillo tocarme los dedos de mi mano derecha, pensando en el anillo milagroso.
Ponían un micrófono y todo aquel que quisiese hablar tenía tres minutos.
En la década del sesenta, cuando Astor comenzó a deslumbrar, los tangueros en su discurso usaban treinta segundos para hablar de mí. El tiempo restante era usado para insultar a Piazzolla.
-¡Como lo puteaban! dijo Cele.
Ahí me di cuenta del valor que tenía la música de Astor. Venían para hablar de mí, pero la pasión contra Piazzolla era mayor. Ese sentimiento solo lo desatan los grandes. Astor resistió como un titán por el anillo y su talento.
-Amanece, dijo María Salomé.
-Hora de rajar, fueron las palabras de Cele.
-¿Van a dormir? pregunté.
-Los finados no dormimos, la muerte es un insomnio eterno, dijo Don Carlos.
-¿Entonces por qué se van? pregunté.
-Porque se llena de gente, y aunque no nos vean son muy molestos, contestó.
-Yo voy a mi casa porque cuando abren las puertas se llena de fieles y hay que estar. En una de esas pasa la Virgen María a tomar mate, dijo María Salomé.
-A la tarde debo constituirme en el domicilio de Mona. Tomaremos el té en la Confitería del Gas, manifestó el morocho.
-Yo le voy a dar al whisky, duro y parejo como todos los días, acotó Cele.
Nos despedimos y con el Negro Caruso caminamos hacia el portón.
Dijo el Negro:-voy a firmar el libro de salida. Esperame en Warnes con un moscato bien helado.

El ciego Tiresias y los orígenes del tango

Programa "Sábados Continuados", Canal 9, año 1964.Conduce Antonio Carrizo. Borges desmiente todo.


El malogrado Tiresias fue el más famoso adivino de la Grecia clásica, unos 800 años antes de Cristo, y es un personaje que interesa porque su historia de vida es bastante extraña.
Nació hombre.
Una tarde que caminaba por el monte Cilene se detuvo ante dos serpientes apareadas. Molestas por su presencia lo atacaron y él las golpeó con su bastón matando a la hembra. Los dioses se enojaron y Tiresias fue transformado en mujer. Como tal se destacó en el ejercicio de la prostitución.
Siete años después vio la misma escena con serpientes en el mismo lugar, y mató, de un certero bastonazo, a la serpiente macho, hecho que le hizo recuperar la virilidad perdida.
En otra ocasión Zeus discutía con Hera, su esposa. Ésta le reprochaba sus frecuentes infidelidades. Zeus, con argumentos de varón, se defendía diciendo que de todos modos el hombre podía ser adúltero por que la mujer disfrutaba más el sexo que el hombre. Hera, fuera de sí, convocó a Tiresias que como había tenido los dos sexos podía dirimir la cuestión.
Tiresias sentenció:

Si el placer del amor en diez partes dividía,
Tres por tres a las mujeres, una a los hombres daría.

Zeus, mirando a su mujer, sonrió canchero. Hera, desesperada, cegó a Tiresias para siempre. El Dios, conmovido, compensó a Tiresias con visión interna, y el don de la predicción del futuro. Además le concedió la vida por siete generaciones con la posibilidad de optar por la vida eterna.
Acompañado de sus dos hijas, Dafne y Manto, el ciego, muy disgustado, se estableció en Tebas, ciudad donde nadie quería ir por la peste constante.
Recién establecido se lo consultó sobre los motivos de la epidemia. Entonces Tiresias reveló a Edipo la voluntad de los dioses.
-Un Hombre Sembrado deberá morir por la ciudad para que se vaya la peste.
El padre de Yocasta, Meneceo, que había nacido de la tierra se arrojó por un acantilado.
Con esto era suficiente.
Pero Tiresias agregó, quizá con alguna mala fe: -Yocasta, los dioses habían pensado en otra persona, en alguien que ha matado a su padre y se ha casado con su madre. Se trata de tu esposo Edipo.
Al principio nadie creyó en semejante historia pero Tiresias se mantuvo en sus trece.
Todos sabemos el final. Yocasta se ahorcó y Edipo se cegó con un alfiler que llevaba en su vestido. Creonte, hermano de Edipo lo expulsó y éste, después de vagar durante años acompañado por su hija Antígona, llegó a Colono, en Atica donde fue asesinado.
Luego de la tragedia desatada Tiresias huyó de Tebas, en compañía de sus hijas, como dijo uno: “mirando la oscuridad que ven los ciegos”.
Hace su reaparición en “La Odisea” de Homero, primera novela de la historia.
Ulises, personaje central de la obra, por consejo de Circe, desciende al Hades, el mundo de los muertos para consultar a Tiresias sobre lo que vendrá en su regreso a Itaca. En el Hades, Ulises se encuentra con su madre, Anticlea.
La cátedra del café sostiene que este es un momento crucial para la historia del tango. Es cuando Ulises susurra unas palabras que podrían traducirse de la siguiente manera:


Vieja,
una duda cruel me aqueja.

Anticlea le dice a su hijo que es tarde, que por su larga ausencia lo dio por muerto y se quitó la vida.
Mientras Ulises no puede controlar el llanto, Anticlea lo tranquiliza y le comunica que debe despedirse, que confíe en Tiresias. Desaparece.
En un pasaje conmovedor de “La Odisea”, canta Ulises con el rostro bañado en lágrimas:

Quiero madre que me diga si la infame,
abusando de mi viaje me ha engañado.

Los catedráticos del café creen que estos versos fueron dichos bajo la influencia de Tiresias, o directamente dictados por él, motivo por el cual el ciego sería el primer tanguero de la historia universal.
Debemos esperar algunos siglos para su reaparición. Lo hace en la “Divina Comedia”.
Dante Alighieri lo sitúa en el Infierno, en el Canto XX, en el Octavo Círculo donde están fraudulentos y adivinos:

Vedi Tiresia, que mutó semblante
Cuando di maschio fémina divenne,
Cangiandosi le membra tutte quante;


El Infierno de la “Divina Comedia” fue escrito entre 1306 y 1308.
En esos años le perdemos el rastro a Tiresias hasta que asoma en Buenos Aires en los albores del siglo XX.
La cátedra asegura que se conoce la presencia del finado Tiresias en el Río de la Plata, a partir de 1918.
Esgrime como prueba la cantidad de tangos cuyo tema es la ceguera. “Viejo ciego”, “Charlemos”, “La cieguita”, “Gallo Ciego”, y el famoso ciego inconsolable del verso de Carriego, para citar solo los más conocidos.
Como tenía antepasados históricos que se destacaron en la guerra de Troya, y sobre los cuales William Shakespeare escribió una tragedia, se consultó al bandoneonísta Aníbal Carmelo Troilo.
Le preguntamos si la cantidad de ciegos que había en el tango tenía relación con la presencia de Tiresias en mi Buenos Aires querido.
Troilo dijo que no existía ninguna relación; que solamente era una casualidad.
Agregó suspirando:-Cualquier otario todavía me pregunta por Crésida.
Continuó:-Hablan de la madre de Ulises y se quejan porque hay muchas madres en el tango. Decime, ¿dónde querés que estén las madres?
Pero los sabios del café todavía dudaban.
Entonces se interrogó a dos grandes poetas.
Uno de ellos, Eugenio Mandrini, fue categórico:-En el reino de los ciegos, los ciegos ven.
El otro, Jorge Luís Borges, sorprendido, contestó que no sabía, para entregarse de inmediato a la suspicacia.
Cuenta el maestro Antonio Carrizo que una calurosa tarde de enero de 1964, mientras conducía por Canal 9, el programa “Sábados Continuados”, un productor le avisó que se encontraba presente Jorge Luís Borges para hacer un desmentido. Cuando Carrizo lo presentó en cámara, Borges, visiblemente irritado, afirmó: ¡-Yo no soy Tiresias!