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lunes, 27 de julio de 2009


Pasión de multitudes

En los comienzos fue el silencio, pero en 1927 el verbo se encarnó en Tito Martínez Delbox, que realizó la primera transmisión radial completa de un partido de fútbol.
Se medían Estudiantil Porteño y Sportivo Barracas.
Esto convierte al legendario Tito en el padre de la criatura.
Lo sigue en la historia Don Alfredo Aróstegui, conocido como “El Relator Olímpico”, porque fue quién contó, a través del éter, las Olimpíadas de Ámsterdam, en 1928.
A Don Alfredo lo sucedió Eduardo “Lalo” Pelliciari, millonario y oriental, que aparece en 1935. Buen narrador de historias, agregaba teatralidad al relato, inventaba grandes jugadas y goles notables, pero cometió un error grave: despreciaba el antes y el después de cada partido. Pelliciari, tomaba el micrófono a las 15,30 de la tarde. Su tarea finalizaba a la 17,15 en punto.
Pero un comentarista de Pelliciari es quien revoluciona el relato y le agrega ficción. Un narrador que demuestra que lo meramente deportivo puede ser parte de una historia literaria con un comienzo, desarrollo y final.
Nos referimos a Fioravanti, nacido Joaquín Carballo Serantes.
Culto, amante del idioma, podríamos compararlo con los aedos, los antiguos payadores griegos, creadores de Ulises y la Odisea.
Fioravanti, miope, relataba un partido que apenas veía, pero inventaba jugadas extraordinarias, chilenas de excepción, y planchazos descalificadores. Todo con un lenguaje de profesor universitario.
Fioravanti demostró que la literatura del fútbol es el relato radiofónico.
Despreciaba el negocio publicitario, y solamente permitía un solo auspiciante en sus transmisiones radiales. Durante años Cigarrillos Caravana, después Bodegas Giol. Fue el creador de las conexiones en las distintas canchas con toda la información deportiva al instante. El famoso: ¡-atento Fioravanti!
Acaparó la audiencia a partir de 1940 y mantuvo al país en vilo durante casi dos décadas.
A fines de los cincuenta, un ignoto relator de Radio Rivadavia comienza a crecer en audiencia, y a partir de la aparición de la radio portátil, en 1960, desplaza a Fioravanti en el gusto popular.
Se trata de José María Muñoz, un técnico aeronáutico que se hace llamar “el relator de América”.
Contaba Fioravanti años después, que el público de la platea que escuchaba su relato con la Spika en la oreja, se daba vuelta asombrado para mirarlo con sorpresa. -¿Qué historia nos está contando, Maestro?
A través de la portátil los oyentes se dan cuenta que el relato de Firovanti no es verosímil, y de manera masiva pasan a ser escuchas de Muñoz.
El maestro Antonio Carrizo ha dicho que Muñoz fue el personaje más importante en la radiofonía argentina, y es posible que esté en lo cierto.
Era un relator extraordinario que no necesita inventar el juego. El partido seguía su relato, cuya narración iba segundos antes de la jugada.
Sabemos que un segundo en el fútbol se asemeja a la eternidad.
Un aedo moderno que relataba un partido que después sucedería.
Creaba frases y muletillas, algunas no exentas de poesía, otras ridículas, que repetía domingo a domingo: “Van corriendo las agujas del reloj”. “Hace las veces de local”. “Luna llena en el estadio”. “El clima une a los pueblos a través de las isotermas”. “Hay arrugue de barrera”. “La patria se hizo a caballo”. “Peón de brega”. O su célebre: “peligro de gol”.
Un creador de sobrenombres a jugadores. Roberto Perfumo era “El Mariscal”. Passarella, “el Gran Capitán”.
Desconcertaba al público con salidas inexplicables. Una tarde, durante un partido Argentina-Italia, dijo refiriéndose a un jugador italiano: -¡Causio es un reaccionario! Para agregar segundos después:-¡Reacciona cuando le sacan tarjeta amarilla!
O el día que el arquero Carlos Biasuto cumplió cuarenta años. Muñoz le dijo que tenía los reflejos de un pibe y parecía de veinte años. El comentarista acotó: -es como Dorian Grey. Corrigió Muñoz:-¡estoy hablando de arqueros argentinos!
Con su enorme audiencia desató el negocio. Hubo que poner un límite a la cantidad de anunciantes, y los mejores locutores comerciales trabajaban con él. Primero Cacho Fontana, después Orlando Ferreyro, al que el país esperaba los domingos para escuchar en su voz el comienzo de la transmisión diciendo: -¡fútbol, pasión de multitudes!
Muñoz era el gestor de las entrevistas con los anunciantes. Comenzaba con su paso como periodista en los Juegos Olímpicos de Helsinski, Finlandia, realizadas en el año 1952. Luego de 40 minutos de monólogo terminaba siempre con una referencia a la actualidad, a algún hecho que inventaba en el momento y que beneficiaba económicamente a la empresa que visitaba. Ante el silencio reverencial ejercido por empresarios de gran nivel que lo miraban como si estuvieran en presencia de Dios padre, al vendedor que lo acompañaba solo le quedaba informar el precio de la participación publicitaria.
Hay un relato en “Crónicas de Bustos Domecq”, del dúo Borges, Bioy Casares, titulado “Esse est percipi”, donde un señor Tulio Savastano tiene como tarea inventar, a través de un relator deportivo de apellido Ferrabás, los resultados del fútbol. Savastano dice: “-el fútbol es un género dramático a cargo de un solo hombre en una cabina”.
Hay muchas semejanzas entre Savastano y el relator de América.
Muñoz, a través de la velocidad y certeza de su garganta, que se adelantaba al juego propiamente dicho, creaba la mágica ilusión de que el partido era de su total invención.
Eso lo llevó a creer que la realidad era obra suya.
Fue esta percepción falsa la que lo perdió, desató su megalomanía, y se creyó llamado a cumplir con un destino mesiánico.
Cuando los integrantes del régimen que asaltó el poder en 1976 lo llamaron a colaborar, no dudó un instante.
El campeonato del mundo juvenil de 1979 es un hecho por todos conocido.
Muñoz inventó un festejo en las calles que no estaba en la cabeza de nadie, y llevó una multitud en caravana a desfilar por la calle Hipólito Irigoyen, donde la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA estaba tomando denuncias sobre desaparecidos.
O informar a través de un clásico de domingo, la caída de las Islas Georgias en manos británicas.
Pero si nos atenemos al relato estricto, no habrá otro igual.
Muñoz tuvo lo que el poeta alemán Reiner María Rilke denominó: “- su propia muerte, la muerte que derive de su vida”.
Desde el sanatorio donde luchaba contra un cáncer terminal, un domingo de Octubre de 1992, dirigió por teléfono la transmisión de su último Boca-River. Terminado el partido entro en coma y murió horas después.
Lo sucedió Víctor Hugo Morales que ya venía tallando fuerte.
Nacido en Uruguay, Morales comenzó a trabajar en la Argentina en 1981.
Hombre sin pelos en la lengua, lo trajo por acá su mala relación con los gobernantes uruguayos, colegas de los argentinos en aquella época, y un deseo de crecer y destacarse no solo en el relato deportivo.
Melómano, culto, podría decirse que es el nuevo Fioravanti.
Antonio Carrizo ha expresado que con Muñoz el partido iba de los ojos directamente a la garganta, mientras que en el uruguayo, antes de ser verbalizado, el relato pasa por el cerebro.
Víctor Hugo superó, por su versatilidad, dos grandes escollos. El primero fue la presencia de Muñoz, que aunque en baja, seguía siendo un rival de peso.
El otro es la televisión actual.
A partir del dominio de la imagen, y de la transmisión en vivo de todos los partidos de primera, locales e internacionales, y de las infinitas copas a disputarse, hay fútbol televisado todos los días. Y hasta el comentarista Marcelo Araujo comenzó a hacer radio en televisión, dándole otra dinámica a la narración del partido televisado.
Todo esto hace que el relato deportivo haya perdido el clima de comunión mágica con los oyentes.
Además la audiencia radiofónica se atomizó. Cada club tiene su relator, y cada hincha sigue a su equipo en una emisora distinta.
Víctor Hugo, capaz de bautizar a Leonardo Astrada como “El Jefe”, de inventar una metáfora a partir de un caño o una rabona, persiste en utilizar un lenguaje culto, al mejor estilo de Fioravanti.
Insiste en la emoción y veracidad del relato radial con la tenacidad del último charrúa.




El Forense

Cuando jugábamos en el patio de la escuela Santiago nos hablaba de su abuelo.
Obsesivo, contaba a diario la llegada de su familia desde Europa, la lucha establecida al arribar de Polonia y como, en una batalla cotidiana contra el racismo, la tribu de la cual formaba parte había construido una sólida estructura piramidal cuyo vértice, luego de años de trabajo ocupaba Elías, su abuelo, convertido en estrella rutilante de la medicina nacional.
El Dr. Elías Jacobson era una luz intensa sobre la necrosis celular.
En definitiva, el polaco era un entusiasta del cáncer.
El nieto creció bajo su influencia y cuando chicos, mientras nosotros soñábamos con conocer a Mussimessi, el arquero cantor, Santiago solo pensaba en su primera operación.
Fuimos compañeros en el Colegio Nacional. Luego él estudió Medicina, se recibió en tiempo récord. Fascinado por las vísceras se especializó en restos humanos.
Su primer trabajo como forense fue en los tribunales de San Isidro donde comenzó a realizar sus primeras autopsias estelares.
Guiado por su gran fuerza interior se convirtió en poco tiempo en el mejor
especialista del país, un cirujano lleno de habilidad para hurgar en los despojos.
-Un cadáver es un libro abierto-, repetía hasta el hartazgo.
Durante unos años lo perdí de vista; cuando nos reencontramos lo noté muy cambiado, confuso, con zonas oscuras en su conducta.
Desaliñado, lo veía pasar desde la ventana del café rumbo a
su casa, cargando siempre un gastado maletín de cuero marrón, ancho en su base, donde llevaba los restos que retiraba de la morgue para sus estudios.
Cuando me citaba en su domicilio me desagradaba que bajase la escalera secándose con un trapo, diciendo - no te doy la mano porque estaba trabajando en una pericia, y contaba en detalle hechos desagradables sobre el caso que estudiaba.
Tiempo después me enteré que habían robado una cabeza de la morgue en la que era Director. En ese momento tuve la certeza que tenía que ver con el asunto.
Un día, sentados en el café, lo vimos bajar del tren y caminar apurado por la calle paralela a la vía. Nos saludó a través de la ventana, dobló por la diagonal hasta llegar a su casa, ubicada a pocos metros.
Por casualidad me encontré en la calle con Cecilia, su mujer, y tuve la impresión de que quería esquivarme, pero cuando me detuve me saludó y comenzó a hablar sin mirarme. Cuando busqué sus ojos ella los fijó en la vereda. Su conducta no era la habitual, había perdido la simpatía que siempre la destacó y que por cierto le faltaba a Santiago, un ser nocturno.
Comenté el hecho en el café, donde se desató una discusión acerca de la extraña conducta del forense. El rengo Julio terminó el debate con un categórico –Santiago está loco y terminará mal. Pronto su cerebro de cretino reposará para siempre en un frasco con formol.
Pocos días después, en la estación Retiro lo encontré y tomamos juntos el tren. En los 20 minutos del viaje que realizamos parados, me contó ansioso que estaba trabajando en un proyecto que traería cola, y como siempre tuvo un capítulo dedicado a su abuelo. El discurso continuó al descender del tren. Antes de que yo entrase al café dijo: -en definitiva me he pasado la vida buscando a Dios sin encontrarlo, pero en este momento estoy seguro de estar en el camino correcto.
Pedí un cortado pensando en las palabras de Santiago, y qué significaba para él estar en el camino correcto de su búsqueda mística.
A partir de ese día me instalé en el café desde donde podía ver sus movimientos sin despertar sospechas. A diario lo veíamos pasar con su infaltable maletín rumbo a su casa. Antes de entrar miraba hacia atrás como si alguien lo siguiese.
Las piezas humanas seguían desapareciendo de la morgue y a esta altura el rengo Julio acusaba a Santiago sin vueltas.
Una noche, cuando el café cerraba lo vimos salir con el rostro alucinado, llevando el maletín. A paso acelerado cruzó las vías del Mitre y se perdió en la oscuridad de la costa del río.
Julio me dijo: - Seguilo, algo trama ese guanaco, y salí para sumergirme
en las sombras. Traté de darle alcance para ver qué hacía, pero lo perdí de vista.
Al otro día conté que Santiago había desaparecido en la niebla, que lo busqué bordeando el río pero se había esfumado.
La certeza de que algo estaba por suceder había ganado el ánimo de todos y la sensación se hizo realidad una noche de verano.
Cuando ya casi de madrugada, escuchábamos las historias de siempre, vimos con asombro que la casa de Santiago estaba envuelta en llamas.
Corrimos hasta el incendio tratando de hacer algo por los que se encontraban atrapados por el fuego, pero llegaron los bomberos y tuvimos que retirarnos.
Amaneció con nosotros mirando, paralizados, como ardía la casa.
En un momento notamos que sacaban a Cecilia, pero las llamas continuaron y recién a media tarde lograron sofocarlas.
El médico tuvo una muerte heroica purificado por el fuego. Cecilia sobrevivió.
Tiempo después pude hablar con ella. Me contó que Santiago robaba piezas de la morgue para reconstruir a su abuelo. Con suma paciencia lo estaba armando en su laboratorio. Elegía cada órgano preparándolo con mucho cuidado y observando de manera minuciosa su correcto funcionamiento.
Riñones, páncreas, corazón, un hígado en perfecto estado, la rosada masa intestinal, todo lo iba reciclando paso a paso hasta que consiguió la pieza más importante.
Era un cerebro de buen tamaño de procedencia desconocida. Esa noche estaba eufórico, no tomó las precauciones del caso y al tratar de dar vida a su engendro desató la tragedia.
Santiago quería encontrase con su abuelo y continuar la conversación que había terminado para siempre.
Le dije que era la obra de un loco pero Cecilia, sin prestarme atención, agregó:
- Es que en su abuelo escuchaba la voz de Dios.
Conté en el café la conversación con la viuda y durante un largo rato hicimos silencio.
De improviso, el rengo Julio gritó: ¡-Mentira! ¿No les dije que el judío era un otario? Buscar la voz de Dios en su abuelo, que ignorancia absoluta.
Luego, más tranquilo, fijando sus ojos en el pocillo, dijo: - En el tango está nuestro Señor, y el Mesías fue un humilde cantor de Barracas.
Concluyó como el que reza: - En la gola de Ángel Vargas está la voz de Dios.

Fernando Pessoa (1888-1935)

“Cuando venga la primavera,Si yo estuviese muerto,las flores florecerán del mismo modo,y lo árboles no serán menos verdes que en la Primavera pasada.
La realidad no me necesita.”
La realidad no necesita a nadie.Un tango dice, “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”.Borges comienza su relato “El Aleph” refiriéndose a la muerte de Beatriz Viterbo,y comenta que las carteleras publicitarias de la Estación Constitución habían renovado sus avisos comerciales.La existencia sigue adelante y no se preocupa por los que quedan en el camino.
“Una vez amé, pensé que me amarían,pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,y sentándome otra vez a la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.”
"Quien lee deja de vivir.Haced ahora por hacerlo.Dejad de vivir y leed. ¿Que es la vida?"
"Conformarse es someterse, y vencer es conformarse, ser vencido. Vence solo quien nunca lo consigue, solo es fuerte quien se desanima siempre."
Todo suena a frialdad emocional, ajena a Fernando Pessoa.
No olvidemos que el poeta es un fingidor.
Conociendo la vida del poeta sabemos que para él los sentimientos eran peligrosos, como un puñal hostil y silencioso, manifestando, a través de un heterónimo, que solo podía sentir a traves del tango.

Carlos Cardel (1890-1935)

Sobre "El Mudo" está todo dicho.